sábado, 18 de julio de 2020

Tiempo de pandemia: la condición humana a prueba

Las pandemias exponen lo mejor y lo peor de la condición humana. La actual no es la excepción. La humanidad o inhumanidad se desnuda ante nuestros propios ojos. 


Alvaro Vega Sánchez / Para Con Nuestra América                                            


Advertimos, en general, que son más las carencias y flancos débiles que las fortalezas institucionales y virtudes éticas, afectivas y espirituales, para encarar los desafíos múltiples de una situación pandémica. 

Enfrentamos una situación que nos implica como humanidad planetaria. Un problema global. Y, para problemas globales, soluciones globales (Sygmunt Bauman). El gran desafío: emprender medidas y acciones para una mejor convivencia, como pequeña “tribu”, en esta “aldea global”.

  

El modelo de globalización neoliberal dominante, y su institucionalidad comercial y financiera, no ha contribuido a esa convivencia “tribal” justa y equitativa. Al contrario, ha intensificado la desigualdad y precarizado el trabajo humano, de ahí que la pandemia actual cobre cada vez más víctimas. “El coronavirus exacerbará aún más un planeta ya enfermo de desigualdad […] la desigualdad es nuestra principal pandemia”, ha señalado Joan Benach[1]

 

Mientras tanto, ya hace rato se viene debilitando la institucionalidad que podría cumplir una función de contrapeso, como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y todos sus brazos coadyuvantes, así como los Estados Sociales  de Derecho. Un contexto que favorece la voracidad creciente de la élite del poder empresarial y financiero mundial, cada vez más protegida por una clase política a su servicio. 

 

Los esfuerzos para atender a la seguridad alimentaria y la superación de la pobreza en el mundo, así como para crear mejores condiciones de salud y educación, que constituyen los factores básicos y decisivos para alcanzar niveles óptimos de bienestar humano y social, han tenido alcances limitados. Y si nos atenemos a la respuesta actual, no hay razones para el optimismo. 

 

Las acciones filantrópicas –intensificadas por el club narcisista de los super-ricos– y asistencialistas, incluidas algunas iniciativas de cooperación internacional[2], se han convertido en simples paliativos, con los que el neoliberalismo busca maquillarse. 

 

Las mismas obedecen al viejo patrón efectista y populista –socialmente apaga incendios y políticamente clientelar– que hoy se recicla bajo el concepto de “medidas extraordinarias para situaciones extraordinarias”. 

 

Lo verdaderamente extraordinario –a convertirse en ordinario– debería apuntar al fortalecimiento de una institucionalidad global que contribuya, de manera efectiva, a la creación de un nuevo orden económico y social más justo y equitativo, y ecológica y ambientalmente más saludable y sostenible; es decir, que distribuya la riqueza y frene la sobre-explotación de los recursos de la naturaleza.  

 

Para ello, hay que impulsar un pacto global que desmonte el actual, construido al servicio del “club de los ricos”: el 1% que posee el 90% de la riqueza del planeta, y que ya se ha convertido en más que una amenaza para la sobrevivencia de la humanidad y las demás especies, así como de su casa común. 

 

Para avanzar, en esa dirección, se requiere revisar nuestra condición humana. El prototipo de ser humano dominante que se ha venido configurando, tanto en occidente como en oriente –exceptuando algunas prácticas marginales, que recogen tradiciones de los pueblos originarios– es el propio de un modelo productivista y consumista, reforzado por un paradigma educativo y cultural esencialmente racionalista y tecnocrático. 

 

Resultan esperanzadores nuevos enfoques, tanto en las ciencias sociales como naturales, y por supuesto en el arte, en donde se acentúa en dos factores fundamentales: la ética y la afectividad, para impulsar alternativas de desarrollo económico, científico-tecnológico y de convivencia social, cultural y política.  Asimismo, los movimientos sociales contraculturales que apelan también a la ética y la afectividad, para una convivencia digna entre todos los seres humanos y con la naturaleza; y que, con indignación y abundantes gestos simbólicos y afectivos, más allá de los discursos ideológicos doctrinarios[3], vienen levantando su voz: “¡basta ya!”, “otro mundo es posible”. 

 

En fin, hoy resulta fundamental la comprensión y el cultivo de la dimensión afectiva y emocional, en el marco de un nuevo paradigma educativo y cultural, para propiciar relaciones que contribuyan a una convivencia más armónica, saludable y gratificante.  

 

Como bien señala Martin Buber, una sociedad verdaderamente humana es aquella donde sus miembros se confirman recíprocamente, y “el hecho de que esta capacidad esté yerma en tan gran proporción constituye la verdadera debilidad y lo cuestionable de la raza humana[4]

 

La sociedad no es una máquina de hacer dinero ni un casino para el disfrute de los magnates financieros. Es una comunidad global de seres humanos en búsqueda de afirmar su humanidad sensible, pensante y diversa. Un proyecto en construcción permanente, donde lo ético y lo afectivo se articulan para dignificar las relaciones económicas, sociales, políticas y con la naturaleza.

 

Si la pandemia ha expuesto “en carne viva todas las desigualdades sociales, las injusticias, las violencias […]”, como lo expresara recientemente la jurista internacional Elizabeth Odio Benito[5], la post-pandemia podría ofrecer un escenario óptimo y promisorio para este nuevo pacto global por la justicia y la equidad. 

 

Una oportunidad y un desafío que también pone a prueba nuestra condición humana. 

 

*El autor es sociólogo costarricense



[2] Al respecto, es importante el señalamiento de Victoria Camps: “Podemos decir que la cooperación es la cara compasiva de la política, pero esta debe promover el desarrollo, porque el fin no es otro que la justicia”. Camps, Victoria. El gobierno de las emociones. Barcelona, Herder, p.147     

[3] Vega, Alvaro (2017). Cuando azota el frío. Globalización y afectividad. Heredia, C.R. EUNA. Cap. I y II. 

[4] Citado por Paul Watzlawick. El sinsentido del sentido o el sentido del sinsentido. Barcelona, Herder, p.95. La cursiva es nuestra. 

2 comentarios:

CARLOS MASSE NARVÁEZ dijo...

Mas que comentar en el sentido de "evaluar" el text, expongo brevemente dos cuestiones relacionadas a dos puntos por los que pasa el argumento del autor: 1) La dificultad de convencer a los ricos de la necesidad de un cambio de modelo global y civilizatorio, no es solamente el gran amor que sienten por la riqueza material impulsado por la avaricia que, por un lado les impide pensar y ver que, la catástrofe ecológica ya está encima y que ellos también perecerían al lado de: la fauna, la flora y todos los humanos que habitamos este planeta Tierra; aún cuando ellos poco tienen de humanos; sino también la propia organización que han generado en "Las Corporaciones". Estas, no tienen alma están constituidas por acciones que son adquiridas por personas que invierten en ellas y, las cuales no participan en la toma de decisiones. Con ello, estas especie de trust o holdings, son autopoiéticos. Se reproducen automáticamente para la producción de la riqueza mediante la elevación de la productividad, como ya sabemos, a costa de una mano de obra sobre-explotada, pauperizada y frustrada, por un interminable número de factores que lo determinan de esa manera por el sistema capitalista, pero que no es posible argumentar en este espacio.

Unknown dijo...

Excelente artículo, el cual revela una dimensión de desarrollo equivocado que conduce cada día, con más fuerza, hacia una desigualdad repugnante.