sábado, 18 de julio de 2020

Panamá: canciones con memoria y con motivos

Si el período transcurrido entre los años sesenta y el año 2000 constituye un ciclo vital en sí mismo, el nuevo milenio resulta estandarte de todo un cambio de era, para bien y para no tanto: porque lo "viejo" va muriendo, pero lo "nuevo" no acababa de nacer.


Rómulo Castro / Para Con Nuestra América

Desde Ciudad Panamá


La historia de nuestra música popular en los últimos setenta años -desde los míticos sesenta y hasta nuestros días- no es sólo la de la décima y los "torrentes" interioranos, los combos nacionales, el "pindín", la "salsa", la canción romántica o el rock nacional (la forma). A su vera y en sus entresijos siempre resultó habitada por generaciones de ilustres o cuasi desconocidos trovadores de corazón y causas (el contenido). Esa "otra" canción panameña -"aunque usted no lo crea"- también ha sido escrita y cantada a raudales; nos retrata, nos juzga, nos propone… y debería ser contada lo suficiente como para asegurar su recuerdo.

 

Si -además del talento y la pertinencia- el amor por su tierra y su gente fuese la tabla rasa para juzgar la obra de un trovador, nuestros años sesenta y setenta parieron en el campo, en la periferia marginal urbana, en los barrios populares o de "gente bien" clasemediera, a maestros como "Pille" Collado y "Toñito" Vargas, "Lord Panama" y "Ringing Bell", o como los jóvenes Rubén Blades, Gladys De La Lastra, Bobby Cedeño e Ignacio "Cáncer" Ortega. Esa primera generación de cantautores del alma, por donde mires su obra, arroja autenticidad, compromiso con su gente y valores a contracorriente de sistema.

 

Algunos años más tarde -ya en los setentas del "Proceso"- llegaban Santos Díaz y "Los Juglares", Sandra Cumberbatch; Luis Franco y Anselmo Mantovani (desde la tradición y el nuevo cine); Manuel Zárate, hijo, (con las sonoridades que se trajo desde Europa y el Cono Sur); o Roger Guerra (desde su-nuestro Chiriquí). Y también las influencias de latitudes hermanas con Marina Cannabrava (Brasil) o el "Grupo Cantamérica" (Chile) de Sergio Cruz, que contribuyeron a ilustrarnos en más de un sentido.

 

A fines de los setenta me sumé a la lista, primero con el "Trópico de Cáncer" de mi amigo y maestro Ignacio, y luego con el "Grupo Liberación", ambos con el soporte vital del Grupo Experimental de Cine Universitario. Nos siguieron y coexistieron los talleres sonoros "Demetrio Herrera Sevillano", de mis amigos Jaime Porcell y Consuelo Tomás; y "Demóstenes Rodríguez", de motivados pela'os de secundaria básica. Y hasta la Estudiantina del Colegio La Salle, en años de mi pana Pepe Calderón, hoy reconocido psiquiatra… Aquella y su generación precedente eran de cantores de plaza, de toldo, de escuela, de barrio, de campo, de sindicato; de gente comprometida con años forjadores de esperanza.

 

La década siguiente no fue igual: empezó mal y terminó peor. Tanto, que me fui por otros rumbos y no regresé sino cerca de la debacle del 89 que, sin embargo, acunaba en sus bares a una nueva y singular generación de cantautores e intérpretes en ciernes. En aquellos años -y en aquellos antros- se pulieron Lali Carrizo, Berta Pereira (Uruguay), Luis Arteaga, el "che" Roberto Roldán (Argentina), Ariel Blanco y su "Clavo y Canela". Por allí se estrenaban Yigo Sugasti ("El vampiro abstemio") y Juan Carlos Núñez ("Juan Xin Tierra") desde el rock nacional. Nacía "Samba 3" con el embrujo brasilero de "Babito" Do Carmo y "Quindín" Rocha, y se reorganizaba el "Grupo Liberación" en su fase noctámbula. También eran los años mozos de Domingo Muñoz y las talentosas Yomira John, Alexandra Schjelderup y Valeria Ovando…

 

El empuje de los ochenta signó la década siguiente, marcada por unas ganas grandes de reencontrarnos con nosotros mismos. Allí seguía íntegro en su sed de auroras el "Trópico de Cáncer"; allí seguiría incólume hasta la partida de KanSer, mi hermano mayor. En las noches de bares reinaban las propuestas de "Samba 3" y el "Liberación" devenido en "Proyecto Tuira", y se asomaban a escena nuevas propuestas ancestrales y urbanas como las de Marden Paniza y Ricardo Vizuete -que luego desembocarían en su "Banabba Project"- o como la de Lubek Spano. Ese espíritu de los noventa -que cierra con "Kiwi Records", "La Rosa" de Rubén y más de una decena de nuevos grupos y nuevos títulos, incluidos los dos primeros discos del "Grupo Tuira"- teñiría la creatividad musical urbana de los albores del nuevo milenio.

 

Si el período transcurrido entre los años sesenta y el año 2000 constituye un ciclo vital en sí mismo, el nuevo milenio resulta estandarte de todo un cambio de era, para bien y para no tanto: porque lo "viejo" va muriendo, pero lo "nuevo" no acababa de nacer. Resultamos -jóvenes y viejos- herederos de una poderosísima revolución tecnológica que arrasó con las formas de producir y difundir la música, sepultando hasta la "industria discográfica" tal cual la conocimos. Y, mientras la era digital y la globalización "democratizaban" el acceso a la producción y la difusión de las artes audiovisuales, también abrían espacios para casi cualquier "cosa" en las redes y generaban los nichos para los nuevos monopolios virtuales del arte.

 

Esta era de "música ligera" y propuestas híbridas tiende más que nunca a la homogeneización y la producción en serie, de la que no escapan acordes, melodías, palabras o intenciones. Y para destacar en ella el joven creador enfrenta la disyuntiva de hacer más de lo mismo o esforzarse a contracorriente por encontrar su propia voz interior, la suya y la de su circunstancia. En esa búsqueda, el Panamá de nuestros días viene gestando nuevas generaciones de cantautores y talentosos músicos de corazón y oficio.

 

Las decenas de trovadores de distintas generaciones que agrupa el Movimiento "Tocando Madera" -forjado hace más de una década por el colegamigo Yigo Sugasti- resultan prueba fehaciente de la supervivencia de la especie, del relevo dando batalla por asegurarse. Desde otros ángulos, la obra de Patricia Vlieg tiende un puente entre el viejo y el nuevo ciclo, desde la tradición popular a la academia; mientras que las de "BiggTimme Canna" o "Kafu Banton" rescatan y potencian la herencia cultural de los "West Indian men" y sus contenidos nobles. Y, más allá de la guitarra limpia, los esfuerzos colectivos de agrupaciones y proyectos sonoros como los de "Bannaba Project", "Señor Loop", Carlos Méndez, "Afrodisíaco", "La Tribu" o "MecániK InformaL", hablan fuerte y claro del talento, la constancia y la diversidad de intenciones y propuestas en la tierra de nuestros amores…

 

Pero, reduciendo el tema a su mínima expresión viable e intentando ver más allá del paraíso-trampa tecnológico, en el acto de "crear" o "reproducir" cada uno de nosotros queda a solas con su propósito, sus posibilidades y su lira (pentagrama, guitarra, piano o lo que esté a su vera). En ese momento de suprema intimidad, eres tú frente al espejo. Allí y entonces, no valen los "loops" o el "general midi". Eres, simplemente tú, frente a ti mismo. Porque al final -que es el principio- el trovador deviene en apenas un ser humano, sin subterfugios ni armaduras, con su talento y sus motivos -o sin ellos-, enfrentado al hecho de contar, bien o no, su propia historia…

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