Hoy advertimos la presencia de esta otra pandemia, la que atacó nuestra psiquis. Actualmente, nadie duda de su existencia, aunque aún no dispongamos de la nomenclatura ni los relatos descriptivos, los conocimientos necesarios y, mucho menos, el modo de soportarla porque remedio, no tiene.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Por primera vez se nos impidió el contacto físico, la proximidad es letal para un virus que viaja en las diminutas partículas de saliva e ingresa por boca, nariz y ojos de las personas que rodean al enfermo.
Los padres, personas mayores declaradas en riesgo, quedaron en sus casas aisladas para no correr justamente, el riesgo de contagiarse.
Hijos y nietos, padres, hermanos, sobrinos, tíos, parentela o amistades, permanecieron separados por meses. En principio comenzamos a extrañarlos, aunque las video–llamadas y los celulares nos devolvieron imágenes y voces, cuya percepción comenzó siendo extraña. Los tonos y las inflexiones de voz – sin ser especialistas – nos fue mostrando estados de ánimo sutiles, miedos ocultos nos invadían a unos y otros sin poder definirlos. Fuimos alterando las rutinas, la vigilia se extendió y los períodos de sueño variaron y nuestra atención fue variando de objetos.
Sufrimos diversos trastornos de salud: alimentarios, dolencias corporales localizadas y difusas. Difícil de definir desde la ciencia o la periferia del psicoanálisis, mucho más desde nuestra impotente incomprensión. Algo andaba mal, muy mal.
El virus se detecta fácil y rápido, hasta puede hacerse sin descender de un vehículo. El simple hisopado en las mucosas y el empleo de un reactivo, revela su presencia. El resultado positivo procede al aislamiento e inicia el tratamiento. Las manifestaciones del alma son infinitamente más complejas y se reflejan en la conducta conforme cada persona, que al ser única, nunca es la misma. Hay enfermos no enfermedades. Elaborar una salida si es que la hay, para algunos puede ser imposible mientras que para otros, el conocimiento de sí mismo puede darle la ansiada esperanza. Su elaboración ya de por sí es una proeza única.
Jamás había pasado. Siempre nos dimos calor unos con otros. Viejos, jóvenes y niños nos abrigamos al permanecer juntos, codo a codo. Un manglar de cuerpos abrazados es la imagen que nos devuelve la historia desde la noche de los tiempos.
Al principio, por el miedo a la muerte y la novedad de su cercanía, no lo advertimos. Después comenzó la pesadilla, cuando la infinita extensión de las noches hizo más patética la íntima soledad. Esa que parece alojarse en la bóveda del cráneo, si es como creemos donde se localiza o es sólo una ilusión del progreso indefinido en que crecimos engañados. Solos… desgarradoramente solos, no sabíamos qué hacer.
Por prevención dejamos de saludarnos con las manos, como lo hicimos durante miles de años en que, con un lenguaje mudo, táctil, decíamos más cosas que en la estrechez de la palabra. Esta convención regía para conocidos y desconocidos como gesto de cortesía y respeto, conforme usos y costumbres de cada comunidad.
Pero con los íntimos… fue atroz, dejamos de besarnos entre familiares, pero sobre todo, dejamos de abrazarnos, esa extensión corpórea que nos contiene a quienes nos abrazamos para saber que no estamos solos, que somos una unidad colectiva sobre la intemperie de la faz de la tierra.
Los rioplatenses y también algunos chilenos, los pastores de ovejas de la Patagonia, tenemos la costumbre de tomar mate. Una infusión de yerba mate, altamente nutritiva y estimulante que se coloca en un pequeño recipiente, generalmente una calabaza hueca que cabe en la mano y se bebe con una bombilla metálica. Desde siempre ese legado guaraní que estimularon los jesuitas en las misiones, es compartida. “Naide niega un amargo a naide, como en mi pago un asado no es de naide y es de todos” es una tradición de nuestros gauchos desde que se transformaron en los centauros de la pampa.
Nuestras noches de estudiantes universitarios consumimos kilos de yerba en esas prolongadas noches de estudio, cuando teníamos que rendir materias. Todo el mundo carga el termo con el mate cuando sale de viaje y, el colmo de los colmos, son los charrúas (los uruguayos) cuando salen a caminar con el mate y el termo en la mano.
Hoy advertimos la presencia de esta otra pandemia, la que atacó nuestra psiquis. Actualmente, nadie duda de su existencia, aunque aún no dispongamos de la nomenclatura ni los relatos descriptivos, los conocimientos necesarios y, mucho menos, el modo de soportarla porque remedio, no tiene.
Esencialmente sociales, en cuerpo y alma, alma y cuerpo que se alternan y superan sólo en comunidad, como la colmena y las abejas que solas, son simples insectos y no esa maravilla plasmada en el panal. Del mismo modo el hombre estuvo y está licuado en su grupo de origen, hasta que la modernidad produjo el prodigio o descubrimiento del “yo” y nos fuimos camino de un individualismo enfermizo que ha culminado en este narcisismo exacerbado del nuevo siglo y milenio. Tan alienante y enfermizo por la presencia de las tecnologías de la comunicación que se consumen sin control ni medida por toda la comunidad. Todo el mundo anda hipnotizado por las pantallas táctiles personales. Urge estar conectado todo el tiempo. Nuestros cuerpos se disolvieron en algoritmos. Somos millones de datos dispersos por el éter.
Las redes se han transformado en la vidriera continua que debe alimentarse con la imagen propia todas las horas. Cómo y dónde amanecí, qué tengo puesto, qué comí y con quién y, desde luego, las poses de modelo de moda que busca la devolución de los “cientos” de seguidores que, en grandes cantidades se puede transformar en “influencer”, alguien que influye entre sus fans.
Todo efímero, volátil, carente de sentidos en el sin sentido de la vida que, al menos, merece la debida indagación personal, como aconseja la máxima socrática sobre el conocimiento de sí mismo.
Pero… seamos sensatos, la tecnología es un adelanto asombroso que no es bueno ni malo. Cualquier mecanismo por rudimentario fue fundamental, una simple palanca facilitó el esfuerzo humano, multiplicando los kilos que podían mover sus brazos. Fue bienvenida y buena. No hay duda. En cambio su uso que depende de la persona que está detrás, es lo que genera resultados tan dispares o disparatados.
No es la navaja ni el mono, sino quien supuso que un animalito sin discernimiento podría tener un instrumento cortante en sus extremidades superiores.
El entrañable Mario Benedetti siempre exhortaba a manifestar los afectos desde el corazón, corazón a corazón para que se confundan los latidos. De allí que siempre es bueno recordarlo:
“Un simple abrazo es una forma de compartir alegrías/ así como también los momentos tristes que se nos presentan./ Es tan sólo una manera de decir a nuestros amigos que los queremos y nos preocupamos uno por el otro, porque los abrazos fueron hechos para darlos a quienes queremos./ El abrazo es algo grandioso. Es la manera perfecta para demostrar el amor que sentimos cuando no conseguimos la palabra justa./ Es maravilloso porque tan sólo un abrazo dado con mucho cariño, hace sentir bien a quien se lo damos, sin importar el lugar ni el idioma porque siempre es entendido./ Por estas razones y muchas más… hoy te envío mi más cálido abrazo.”
El vate chileno, Pablo Neruda, en La magia de un abrazo se cuestiona:
“¿Cuántos significados se esconden detrás de un abrazo?/ ¿Qué es un abrazo sino comunicar, compartir/ e inculcar algo de sí mismo a otra persona? Un abrazo es expresar la propia existencia a los que nos rodean, cualquier cosa ocurra, en la alegría y en el dolor./ Existen muchos tipos de abrazos, pero los más verdaderos y los más profundos, son aquellos que transmiten nuestros sentimientos. A veces un abrazo, cuando el respiro y el latido del corazón se convierten en uno, fija aquel instante en mágico en lo eterno./ Otras veces un abrazo, si es silencioso, hace vibrar el alma y revela aquello que aún no se sabe o se tiene miedo de saber./ Pero más de una de las veces, un abrazo es arrancar un pedacito de sí para donarlo a algún otro hasta que pueda continuar su propio camino solo.”
Nuestro universal e inolvidable Jorge Luis Borges en El amenazado se confiesa:
“Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir./ Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz./ La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y espadas, la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el saber de un sueño?/ Estar contigo es la medida de mi tiempo ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz./ Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio del amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles./ Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar./ Ya los ejércitos me cercan, las hordas. (Esta habitación es irreal, ella no la ha visto.)/ El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo.”
Fusión de amor y cuerpo en el poema que más lo describe según los críticos, pone de manifiesto el mal que nos acecha y no imaginamos cómo resolver.
Desde la oscuridad de la caverna donde los petroglifos dejaron testimonio artístico del espíritu humano; desde Hesíodo a Homero y el nacimiento de la filosofía los pensadores clásicos, entendieron la inmanencia de la sociabilidad humana, algo propio de su esencia. Somos esencialmente sociables los humanos, presupuesto de las ciencias sociales que se enseña a los estudiantes que eligen esta disciplina.
La vida de relación comienza desde los primeros pasos, desde que el niño se descubre distinto y separado de su madre. Los llantos y miradas ceden el paso a la palabra con la que luego podrá transmitir ideas abstractas. Lo sabemos. Lo que no sabemos es cómo vamos a vivir en el futuro con esta pandemia que llegó para quedarse…
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