Ante este panorama desolador, que un partido como Libre -Partido Libertad y Refundación- llegara a la presidencia no podía catalogarse más que como un accidente o una casualidad. Igualmente, que entre 2006 y 2009 haya gobernado alguien como Manuel “Mel” Zelaya, un liberal que, ya en el poder, se inclinó hacia los vientos de cambio que soplaban en esos días por América Latina integrándose al ALBA y otras propuestas, especialmente las emanadas de Venezuela como Petrocaribe.
En los años ochenta del siglo XX, Honduras fue la principal plataforma del accionar de la Contra nicaragüense, al punto de llegársele a conocer con el mote de “el portaviones” norteamericano en Centroamérica y después, ya en el siglo XXI, el Congreso Nacional declaró héroe nacional a un oscuro señor de nombre Roberto Micheletti por el hecho de haber sustituido y defenestrado de la presidencia a Manuel Zelaya, a quien mandó por avión y en pijama a medianoche a Costa Rica.
Por lo tanto, el enredo que, en cámara lenta, se sucede ante nuestros ojos con ocasión de sus pasadas elecciones presidenciales no es una sorpresa. Sorprendente habría sido que quien punteaba inobjetablemente en todas las encuestas, Rixi Moncada, del partido Libertad y Refundación hubiese triunfado con el 40% que se anunciaba, con más de 20 puntos de ventaja sobre sus contendientes.
Fue esa ventaja mayúscula la que llevó al presidente de Estados Unidos a intervenir apoyando a quien consideró más afín a su ideología de extrema derecha, el señor Nasry Asfura, quien fue ¡oh casualidad de casualidades! quien a la postre parece estarse erigiendo en el ganador de las elecciones.
¿Qué importancia puede tener un pequeño y empobrecido país para una potencia mundial como los Estados Unidos? En las circunstancias actuales, la misma que en su momento tuvo para convertirse en plataforma de la intervención en la Nicaragua revolucionaria de los años ochenta.
Actualmente, Estados Unidos ha revivido la forma más ruda de su política intervencionista en América Latina, esta vez bajo la bandera de la lucha contra el narcotráfico, y para ello necesita plataformas cercanas a los lugares que ha identificado como baluartes a atacar, en este caso Venezuela.
Es cierto que ahí tiene a Panamá, en donde también los marines norteamericanos se están entrenando para la lucha en la selva y otras eventuales situaciones que puedan presentárseles en su cruzada salvífica, pero ese país es un poco más complicado porque ahí se encuentra en abierto y nada disimulado choque con China, lo cual podría complicar las cosas.
Sorpresivamente, hace un poco más de tres años Honduras extraditó a Estados Unidos, casi bajándose del estrado en el que entregó la banda presidencial, a Juan Orlando Hernández (JOH), acusado de traficar con la bicoca de más de 500 toneladas de cocaína. Ahora, como símbolo de la incoherencia que priva en la política exterior estadounidense, en medio de lo que llama su lucha contra el narcotráfico en América Latina, lo indulta.
Si Honduras fue catalogada por O. Henry como la original república bananera, Estados Unidos puede caracterizarse como la prepotencia y la incoherencia rampante. Ese cuadro patético es el que priva en la Centroamérica contemporánea.

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