sábado, 19 de mayo de 2018

Nicaragua: ¿fin de una era?

El equilibrio logrado con la política de negociaciones que se iniciaron con las de Sapoá con la contra a finales de la década de los ochenta ha llegado a su fin, y se imponen unas nuevas porque el gobierno de Ortega está hoy contra la pared, como lo estuvieron tantas veces los sandinistas en su historia.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

Daniel Ortega y Rosario Murillo, en la instalación
de la comisión de diálogo en Nicaragua.
Humberto Ortega, hermano de Daniel Ortega, distanciado de él desde hace años, fundador del ejército popular sandinista y, posteriormente, su reformador para transformarlo en el actual ejército de Nicaragua, dijo, en entrevista a una televisora nicaragüense, la palabra clave de la era sandinista contemporánea, por muchos catalogada de orteguista: negociación.

Humberto Ortega ve en las negociaciones que pusieron fin a la guerra de los ochenta el inicio de esta política que, según su criterio, ha dado frutos positivos al país. Su hermano, dice Humberto, primero negoció con sus enemigos de armas; luego con sus enemigos políticos y, por último, con sus enemigos de clase. Y no había otra salida más que negociar porque los factores estaban tan distanciados, tan enfrentados y tan distantes unos de otros que no había más alternativa.

De esas negociaciones salió el proyecto sandinista contemporáneo que se inició en el 2007, y que ha tenido como una de sus expresiones la llamada tripartita, en donde se negocian los intereses del gobierno, los empresarios y los trabajadores.

Esa política dio sus frutos que no pueden ser negados. El gobierno del sandinismo contemporáneo con Daniel Ortega a la cabeza ha llegado a cosechar un 60% de aprobación de la población, y uno de los crecimientos económicos sostenidos más altos de América Latina. Quien haya conocido las Nicaraguas de antaño, la de la década de los setenta, la de los ochenta y la de hoy, puede darse cuenta que, aunque sigue siendo un país tremendamente pobre, hasta antes de la insurrección de abril se respiraba un aire que uno podría catalogar de promisorio.

Como bien lo apunta otro de los comandantes históricos de la Revolución Sandinista, Jaime Wheelock, estos logros se han visto empañados por procesos de descomposición entre los que él denomina, genéricamente, colaboradores de Ortega, que han destruido todo este esfuerzo y han provocado una acumulación de descontento en algunos sectores.

Como en algunas ocasiones me manifestaron en años pasados intelectuales vinculados al sandinismo en el poder,  el gran peligro que ellos veían en el proyecto sandinista contemporáneo era, precisamente, su popularidad y el consenso logrado, porque esto llevó a que se eliminaran o desaparecieran los contrapesos necesarios en toda sociedad democrática como a la que aspira Nicaragua. Tal situación molestó a quienes veían en el afianzamiento sin controles del sandinismo un anuncio de una nueva dictadura. Tal es la posición de críticos suyos, como el periodista Fernando Chamorro, quien llama abiertamente al gobierno de Ortega como neosomocismo.

Las negociaciones lograron en Nicaragua un equilibrio en el que todos ganaban algo, y fue viable en la medida en que tuvo el respaldo latinoamericanista y solidario de Venezuela a través de Petrocaribe. Pero ante la disminución de ese respaldo por los problemas internos de Venezuela, aparecieron las grietas. Es la forma como se expresa en el caso nicaragüense lo que en otros países con gobiernos nacional-populares sucedió con la baja en el precio de las llamadas comodities.

Las condiciones estaban dadas, entonces, para que una chispa incendiara la pradera, y esa chispa no fue el inicial movimiento de estudiantes que protestaban por un incendio declarado en la reserva natural Indio-Maíz, sino la represión a la que se le sometió, una represión desproporcionada, propia de un estado de sicosis producido por los acontecimientos que se han sucedido en otras partes de América Latina, especialmente en Venezuela.

La respuesta que dio el gobierno nicaragüense a las protestas de los estudiantes partió del error de considerarlas una expresión más de los manipulados movimientos “guarimberos”, y su respuesta provocó un enardecimiento no visto desde hace muchísimos años.

En un santiamén cristalizaron los descontentos de ciertos sectores de la sociedad civil; de los empresarios que avizoran la decadencia de sus negocios con Venezuela y la de los sandinistas desplazados de la toma de decisiones, a los que se sumaron una nueva indignación por la represión.

El equilibrio logrado con la política de negociaciones que se iniciaron con las de Sapoá con la contra a finales de la década de los ochenta ha llegado a su fin, y se imponen unas nuevas porque el gobierno de Ortega está hoy contra la pared, como lo estuvieron tantas veces los sandinistas en su historia. No solo él sino toda la sociedad nicaragüense no tiene otras salida y todos deben ceder porque a todos se les puede ir la situación de las manos y todos saldrán perdiendo. Excepto, tal vez, los que siempre están atentos y saben sacar frutos astutos de estas circunstancias.

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