viernes, 6 de diciembre de 2019

El tsunami fundamentalista en América Latina

En tiempos de convulsión e incertidumbre el mensaje fundamentalista se convierte en un masaje terapéutico que le viene bien a un capitalismo estresado, pero muy mal a un continente latinoamericano que casi siempre cumple el papel del diván que soporta el peso del paciente y las consecuencias de sus arrebatos y “locuras”. 

Álvaro Vega Sánchez * / Para Con Nuestra América

En las décadas de 1970-1980 la primera ola del fundamentalismo religioso fue intempestiva y azotó en medio de los jalones bélicos de la guerra fría y el ensañamiento del poder militar contrainsurgente, atendiendo a  la política de Seguridad Nacional impulsada por los Estados Unidos para proteger sus intereses geopolíticos en la región.

Predomina, en este primer oleaje, el poder duro (hard power) del brazo militar represivo. Sin embargo, el aparato político-militar fue oxigenado religiosamente por el magisterio disciplinario de Juan Pablo II con el cardenal Ratzinger como su mano derecha, así como por el fundamentalismo evangélico liberal, el incipiente neopentecostalismo y algunas réplicas latinoamericanas del culto mediático -“Iglesia Electrónica”- y de los extravagantes tele-evangelistas norteamericanos.

De esta manera, el fundamentalismo católico-protestante cumplía el papel que había recomendado David Rockefeller en su visita a América Latina a finales de la década de 1970: constituirse en un contrapoder en el plano cultural-religioso, dirigido a contener la pujante Teología de la Liberación y particularmente restarle clientela al movimiento popular revolucionario.

Aunque tenemos presencia importante de los evangélicos en la política, especialmente en países como Guatemala, Perú y Brasil, no es sino a partir de la década de 1990  cuando esta presencia se intensifica al irrumpir con fuerza el neopentecostalismo posmileniarista que a diferencia del premileniarismo del pentecostalismo clásico (Shäfer) asume decididamente una agenda política, concebida en término teocráticos. Dios no es un poder que irrumpe en la historia para establecer su reino definitivo, sino para preparar a sus “ejércitos” para la batalla y la conquista del poder en la tierra, participando en la construcción del “reino de Dios”. Por  ello, las nuevas indulgencias se venden  en el culto mediático y las megaiglesias para acceder al reino de este mundo.

Estamos en la segunda ola fundamentalista que amenaza con convertirse en tsunami. El protagonismo político-religioso tiende a desplazarse de la Iglesia Católica a los nuevos movimientos neopentecostales. ¿Acaso también se está neopentecostalizando la Iglesia Católica? Desde el punto de vista ideológico y sociopolítico tal fenómeno puede estarse  produciendo, especialmente entre jerarquías conservadoras interesadas en afianzar su poder y, de paso,  contrarrestar la incidencia política de los aires reformadores progresistas impulsados por el magisterio del Papa Francisco.  

Cabe preguntarse, ¿en qué radica la fuerza de esta nueva embestida fundamentalista? Podríamos mencionar tres factores, entre otros. 1. La convergencia ideológica entre neoliberalismo  y neopentecostalismo con su oferta mitificada del mercado que salva del infierno de la deuda, el empobrecimiento y la desigualdad. 2. La narrativa moralizante individualista, que apuesta por el saneamiento de la política, la lucha contra la corrupción y la restauración de valores tradicionales. 3. La  capacidad movilizadora de una práctica religiosa de fuerte potencial emocional y simbólico que da nuestras de eficacia para reencantar políticamente a las masas empobrecidas y excluidas.

Es importante destacar que, más allá de estos factores  relativos al contexto sociopolítico, hay que valorar la densidad propiamente religiosa del neopentecostalismo fundamentalista. Estamos ante una forma de religiosidad de gran versatilidad para asimilar sincréticamente elementos mágico-religiosos propios de la cultura y religiosidad popular (Pierre Bastan, Míguez Bonino), y también que sabe coquetear con la cultura consumista de la modernidad.

Por otra parte, en tiempos de convulsión e incertidumbre el mensaje fundamentalista se convierte en un masaje terapéutico que le viene bien a un capitalismo estresado, pero muy mal a un continente latinoamericano que casi siempre cumple el papel del diván que soporta el peso del paciente y las consecuencias de sus arrebatos y “locuras”. 

*Sociólogo  

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