No es fácil
identificar en qué punto estamos. Ciertamente, las primaveras quedaron atrás.
Muchos síntomas indican que estamos en un recodo del camino cuando se cierra el
ciclo del alza de precios de las commodities. O se avanza o se pierde. Una
década de políticas sociales sin cambios estructurales no alcanza para modificar
la relación de fuerzas heredada.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
Los
procesos políticos nacen, crecen, se estabilizan y decaen. En ocasiones
consiguen fecundar procesos nacientes, mientras otros tienden a la esclerosis.
Sin pretender establecer leyes deterministas, la historia de los procesos
políticos sugiere que estas etapas o momentos se suceden con cierta
regularidad. Una década es un tiempo suficiente para observar las grandes
tendencias, al situarse en algún lugar intermedio entre la coyuntura y el largo
plazo.
En América
Latina, y de modo particular en Sudamérica, conocimos una coyuntura
relativamente breve en la que se concentraron novedades que luego pudimos
visualizar como un cambio de rumbo. Entre 1999 y 2003, aproximadamente,
comenzaron a instalarse una serie de gobiernos progresistas y de izquierda que
cosecharon la siembra de resistencias e insurrecciones protagonizadas por los
movimientos indígenas, campesinos y populares en su prologando rechazo al
neoliberalismo.
Le sucedió
una década de inusitada intensidad político-estatal como no había vivido la
región desde mediados del siglo XX. Se produjo un fuerte aumento del producto
interno bruto con base en la exportación de productos naturales, se
implementaron políticas sociales para reducir la pobreza, se comenzó un vasto
plan de obras de infraestructura y crecieron de forma sostenida los ingresos de
los trabajadores. De modo desigual, los Estados-nación adquirieron mayor
capacidad de intervenir en la economía y en las sociedades, y algunos recuperaron
su capacidad de planificar a largo plazo.
La región
adquirió peso y voz propia en el escenario internacional y adelantó proyectos
de integración que le dieron cierta independencia respecto de las potencias del
norte. Durante un tiempo se vivió un clima de mayor bienestar material y
satisfacción, en particular entre los sectores populares, que mejoraron su
situación por lo menos en la mayor parte de los países.
En algún
momento este clima comenzó a cambiar. La potencia hegemónica, sobre todo
durante el gobierno de Barack Obama, recuperó la iniciativa que había perdido
durante la gestión de George W. Bush. Las derechas locales aprendieron a
moverse en un escenario desfavorable, utilizando formas de acción que acuñaron
los movimientos populares. Una política conservadora sin centro de comando
aparente comenzó a ejecutarse en todos los países, siguiendo una partitura
similar, a veces casi idéntica, siempre amplificada (cuando no urdida) por los grandes
medios de comunicación.
De forma
casi simétrica, los sectores populares organizados en movimientos comenzaron a
replegarse. En ocasiones por la eficacia de las políticas sociales que
resolvieron las necesidades más acuciantes, a veces porque los propios
gobiernos desestimularon o institucionalizaron la movilización y otras porque
la confusión política reinante paraliza y neutraliza.
La
confusión es un arte. Las guerras sin sentido aparente, como la que algunos
gobiernos llevan adelante contra el narcotráfico, tienen el objetivo de
paralizar y neutralizar la acción colectiva. Pero también se produce un efecto
desmoralizador cuando una lucha es acusada de favorecer a terceros (hacer el
juego a la derecha, dicen los gobiernos progresistas), sin tomar en cuenta las
razones de los que protestan.
El
resultado es similar en todas partes. Desmoralización de los que resisten. La
principal excepción es Perú, donde pueblos enteros enfrentan la prepotencia de
las multinacionales y del gobierno. En general, el fervor popular tiende a
desvanecerse. Esta es la principal tendencia que vivimos en la región.
Sobre ese
repliegue cabalgan las derechas y el Comando Sur, que han diseñado políticas
bien diversas. Golpes constitucionales en Honduras y Paraguay. Negociaciones de
paz en Colombia. Cooptación de gobiernos progresistas por las mineras. Un
diseño para aceitar la acumulación. O sea, desmovilizar a los de abajo, que es
el prerrequisito para intensificar la acumulación.
Los
procesos de cambio han llegado a una suerte de meseta, mientras las derechas
avanzan, en casi todas partes. En Perú recuperaron el timón de mando luego de
un brevísimo paréntesis. En Argentina recuperaron las calles con formas muy
similares a las protestas de 2001, aunque se expresan con entera libertad
cuando una década atrás protestas similares se zanjaban con decenas de muertos.
En Brasil
el PT tendrá uno de sus peores desempeños en las municipales, mientras Lula ya
no consigue convencer a sus votantes como antaño. En Ecuador y en Bolivia una
parte de los luchadores que contribuyeron a llevar a los actuales gobernantes a
palacio militan ahora en la oposición. En Uruguay la derecha recurre al
plebiscito, como antes los movimientos, con posibilidades de ganar. En
Venezuela la derecha crece incluso entre los sectores populares, que siempre
sostuvieron el proceso bolivariano.
No es fácil
identificar en qué punto estamos. Ciertamente, las primaveras quedaron atrás.
Muchos síntomas indican que estamos en un recodo del camino cuando se cierra el
ciclo del alza de precios de las commodities.
O se avanza o se pierde. Una década de políticas sociales sin cambios
estructurales no alcanza para modificar la relación de fuerzas heredada. La
profundización de la crisis mundial empieza a erosionar apoyos y lealtades y,
sobre todo, abre huecos donde las clases medias juegan su partida.
Hace falta
un nuevo ciclo de luchas, como el que barrió el continente desde la segunda
mitad de la década de 1990, para dar un vuelco a una situación pautada por el
crecimiento del conservadurismo de masas, alentado por el consumismo, la osadía
creciente de Washington y la parálisis del progresismo.
Pero los
ciclos de luchas no se sacan de la galera. Se construyen contra la corriente,
con base en el tesón y la entrega militante de hombres y mujeres, sobre todo
jóvenes, que dedican su vida a la causa de los de bajo. Lo preocupante es que
esa energía ha sido cuestionada y hasta criminalizada estos años, no sólo por
las derechas y el imperio.
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