sábado, 23 de enero de 2021

Argentina: Desempolvando los miedos

 El desarrollo de la ciencia y de la humanidad en su conjunto, dos siglos atrás, no son los actuales. Sin embargo, frente a otras enfermedades y el surgimiento de nuevas vacunas para su prevención, las reacciones fueron similares.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


Llegaron las primeras partidas de vacuna contra el Covid y se han aplicado a la primera línea de fuego, el personal de la salud. Luego vendrán – conforme el estricto protocolo de las autoridades sanitarias – los mayores de sesenta años. Esto significa un universo de más de siete millones de personas. La mayoría de ellas advierte esperanzada, como una barrera y un freno a los contagios que pueden provenir de cualquier lado, sobre todo, los afectos del entorno. Otros, se oponen ante la incertidumbre de los efectos secundarios no determinados. En todos los casos, su aplicación es voluntaria.

 

La sputnik V de origen ruso, exige una segunda dosis a los 21 días después de la primera, cuyos componentes son diferentes. Está claro que no se pueden mezclar vacunas. Está claro también que el nivel de eficiencia ha ido subiendo hasta el 100%. Presidentes, gobernadores se vacunaron, no bien llegaron las primeras dosis, para darle confianza a la población. Hecho que no basta, como tampoco el esfuerzo colectivo de la sociedad científica, los laboratorios, los gobiernos y sus equipos de salud en haber logrado una rápida respuesta al flagelo planetario iniciado hace un año. 

 

Un aluvión de sobreinformación y desinformación tendenciosa bombardeó a la aterrada opinión pública, la que librada a la especulación continua de los medios, se prende a cualquier absurdo.

 

No es nuevo; como en otros tiempos, vuelven los miedos escondidos tras cortinas de polvo, avivados por los agoreros que en todas las épocas han puesto de manifiesto argumentos similares, algunos absolutamente descabellados.

 

A pesar de que la ciencia médica y cualquier persona ciertamente espabilada puede afirmar que las vacunas son un adelanto impresionante que lograron erradicar enfermedades letales y, con ellas, enterrar la mortandad de millones a través de la historia, no es menos cierto que desde las campañas de Edward Jenner con la vacuna para niños y jóvenes contra la viruela en 1800, no se hicieron esperar las críticas masivas de padres, políticos, curas, hasta lograr las famosas asociaciones en contra de las vacunas. Resulta interesante recorrer caricaturas de la época en que los dibujantes supieron captar irónicamente la atmosfera del momento y plasmarla en las viñetas de los periódicos de entonces. Hombres y vacunos celebraban un encuentro inentendible frente al azote de la viruela y el maravilloso descubrimiento de Jenner que lo reconoce como el padre de la inmunología.

 

El desarrollo de la ciencia y de la humanidad en su conjunto, dos siglos atrás, no son los actuales. Sin embargo, frente a otras enfermedades y el surgimiento de nuevas vacunas para su prevención, las reacciones fueron similares. Es famosa la ciudad de Leicester en Inglaterra por su oposición a las vacunas, llegando a reunir más de 100 mil personas en contra de ellas.

 

Si bien la vacuna contra la viruela fue obligatoria por ley en 1853 en el Reino Unido, pero las controversias y problemas operaban en cada país de manera diferente. Lo mismo puede decirse cada vez que surgía otra enfermedad y su vacuna, volvían las mismas resistencias. Como ocurrió con el tétanos, la difteria y la tos ferina en 1970 o 20 años antes con la poliomielitis. En cada ocasión también surgieron los defensores de la libertad y los derechos individuales, como si el empleo de este tipo de medicamentos vulnerara precisamente, esos derechos consagrados cercenando el ejercicio democrático.

 

Entonces advertimos que las enfermedades van acompañadas de una simbología especial conforme el impacto que producen en los individuos y las sociedades. Lo que Susan Sontag fue elaborando a través de La enfermedad y sus metáforas, en cuyo primer ensayo se encargó de la tuberculosis y el cáncer y diez años más tarde, del sida, en los años ochenta del siglo pasado. Justamente ella que había luchado desde los 40 años con un cáncer de mama y de útero 30 años después.

 

La tuberculosis y el cáncer tenían dos imágenes distintas, mientras la primera se asignaba a la melancolía y la tristeza, enfermedad de los artistas y poetas, la segunda con la represión, con los rencores que se acumulan e invaden un órgano con metástasis. En este caso los médicos hablan en un lenguaje bélico en donde la quimio y los rayos son las armas para vencer las células cancerígenas. El enfermo constituye el campo de batalla. Todo el ambiente cobra la gravedad de la muerte y las comunicaciones se realizan en voz baja, en donde el médico y los familiares más cercanos, tratan de evadir la gravedad del paciente. Es una puesta en escena que muchos hemos vivido dentro de nuestras propias familias y admitimos como propia de esa enfermedad representada por un cangrejo.

 

El impacto de la actual pandemia ha introducido también sus propias metáforas, las que han podido ser tratadas desde las distintas disciplinas poniendo énfasis en las características del virus, su transmisión y las medidas preventivas, desde el uso de barbijos hasta el aislamiento y la distancia social obligada. Una simbología gráfica se hizo presente en hospitales, escuelas, aeropuertos, estaciones de colectivos, cartelería ciudadana y en los programas de televisión. Nadie duda de qué se trata al ver la imagen del virus o los barbijos.   

 

Todos reavivamos los miedos cuando vemos la actualización de los datos diarios de la enfermedad. Nadie puede escapar a esa sentencia de muerte impredecible que pende sobre nuestras cabezas.

 

De allí que hay que esperar todo tipo de reacciones a medida que avance la vacunación. Los ojos estarán puestos en los gobiernos centrales, responsables de la compra, logística y distribución de las vacunas. De allí que muchos gobernadores opositores trasladen sus críticas solapadamente, diciendo que de ellos no depende la mayor cuota de responsabilidad y, escudándose en ella, abrirán escuelas y permitirán la expansión de las actividades económicas, sobre todo el turismo, en virtud – según se escudan – los requerimientos de una población cansada de la larga cuarentena. 

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