Con esta victoria del FMLN en El Salvador, Centroamérica definitivamente se sacude la colonización de Estados Unidos, que materializó allí su última orgía de sangre contra los movimientos populares de América Latina.
El pasado 15 de marzo, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) logró por primera vez en la historia la presidencia de El Salvador mediante su candidato, el periodista Mauricio Funes. Esta antigua guerrilla, tras liderar durante 12 heroicos años la defensa de lo oprimidos, sufrir masacres de pueblos enteros que simpatizaban con su causa y padecer la cruel represión los escuadrones de la muerte, veía que el sueño de tantos de sus mártires se hacía realidad.
El FMLN, como sucedió en toda Centroamérica, ha debido soportar durante todos estos años la paranoia anticomunista, marcada a fuego en la sociedad de la región por las infames campañas ideológicas de la derecha que seguía rentabilizando el discurso de la guerra fría. A pesar del tremendo apoyo social con que contaba, hasta ahora no pudo alcanzar la presidencia por la sistemática amenaza estadounidense de bloquear el envío de remesas de los dos millones de salvadoreños que trabajan en el país del norte, una cifra igual a la mitad del censo de votantes del país.
Se han necesitado 17 años desde la firma de los acuerdos de paz para que una nueva generación de salvadoreños se recupere de los miles de militantes y cuadros asesinados, se supere la manipulación anticomunista y se pierda el miedo a las presiones estadounidenses.
Se han necesitado 17 años desde la firma de los acuerdos de paz para que una nueva generación de salvadoreños se recupere de los miles de militantes y cuadros asesinados, se supere la manipulación anticomunista y se pierda el miedo a las presiones estadounidenses.
Con esta victoria, Centroamérica definitivamente se sacude la colonización de Estados Unidos, que materializó allí su última orgía de sangre contra los movimientos populares de América Latina. En Nicaragua, los sandinistas han vuelto al poder después de cometer el pecado de gobernar durante los años más duros de la contrainsurgencia de EEUU. En Guatemala, la paz con la guerrilla de izquierdas (URNG) se firmó en 1996, tras nada menos que 36 años de guerra. La derecha se mantendría en el poder hasta finales de 2006, cuando ganó las elecciones el socialdemócrata Álvaro Colom.
Si bien, a diferencia de El Salvador, su partido no es el heredero de la guerrilla, se trata del candidato que se enfrentaba en la segunda vuelta a la opción más neoliberal y quien recogería las aspiraciones de la izquierda que tomó las armas.
La influencia progresista es de tal envergadura en la región que hasta el presidente liberal de Honduras, Manuel Zelaya, ha suscrito la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA), promovida por Venezuela y Cuba, y ha firmado con Hugo Chávez el acuerdo de Petrocaribe, despertando con ello las iras de la derecha local.
Todos estos países han normalizado su vinculación con Cuba, con la que no tenían relaciones diplomáticas desde hacía décadas. Es evidente que la región que fuera propiedad de la United Fruit Company estadounidense y campo de entrenamiento en la guerra fría de los grupos contrarrevolucionarios financiados por la CIA ha despertado y se despide de su servilismo del norte.
Existen otros elementos a tener presentes. Quienes afirmen que los avances de la izquierda en esta región demuestran el error de haber recurrido a la violencia durante la década de los ochenta como lucha en la defensa de las propuestas políticas de izquierda, se equivocan. En aquel entonces, la vía electoral se encontraba cerrada y la lucha armada era la única opción para los movimientos populares que sólo pedían tierra y libertad.
La victoria del FMLN en El Salvador, como la de los sandinistas en Nicaragua, lo que muestra es que es la izquierda la que recoge el sentir mayoritario de los centroamericanos, y que fueron la represión y las masacres las que nunca permitieron su justa representación en las instituciones. Ha debido de pasar más de una década de paz para que la izquierda se recupere del genocidio que sufrió en la región. Se trata del mismo fenómeno sucedido en el Cono Sur. Allí, la izquierda, más moderada o más radical, ha llegado al poder en Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay cuando las nuevas generaciones han superado el terror y las bajas que sufrieron en sus filas y cuadros por los militares de las dictaduras.
Tampoco debemos olvidar otro detalle de gran importancia. En aquellos años de plomo en Centroamérica, varios de sus gobiernos se presentaban ante la comunidad internacional como regímenes democráticos mientras los miembros de la guerrilla eran “subversivos comunistas”, léase “terroristas” en la terminología actual. Los paralelismos con Colombia son, por tanto, inevitables. Aquellos escuadrones de la muerte salvadoreños son los paramilitares colombianos de hoy.Tal y como mostraron las correspondientes Comisiones de la Verdad, la financiación estadounidense a los criminales ejércitos salvadoreño y guatemalteco y a la contra hondureña es el Plan Colombia de ahora. Y los presidentes democristianos de El Salvador, liberales de Honduras y republicanos en Guatemala –cómplices del genocidio de toda una generación progresista en Centroamérica– son el Álvaro Uribe que gobierna Colombia.
El Salvador de los años ochenta estaba partido en dos bandos, cada uno de los cuales gestionaba y administraba sus propios territorios. Al igual que sucedió con la guerrilla guatemalteca, el día en que se sentaron a estudiar las causas del conflicto, la reforma agraria y la reinserción de los levantados en armas en condiciones de seguridad, empezó el final de la violencia política. Si la comunidad internacional empieza a comprender eso, la paz y el derecho de la izquierda a existir sin necesidad de matar ni morir puede ser una realidad en Colombia.
Existen otros elementos a tener presentes. Quienes afirmen que los avances de la izquierda en esta región demuestran el error de haber recurrido a la violencia durante la década de los ochenta como lucha en la defensa de las propuestas políticas de izquierda, se equivocan. En aquel entonces, la vía electoral se encontraba cerrada y la lucha armada era la única opción para los movimientos populares que sólo pedían tierra y libertad.
La victoria del FMLN en El Salvador, como la de los sandinistas en Nicaragua, lo que muestra es que es la izquierda la que recoge el sentir mayoritario de los centroamericanos, y que fueron la represión y las masacres las que nunca permitieron su justa representación en las instituciones. Ha debido de pasar más de una década de paz para que la izquierda se recupere del genocidio que sufrió en la región. Se trata del mismo fenómeno sucedido en el Cono Sur. Allí, la izquierda, más moderada o más radical, ha llegado al poder en Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay cuando las nuevas generaciones han superado el terror y las bajas que sufrieron en sus filas y cuadros por los militares de las dictaduras.
Tampoco debemos olvidar otro detalle de gran importancia. En aquellos años de plomo en Centroamérica, varios de sus gobiernos se presentaban ante la comunidad internacional como regímenes democráticos mientras los miembros de la guerrilla eran “subversivos comunistas”, léase “terroristas” en la terminología actual. Los paralelismos con Colombia son, por tanto, inevitables. Aquellos escuadrones de la muerte salvadoreños son los paramilitares colombianos de hoy.Tal y como mostraron las correspondientes Comisiones de la Verdad, la financiación estadounidense a los criminales ejércitos salvadoreño y guatemalteco y a la contra hondureña es el Plan Colombia de ahora. Y los presidentes democristianos de El Salvador, liberales de Honduras y republicanos en Guatemala –cómplices del genocidio de toda una generación progresista en Centroamérica– son el Álvaro Uribe que gobierna Colombia.
El Salvador de los años ochenta estaba partido en dos bandos, cada uno de los cuales gestionaba y administraba sus propios territorios. Al igual que sucedió con la guerrilla guatemalteca, el día en que se sentaron a estudiar las causas del conflicto, la reforma agraria y la reinserción de los levantados en armas en condiciones de seguridad, empezó el final de la violencia política. Si la comunidad internacional empieza a comprender eso, la paz y el derecho de la izquierda a existir sin necesidad de matar ni morir puede ser una realidad en Colombia.
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