viernes, 6 de diciembre de 2019

1989

La actual crisis social y política en América Latina representa un nuevo capítulo de esa historia que se empezó a escribir en 1989, esto es: la confrontación entre las fuerzas que intentan imponer un orden que prolongue en el tiempo la lógica de dominación y explotación que está en la raíz del proyecto moderno colonial de poder del Occidente capitalista, y las fuerzas diversas que quieren e impulsan –todavía a tientas- la construcción de algo distinto.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Desde Lima, Perú

Soldados estadounidenses en Panamá, durante la invasión de 1989.
Hace treinta años, en diciembre de 1989, los Estados Unidos perpetraron la invasión a Panamá, la última de esta naturaleza en el siglo XX, el siglo del imperialismo. La violenta intervención de la armada norteamericana, que desplegó 27.000 marines en tierras canaleras para apresar al mandatario Manuel Antonio Noriega –reconocido colaborador de la CIA-, dejó un saldo mortal estimado en más de 1000 civiles y militares; en palabras del historiador cubano Sergio Guerra, la invasión “puso fin a los últimos vestigios del nacionalismo torrijista con el pretexto de la democratización y la lucha contra el narcotráfico” e inauguró un nuevo período en la historia de América Latina, caracterizada por “la omnipresencia de mercado, el capitalismo salvaje, la desideologización y el pensamiento único neoliberal”[1], bajo la égida de la potencia del norte, devenida en hegemón del nuevo orden unipolar que emergió de la crisis del socialismo –con la emblemática caída del muro de Berlín- y la disolución de la Unión Soviética. Esta fecha, con su simbolismo y reverberaciones políticas, reapareció en algunas de las conferencias y debates a los que tuvimos oportunidad de asistir, en el marco del Congreso ALAS celebrado en Lima, Perú, del 1 al 6 de diciembre.

Para el profesor Heriberto Cairo, de la Universidad Complutense de Madrid, 1989 marca un punto decisivo en la configuración de un nuevo orden geopolítico internacional, en el que todavía estamos inmersos, y cuyos principales rasgos se pueden identificar en cinco aspectos: 1) la ampliación y cuasitotalización del mercado en la doble dimensión de espacio y tiempo; 2) la militarización de la seguridad y de las políticas estatales en este ámbito; 3) el aumento de las disputas por el control de los recursos naturales, en un contexto de agudización de los fenómenos asociados al cambio climático; 4) la aparición de una “sociedad global” que pone en entredicho la noción –y el sentido- tradicional de “sociedades nacionales”; y por último, 5) el paso de la unipolaridad de los primeros años de las posguerra fría, al perfilamiento de un mundo multipolar sin un hegemón claro. Este nuevo orden, explica Cairo, rememora el período de competencia interimperialista que experimentó nuestra región entre 1875 y 1945, cuando distintas potencia noratlánticas (Inglaterra, Francia, Estados Unidos) y asiáticas (Japón) buscaron ampliar sus zonas de influencia en nuestros países, tal y como sucede hoy con China, la Unión Europa y, por supuesto, con los Estados Unidos defendiendo su posición privilegiada.

En América Latina, 1989 nos remite también a los días de El Caracazo: las históricas protestas contra el FMI y su ajuste estructural que sacudieron a Venezuela en febrero de ese año, once meses antes de la invasión estadounidense a Panamá, y cuya represión por parte del ejército venezolano acabó con la vida de más de 3000 personas. Esta sublevación popular –considerada por el propio Hugo Chávez como el disparador de la Revolución Bolivariana y del impulso revolucionario latinoamericano del siglo XXI- constituye un hito fundacional de lo que ahora podemos leer como el ciclo largo de luchas antineoliberales y de disputas y tensiones por la construcción del horizonte posneoliberal. Un ciclo en el que son claramente distinguibles los momentos de ascenso, repliegue y contraofensiva, que van dando cuenta, a su vez, de las formas que asume el combate -en todos los órdenes y desde distintos frentes, desde los gobiernos y muchas veces resistiendo sus políticas- contra el capitalismo y el imperialismo contemporáneos, y su proyecto de construcción de lo que el investigador uruguayo Raúl Zibechi llama la sociedad extractiva neoliberal.

Así, desde una perspectiva de más largo aliento, que no se detenga solo en la inmediatez de la coyuntura, podemos afirmar que la actual crisis social y política en América Latina representa un nuevo capítulo de esa historia que se empezó a escribir en 1989, esto es: la confrontación entre las fuerzas que intentan imponer un orden que prolongue en el tiempo la lógica de dominación y explotación que está en la raíz del proyecto moderno colonial de poder del Occidente capitalista, y las fuerzas diversas que quieren e impulsan –todavía a tientas- la construcción de algo distinto. En medio de esa bruma navegamos, buscando horizontes y ensayando alternativas. Resistiendo. Errando, muchas veces, pero sin renunciar a la creatividad y a la imaginación política, a la capacidad de soñar sociedades y relaciones humanas, económicas, socio-ambientales y culturales que nos permitan superar la crisis civilizatoria. En eso estamos, a pesar de la desesperanza que se instala entre nosotros tras cada nueva caída, tras cada nuevo golpe. Nuestro tiempo nos exige eso; reclama que seamos capaces, como dijera alguna vez el maestro Eduardo Galeano, de clavar “los ojos más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible”.




[1] Guerra, S. (2015). Nueva historia mínima de América Latina. Biografía de un continente. Santo Domingo: Archivo General de la Nación. Pp. 627-628.

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