sábado, 6 de octubre de 2012

El gran miedo de la derecha: los gobiernos nacional-progresistas de América Latina

El principal peligro que representan loss gobiernos progresistas para las mundialmente dominantes fuerzas impulsoras del modelo neoliberal es su carácter, precisamente, de contramodelos, de ejemplificación en la práctica de que existen alternativas viables que no requieren del sufrimiento colectivo. De ahí las virulentas campañas en su contra.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

La etiqueta de "populista" es usada por la derecha
para  atacar  a los gobiernos nacional-progresistas
como los de Ecuador, Bolivia y Venezuela.
Los últimos treinta años se encuentran determinados, por un lado, por el triunfo del bloque occidental bajo hegemonía norteamericana ante el derrumbe de la URSS y el campo socialista y, por otro, por el impulso de los modelos neoliberales auspiciados por el Consenso de Washington. Ambas tendencias son, en esencia, dos caras de una misma moneda, pues el neoliberalismo constituye, en buena medida, la exacerbación de la visión capitalista según la cual son las fuerzas del mercado, dejadas por la libre, las únicas en condiciones de garantizar el desarrollo y el progreso humanos. Ambas tendencias llevarán a su clímax un proceso tan antiguo como el sistema capitalista mismo, que hoy se expresa en lo que conocemos como la globalización, que tiene como núcleo central y principal dinamizador la constante y nunca agotable necesidad de crecimiento del capital.

Comprendido de esta forma, el proceso de globalización, tercera pata del banco de las tendencias dominantes de la época contemporánea, se habría iniciado en el lejano siglo XV, cuando el naciente capitalismo orienta a la exploración de rutas mercantiles y a la incorporación al mercado occidental de nuevos productos traídos de lugares lejanos. Es así como se explora y se incorpora, de muy distintas formas, al naciente circuito mercantil capitalista el continente africano, se circunnavega el globo terráqueo y se llega a las costas de América. Tal proceso encuentra una plataforma idónea para su expansión vertiginosa en la revolución científico-tecnológica de la segunda mitad del siglo XX, que le permite a la forma hoy dominante de capital, la financiera, expandir por todo el globo la especulación en la que se fundamenta.

La desaparición del campo socialista que dejó las puertas abiertas a la expansión del dominio militar norteamericano en todo el mundo, la globalización y la preponderancia del neoliberalismo constituyen, pues, las tendencias dominantes de la época contemporánea, entendiendo por ésta la segunda mitad del siglo XX y los años transcurridos del siglo XXI.

Es en este contexto desalentador para el proyecto de “los de abajo”, cuando todo parecía estar más en contra suyo, que en América Latina surgen procesos cuestionadores del estatus quo neoliberal. Como dice el uruguayo Raúl Zibechi, “Finalmente, los poderosos no consiguieron su objetivo de controlar y dominar a los sectores populares de nuestro continente, para mejor esquilmar sus riquezas”.

Fue así como el neoliberalismo frenó su impulso rampante en América Latina, y hubo de ver cómo se proponían e impulsaban alternativas por parte de gobiernos cuyos índices de aprobación se mantuvieron entre los más altos de la región. La llegada al poder de partidos, coaliciones y movimientos políticos procedentes del amplio espacio de la izquierda en tan rápida sucesión tras largos años de hegemonía neoliberal fue pronto designada como “ola izquierdista” o “giro a la izquierda”.

A estas opciones políticas sus críticos les llaman “populistas”, entendiéndolas dentro del estrecho margen que conciben a la política como un eterno mercado electoral, en el que se hacen concesiones a los sectores populares solamente en la medida en que puede ganarse temporalmente su favor para elecciones puntuales. El principal peligro que representan estos gobiernos progresistas para las mundialmente dominantes fuerzas impulsoras del modelo neoliberal es su carácter, precisamente, de contramodelos, de ejemplificación en la práctica de que existen alternativas viables que no requieren del sufrimiento colectivo. De ahí las virulentas campañas en su contra, propalando la idea que estos países constituyen amenazas a la democracia, la propiedad privada y el libre mercado.

Las actitudes hostiles son mayores en la medida en que se planteen las posibilidades de profundizar modelos alternativos al neoliberalismo o, más aún, si se cuestiona en su conjunto el desarrollo como modelo. Las hostilidades van desde la descalificación racista de inocultables raíces coloniales, como de las que son objeto los presidentes Hugo Chávez y Evo Morales, hasta los sesudos análisis académicos o periodísticos que descalifican como superficiales y aventureras tales posiciones. 

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