sábado, 21 de diciembre de 2019

Nuestra batalla de ideas

Al cabo de treinta años de neoliberalismo triunfante, la educación en nuestras sociedades se ha visto ideologizada  a un punto de rigidez que impide reconocer a nuestros pueblos en lo que han venido a ser y, sobre todo, en lo que podrían llegar a ser.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

Para Bolívar Franco,
cuyo vivir honra tanto
su nombre como su apellido

“Conocer es resolver”, dijo una vez José Martí, y agregó enseguida: “Conocer el país, y gobernarlo de acuerdo al conocimiento, es el único medio de librarlo de tiranías.”[1]  Ese conocer no se reduce a la mera adquisición escolar de conocimientos sobre una gama de temas. Por el contrario, el conocer para un fin tan complejo como el que plantea Martí es, también, el proceso de producir ese conocimiento.

En esa perspectiva, el conocer para cambiar el mundo gana en riqueza al ganar en amplitud sin perder en profundidad. Por lo mismo, en el proceso del conocer emerge desde un primer momento el doble carácter, a la vez integral y práctico, que define la calidad del conocimiento así producido, que Martí sintetiza en los siguientes términos:

A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. […] Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella.[2]

Esta advertencia es hoy tan urgente como entonces. Al cabo de treinta años de neoliberalismo triunfante, la educación en nuestras sociedades se ha visto ideologizada  a un punto de rigidez que impide reconocer a nuestros pueblos en lo que han venido a ser y, sobre todo, en lo que podrían llegar a ser. Ante esa circunstancia, es bueno recordar cómo nos advertía Martí que era de pensamiento “la lucha mayor que se nos hace”, y que por tanto era necesario ganarla “a pensamiento”.[3] Para eso, dijo, era imprescindible que quienes desearan opinar empezaran por estudiar, pues

No se opina con la fantasía, ni con el deseo, sino con la realidad conocida, con la realidad hirviente en las manos enérgicas y sinceras que se entran a buscarla por lo difícil y oscuro del mundo. Evitar lo pasado y componernos en lo presente, para un porvenir confuso al principio, y seguro luego por la administración justiciera y total de la libertad culta y trabajadora: ésa es la obligación, y la cumplimos. Ésa es la obligación de la conciencia, y el dictado científico. [...] Amemos la herida que nos viene de los nuestros. Y fundemos, sin la ira del sectario, ni la vanidad del ambicioso. La revolución crece.”[4]

No hay, en efecto, otra vía para ganar en la batalla de ideas. Aun así, ella no basta. Es necesario que ese estudio se forje como herramienta de política al calor del debate con los viejos y nuevos adversarios de la necesidad del cambio que demanda la lucha por esa libertad “culta y trabajadora.” Y esto demanda trascender las formas del pensar y el debatir que nos ha legado momentos anteriores de nuestra historia – como el prolongado invierno de la Guerra Fría -, que tan bien perduran en la adicción a las Inquisiciones que nos viene de la raíz colonial de nuestra América.

Otros han enfrentado ya este problema en la historia contemporánea del sistema mundial. Antonio Gramsci, por ejemplo, desde la lucha contra el fascismo y la resistencia temprana al estalinismo, nos advirtió a principios de la década de 1930 que ante los problemas histórico - políticos no era posible “concebir la discusión científica como un proceso judicial, con un acusado y un fiscal que, por obligación, debe demostrar que el acusado es culpable y debe ser puesto fuera de la circulación.” Por el contrario,

En la discusión científica se supone que el interés radica en la búsqueda de la verdad y en el progreso de la ciencia y por esto demuestra ser más “avanzado” el que adopta el punto de vista de que el adversario puede expresar una exigencia que debe incorporarse, aunque sea como momento subordinado, a la propia construcción. Comprender y valorar realísticamente la posición y las razones del adversario (y a veces el adversario es todo el pensamiento anterior) significa precisamente haberse liberado de la prisión de las ideologías (en el sentido peyorativo de ciego fanatismo ideológico), es decir, significa adoptar un punto de vista "crítico", el único fecundo en la investigación científica.[5]

Gramsci, además, nos recuerda que si las verdades científicas fuesen definitivas, “la ciencia habría dejado de existir como tal, como investigación, como nueva experimentación, y la actividad científica se reduciría a una divulgación de lo ya descubierto. […] Pero si las verdades científicas tampoco son definitivas y perentorias, la ciencia es una categoría histórica, un movimiento en constante desarrollo.”

Como tal categoría histórica, la ciencia es una forma de trabajo “ligada a las necesidades, a la vida, a la actividad del hombre.” Sin esa vinculación productiva, “creadora de todos los valores, incluso los científicos”, el conocimiento el conocimiento vendría a ser un caos “es decir, nada, el vacío, si así puede decirse”. Debido a eso, para la filosofía de la praxis, “el ser no se puede separar del pensar, el hombre de la naturaleza, la actividad de la materia, el sujeto del objeto; si se hace esta separación se cae en una de tantas formas de religión, o en la abstracción sin sentido.”

Esa separación es la columna que sostiene el argumento ideológico neoliberal. Tales son los términos de nuestra batalla de ideas: una confrontación entre aquel capitalismo de que hablaba Walter Benjamin, que asumía las formas y las funciones de una religión,[6] y el mundo nuevo que viene, al aliento de lo mejor del desarrollo humano de nuestra gente.

Panamá, 2 de diciembre de 2019.




[1] Ídem.
[2] Ídem.
[3] “A Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra. Cabo Haitiano, 10 de abril [1895]”. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, Cuba, 1975. IV: 121.
[4] “Crece”. Patria, 5 de abril de 1894. Obras Completas. Editorial de  Ciencias Sociales, La Hbana, 1975, III, 121.
[5] Antonio Gramsci: Introducción a la filosofía de la praxis. Selección y traducción de J. Solé Tura.

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