sábado, 11 de julio de 2020

Reflexiones sobre la independencia argentina en pandemia

En la gravedad epidemiológica que no da tregua, volver sobre nuestros orígenes tantas veces como sea necesario, seguro nos dará las certezas y fortalezas para encarar el presente.


Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


Este jueves, 9 de julio de 2020, se ha celebrado 204 años de la Independencia nacional. La fecha transcurre en un momento único en el país y el mundo. Razón de más para reflexionar sobre lo que significa ese hito histórico que marca nuestra separación de España y de cualquier otra potencia extranjera. Hace un poco más de dos siglos los padres fundadores visionarios de la realidad convulsa de América, se plantearon la declaración de Independencia de España en el Congreso de Tucumán, ávidos de separarse de una metrópolis añeja que mostraba su lado oscuro al defender el antiguo régimen.

 

Los patriotas, formados en las ideas revolucionarias deseaban abrirse a ese mundo novedoso, aunque los viejos intereses e instituciones y costumbres perdurarían gran parte de ese siglo y serían la levadura de los conflictos en la construcción de los futuros estados nación. No en vano el General San Martín se preguntaba desde su llegada de Europa por qué habían tardado tanto en declarar la independencia, siendo que él había creado al Ejército de Granaderos a Caballo y peleado contra los realistas en San Lorenzo tres años atrás, como también planificado su estrategia de asentarse en suelo cuyano para desarrollar la campaña libertadora.

 

En su correspondencia con el congresal por Mendoza enviado a Tucumán, su amigo dilecto y delegado personal, el doctor Tomás Godoy Cruz[1], le recomendaba la urgencia en iniciar las sesiones del Congreso y la inmediata redacción de la declaración de la independencia. Resulta insólito no declararla, mientras el país acuñaba moneda, tiene bandera, escarapela, canción patria y hace la guerra a España pero no se dice independiente de ella. Le rebelaba la tibieza de los congresales, cuya gran mayoría no se conocía entre ellos, dado que eran provenientes de lugares distantes como Chichas, Mizque o Charcas. Razón por la que la Declaración se redactó en español, aimara, quechua y guaraní para su difusión entre las poblaciones locales; la versión en guaraní fue posterior por los conflictos con los caudillos del Litoral que impedían el contacto con aquellos pueblos. La insistencia y fervor en torno a la rapidez de los hechos llevan a San Martín a hacerla jurar por el Ejército Libertador el día 9 de agosto de 1816 y al día siguiente al pueblo cuyano que había colaborado en la campaña. 

 

Aquellos guerreros que habían luchado contra Napoleón a pesar de su adhesión a las ideas de la revolución francesa, soportaron hasta el último momento a la decadente monarquía española, templando su espíritu para la magna obra que harán en América. Su celo utilizó las fórmulas y ritos de la masonería para estrechar el círculo y los lazos entre sus componentes, asumiendo las ideas de Francisco de Miranda y otros pioneros que venían actuando desde fines del siglo XVIII. Eso justifica la creación de la Logia de Cádiz, la que luego de paso por Inglaterra, Carlos de Alvear y San Martín formarán la Lautaro con Bernardo O’Higgins y otros oficiales trasandinos; tomando el nombre del cacique araucano que había luchado ferozmente contra los godos en el sur chileno. Por eso los patriotas juraron lealtad a tan nobles valores. Por eso también tenían claro qué hacer, cómo organizar la lucha y luego el conformar el mejor gobierno para las tierras emancipadas. 

 

Mendoza tuvo una participación especial en las luchas por la independencia y en la declaración de la misma, la elección del Padre de la Patria fue producto de estudio y análisis previos. Seguramente en Londres consultó mapas cordilleranos e información sobre las características de la  laboriosa y sufrida población del desierto. Comprometida y paciente, pudo cumplir con las exigencias que demandó la magnánima empresa del cruce que construyó armamentos, vestimentas y equipos para cinco mil soldados y diez mil mulas que atravesaron el coloso de América y expulsar a los españoles de Chile y llegar por mar a las costas peruanas para cumplir la tarea emprendida.

 

Recorro la epopeya pasada dada la decisiva colaboración de mi provincia en la construcción de la Nación Argentina – de la que estamos orgullosos y exponemos reiteradamente frente al centralismo porteño que siempre denostó a los estados provinciales –, porque el ex gobernador de Mendoza, Alfredo Cornejo, presidente nacional de la Unión Cívica Radical, tuvo la desacertada ocurrencia esta semana de aludir a la separación de la provincia de la nación. Hecho desafortunado, publicitado por los medios hegemónicos para captar audiencia distraída y atontada por los efectos reclusorios de la pandemia y altamente criticado por los propios mendocinos que advirtieron el tamaño de su dislate, rayano en la estupidez.

 

Vuelvo al pasado en la evocación de uno de los próceres fundamentales del país, el tucumano Juan Bautista Alberdi que nace en agosto de 1810, a pocos meses del nacimiento de la Patria el 25 de mayo. Su ideario fue básico en la elaboración de la Constitución liberal de 1853/60 y su peregrina existencia ha estado ligada a los conflictos internos.

 

Porque Alberdi, porque recibe el 9 de julio de 1854 en Santiago de Chile el nombramiento de embajador plenipotenciario encargado de comunicar a las potencias europeas la declaración de la independencia de la Confederación Argentina. Parte a mediados de abril del año siguiente desde el puerto de Valparaíso, cruza el canal de Panamá en el flamante ferrocarril, luego se embarca a Cuba. Desde la Habana va a Nueva York, luego a Washington, capital a la que encuentra triste y de amplias avenidas. En julio del mismo año llega al puerto inglés de Liverpool, cruza Inglaterra en ferrocarril y en 5 horas está en Londres. Allí se entrevista con el ministro de Relaciones Exteriores de la reina Victoria, lord Clarendon y le expone la integridad de Argentina para su reconocimiento por parte del imperio. De allí parte a París para entrevistarse con el ministro de Relaciones Exteriores de Napoleón III. Aprovecha su estancia en las potencias industriales para gestionar vapores y ferrocarriles conforme el programa que significaba la Constitución elaborada en torno a su trabajo de Las Bases; nadie más que él sabía el plan de actividades que contenía la misma para lo cual, aquellos prodigios tecnológicos eran fundamentales para el progreso de la naciente nación, haciendo posible su apotegma, gobernar es poblar.

 

Recién en 1859 llega a Madrid, la vieja metrópolis para celebrar un tratado con la reina Isabel II que reconociera nuestra independencia luego de transcurridos 43 años de su declaración en San Miguel de Tucumán.

 

Ferviente defensor de sus ideas, polemizó con Domingo Faustino Sarmiento, son famosas las “Cartas Quillotanas” de Alberdi redactadas en esa localidad chilena durante uno de sus tantos exilios y las respuestas sarmientinas conocidas como “Las ciento y una”. En ellas se entrecruzaban cargos en contra del caudillo federal de Entre Ríos, General Justo José de Urquiza, al que profesaba lealtad Alberdi y derrotó al gobernador bonaerense el Brigadier General Juan Manuel de Rosas, en la batalla de Caseros. Hecho que explica su cargo de embajador plenipotenciario ejercido. 

 

Con la reforma de la Constitución en 1860 y la incorporación de Buenos Aires, Alberdi renuncia al cargo diplomático que venía ejerciendo. Mitre derrota al de Urquiza en Pavón y una vez que Mitre asume la presidencia al año siguiente, le reclama los sueldos de diplomático siéndole negados reiteradamente. Será un férreo opositor a la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay. 

 

Sarmiento sucede a Mitre en el gobierno entre 1868 y 1874, continuando el centralismo porteño y aplastando paulatinamente a los caudillos federales del interior del país. Campaña hegemónica que termina con el General Julio A. Roca expandiendo la frontera agropecuaria y su llegada a la presidencia en 1880, cuya gestión se enmarcaría en el postulado, paz y administración.

 

En Palabras de un ausente, Alberdi explica las razones de su larga ausencia a su país de origen. Regresa a Buenos Aires en 1879, luego de 41 años de ausencia para hacerse cargo como diputado nacional por Tucumán  y al estallar el conflicto por la federalización de la Ciudad de Buenos Aires en 1880, renuncia a su banca y vuelve a Europa, muriendo en París en 1884.[2]

 

No hay nada nuevo bajo el sol aunque la circunstancia que nos contenga al momento de expresarnos indique lo contrario. Los grandes hombres que ha dado este bendito suelo y que han dejado huella e iluminado el camino a las nuevas generaciones, han sido bastardeados, combatidos y obligados al exilio, desde San Martín en adelante.

 

Disfrutamos de la soberanía que nos legaron aquellos titanes del pasado. Todo un andamiaje jurídico avala nuestros derechos, cuyo establecimiento es fruto de constantes luchas sangrientas que han quedado en el olvido. Miles de seres anónimos nos han precedido dejando girones de su piel sin esperar ningún reconocimiento póstumo. A todos ellos les debemos la libertad e independencia. Desde los humildes habitantes que mandaron a sus hijos a combatir al enemigo como a los que produjeron los bienes materiales para hacer posibles las contiendas, como a nuestros bisoños representantes que viajaron cientos de kilómetros para llevar el mandato de la Declaración.

 

Han pasado más de dos siglos de aquellos acontecimientos, estamos en pandemia; como nunca ha sido importante y necesario un estado independiente y organizado para cuidar a su población. 

 

Desde luego no ha sido la única, como tampoco nada, garantiza otras en el futuro. Nuestro pasado independiente nos habla del imperio de diversas plagas que aniquilaban poblaciones enteras. El propio General San Martín en su campaña libertadora sufrió él personalmente y cerca de 1.200 soldados fueron atacados por fiebre terciana o paludismo, cuyos estragos fueron mayores que los enfrentamientos con los españoles. La disentería postraba a los efectivos y dejaba en tal estado de debilidad que les impedía empuñar las armas. Tuvo que solicitar ayuda a Chile en medicamentos y contaba con la colaboración de amigo y médico, don Diego Paroissien.

 

Emigrado a Europa, viudo y junto con su hija Tomasa, también superó la epidemia de cólera que azotaba ferozmente al viejo continente, luego de meses de guardar cama ambos y al borde de la muerte.

 

La misma peste atacó a Río de Janeiro en 1867, cuando se desarrollaba la guerra de la Triple Alianza, cobrándose la vida de 2.400 soldados y 87 oficiales. Los habitantes de la ribera de los ríos se quejaban de los miles de cadáveres de personas y caballos arrojados al río y que contaminaban las aguas.[3]

 

Los numerosos barcos que llegaban repletos de inmigrantes a los puertos eran vehículo de los virus que portaban los tripulantes y viajeros que, una vez en tierra, contagiaban al resto de la población de tierra y ésta, al moverse hacia el interior en Ferrocarril, iban infectando los pueblos que encontraban a su paso. Así se expandía el cólera, la viruela, la difteria, la escarlatina, el tifus, la tuberculosis, el tifus, el sarampión, gripes e infinidad de otros males.


Sin embargo y pese a la insistencia del señor presidente en convocar a la diversidad de la población en esta particular celebración, (quien desde luego se destaca como un dirigente conciliador nato), no es entendido por una horda de insensibles que sale en bandada a las calles desafiando las estrictas restricciones, lejos de expresar su opinión en contrario, se arriesga a contraer la enfermedad que anda suelta en el ambiente. 

 

Situación que, en la gravedad epidemiológica que no da tregua, volver sobre nuestros orígenes tantas veces como sea necesario, seguro nos dará las certezas y fortalezas para encarar el presente.

 



[1] M. Cristina Seghesso de López, Tomás Godoy Cruz, Voluntad política e instituyente en los albores de la República, CABA, Círculo de Legisladores de la Nación Argentina, 2017.

[2] Grandes Protagonistas de la Historia Argentina: Juan Bautista Alberdi, Colección dirigida por Félix Luna, Buenos Aires, Edit. Planeta, 1999.

[3] La GazetaMercantil.com, Bs. Aires, 10 de julio de 2020.

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