sábado, 17 de octubre de 2020

Desde pasado mañana

 El problema que encaramos no consiste en preguntarnos qué será de nosotros y nuestros descendientes, sino en decidirlo desde nuestra vida cultural y política en estos tiempos de claroscuro. La vida nos ha enseñado que la enfermedad y la muerte son hechos naturales, pero la salud es un producto de las formas de organización de la vida social.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América

Desde Alto Boquete, Panamá


Entre 1918 y 1920, en un mundo poblado por unos dos mil millones de humanos, la pandemia de la llamada gripe española ocasionó 40 millones de muertes. En 2019, cuando la población de humanos se acerca a los ocho mil millones, la pandemia del Covid 19 ha ocasionado algo más de un millón. Más allá – o más acá - de las evidentes diferencias científicas y tecnológicas, y en capacidades de organización estatal e internacional, la desigualdad en las cifras expresa el hecho de que ambas pandemias tuvieron lugar en momentos distintos de un mismo proceso de desarrollo civilizatorio en el sistema mundial.
  

En lo más visible, las dos panemias ocurrieron en momentos de crisis en el desarrollo del sistema mundial. La de 1918 – 1920, en el gran desorden de la I Guerra Mundial y sus consecuencias. La de 2019, en las etapas iniciales de una crisis económica y social, agravada por una creciente inestabilidad política. Aun así, siempre es bueno trascender lo aparente en las realidades históricas, recordando la diferencia entre la contradicción principal que las anima y el aspecto principal de esa contradicción, y atendiendo a las tendencias dominantes en el desarrollo del moderno sistema mundial en que la crisis alcanzó tal dimensión sanitaria.

 

En el caso de la gripe española, esa tendencia general era ascendente. El sistema iniciaba entonces su transición desde su organización colonial dominante desde 1750. Esa transición se encontraba apenas en la primera fase de la Gran Guerra de 1914-1945, la cual finalmente llevaría de la desintegración de aquel sistema colonial a la integración del internacional que hoy a su vez parece acercarse a su propia crisis de transición.

 

Esto debería decirnos algo sobre nuestras perspectivas de futuro. Para lograrlo, debemos ser capaces de observar el mundo de anteayer desde el claroscuro de las incertidumbres que nos plantea el de pasado mañana. Algunas de esas incertidumbres expresan el temor que provoca el agotamiento de una fase histórica en el desarrollo de nuestra especie, devorada por las contradicciones y conflictos de grupos humanos enfrentados entre si y con su entorno natural. Otras expresan la esperanza de trascender esa fase agotada para ingresar en otra de superior calidad humana, aprovechando lo mejor del pasado para construir un futuro libre de los males del presente, y capaz de manejar de manera mucho más solidaria los problemas nuevos y más complejos que surjan de su propio desarrollo.

 

A esto último se han referido, por ejemplo, las Encíclicas Laudato Si’ y Fratelli Tutti del papa Francisco, publicadas en 2015 y 2019, respectivamente. La primera expuso la dimensión ambiental de nuestros problemas sociales del modo en que lo recomendara el historiador norteamericano Donald Worster, al decir que el ambiente es un espejo que la naturaleza pone ante nosotros para enseñarnos el verdadero rostro de nuestra socieda. Fratelli Tutti, a su vez, nos plantea la dimensión política de esos problemas sociales a la luz de valores y esperanzas que todos compartimos, aunque constituyan más la excepción que la norma en vida el mundo que hasta ahora hemos construido.

 

Ninguna de las dos ha sido pensada como un documento erudito – aunque ambas lo sean – sino y sobre todo como una agenda para el diálogo entre los humanos acerca de nuestro futuro. En eso, la Iglesia de Francisco tiene amplia experiencia en la gestión de procesos de larga y muy larga duración. Ella desempeñó un papel de primer orden en la transición de la Edad Antigua a la Edad Media; supo sobrevivir a la transición entre la Edad Media y la Moderna, iniciar su propia reforma – con los altibajos propios de toda obra humana -, y contribuye ahora a encauzar la que vivimos hacia un futuro menos incierto.

 

Ese sentido del papel de la esperanza en el proceso mayor del desarrollo humano se cimenta en valores de fraternidad, cordialidad, laboriosidad y solidaridad que son característicos de nuestra especie. El desarrollo que nos interesa es el de nuestras mejores características, en el sentido – por ejemplo – en que lo entendía José Martí al decirnos que

 

Los tiempos no son más que esto: el tránsito del hombre – fiera al hombre – hombre. ¿No hay horas de bestia en el ser humano, en que los dientes tienen necesidad de morder, y la garganta siente sed fatídica, y los ojos llamean, y los puños crispados buscan cuerpos donde caer? Enfrenar esa bestia, y sentar sobre ella un ángel, es la victoria humana.[1]

 

Así las cosas, el problema que encaramos no consiste en preguntarnos qué será de nosotros y nuestros descendientes, sino en decidirlo desde nuestra vida cultural y política en estos tiempos de claroscuro. La vida nos ha enseñado que la enfermedad y la muerte son hechos naturales, pero la salud es un producto de las formas de organización de la vida social. Nos toca comprender y decidir cómo deben cambiar esas formas de vida para prevenir el riesgo de desastres políticos, sociales y económicos como los que han abierto paso al desastre sanitario que enfrentamos hoy. 

 

Nadie está en capacidad (aún) de trazar una ruta precisa a un destino en curso de definición. Todos, en cambio, estamos ante la necesidad de definirlo para crearlo, transformando el mundo en el proceso.

 

Alto Boquete, Panamá, 16 de octubre de 2020

 



[1] “Carta de Nueva York”. La Opinión Nacional, Caracas, 4 de marzo de 1882. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. IX, 255.

 

1 comentario:

Sorela dijo...

Mirar retrospectivamente siempre ayudado Por qué las historias cuentan formas Cómo salir de los atolladeros la única diferencia es que deberíamos plantearnos comamos devolucionado a tal grado en que está escrito de salud no pertenece a lo que el sistema por sí mismo habría producido sino a la dirección omnipresente de personas que dañan la salud y que impiden que las personas se curen