Los verdaderos contradictores del cambio no son los indígenas, ecologistas, maestros, sindicalistas y la izquierda en general. Las mayores amenazas están del lado de los grandes grupos económicos y financieros.
El presidente Rafael Correa presentó la semana pasada la rendición de cuentas de su gestión. Hay avances importantes que apuntan a dejar atrás las taras del neoliberalismo, pero también afloran varias inquietudes e incluso dudas sobre la construcción del socialismo en el siglo XXI.
La política económica sintetiza uno de los mayores logros del Gobierno. Aquí, el perfil profesional del Presidente tiene su peso gravitante. También influyen poderosamente los lineamientos que se plasmaron en el plan de gobierno, cuando él era candidato. El énfasis en la supuesta “estabilidad” macroeconómica, que alimentaba la práctica de restringir el pago de la deuda social a favor del pago de los acreedores de la deuda, ha sido reemplazado por un significativo incremento en el presupuesto del área social y un importante proceso de disminución de deuda externa. El crecimiento económico, visto como único indicador del éxito o fracaso del manejo económico y social, así se tenga vergonzosos niveles de pobreza o de desempleo, ha sido superado. Igualmente, se ha dado un giro hacia un papel protagónico del Estado en la promoción del desarrollo, a través de la inversión pública y la protección a la producción local. Esto, sin duda, permitió que los efectos de la crisis económica y financiera mundial, pese a no contar con política monetaria y cambiaria, no sean tan severos como en otros países.
La inversión en el área social no tiene precedentes desde la vuelta a la democracia. Las inversiones en el bono de desarrollo humano, en hospitales, uniformes y útiles escolares, los programas de alimentación, pero sobre todo, algo inédito en el país, la atención a las personas con capacidades especiales, han permitido que los niveles de pobreza, medidos por necesidades básicas insatisfechas, disminuyan. También salta a la vista los avances en obra pública, carreteras en todo el país, puentes, puertos, aeropuertos, inversión en sectores estratégicos. Todo esto coadyuva a mejorar los niveles de competitividad sistémica. Hay avances indiscutibles registrados en relativamente poco tiempo.
Sin embargo, hay aspectos en los que todavía afloran dudas de cara a la construcción del nuevo socialismo. Todavía el país tiene altos niveles de concentración de la riqueza, lo indicaba en mis dos editoriales anteriores. Grandes grupos económicos y financieros, así como grandes empresas que concentran más del 70% del patrimonio total empresarial y de los ingresos. ¿Se quiere construir un renovado modelo socialista o se está fomentando un modelo capitalista menos salvaje? La frontera entre lo uno y lo otro pasa por confrontar el modo de acumulación y concentración de la riqueza, y esto en gran parte recae en el área productiva. Un modelo de enclaves productivos alrededor de la gran empresa no deja de reproducir el modo perverso de acumulación.
La falta de regulación que ponga límites al lucro sin fin también reproduce los patrones de concentración de la riqueza.
Sin justificar para nada las acciones vandálicas de algunos grupos, los verdaderos contradictores del cambio no son los indígenas, ecologistas, maestros, sindicalistas y la izquierda en general. Las mayores amenazas están del lado de los grandes grupos económicos y financieros que ejercen su poder de veto, mediante sus maniobras de economía política privada, para limitar las acciones de justicia, solidaridad, equidad e igualdad, que demanda el socialismo contemporáneo. Aquí está el reto.
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