sábado, 24 de septiembre de 2022

Hacia un nuevo orden mundial

 Después de haberse suspendido  por tres años, debido a la pandemia, se llevó a cabo una nueva Asamblea General de la ONU. Pero no fue un acto de rutina; pasará a la historia en razón de que se oyeron voces mayoritarias denunciando el (des)orden mundial imperante, debido a la  ya decadente hegemonía imperial de Occidente. 

Arnoldo Mora Rodríguez / Para Con Nuestra América

De manera particular, merecen destacarse aquellos  países latinoamericanos, cuyos gobiernos van a la vanguardia de las luchas democráticas populares; en especial, me agradaron las intervenciones del presidente Petro de Colombia y de la Presidenta Xiomara Castro de Honduras. Pero para entender este esperanzador gesto de resonancia planetaria, es necesario tener presente como trasfondo, el deplorable panorama que nos arroja la actualidad política mundial. 

 

Hechos recientes que han sacudido la escena de la política mundial,  tales como el asalto al Capitolio de Washington por hordas azuzadas por el candidato perdedor y presidente en ejercicio, Donald Trump,  los efectos deletéreos en vidas humanas de la pandemia provocada por el covid-19, las grandes catástrofes climáticas y, de manera particularmente dramática, la  aberrante guerra en Ucrania, que tiene a la humanidad en vilo ante la amenaza de una  conflagración  termonuclear, entre otros muchos conflictos que azotan al mundo entero,  nos hace pensar que estamos ante el mayor y más trascendente cambio en la historia de la humanidad, desde que Occidente accediera a la cúspide de la historia desde que en el siglo VI antes de nuestra era, la Liga de Atenas derrotara al último gran imperio de Oriente liderado, en este caso, por los persas.

 

Con ello no quiero  decir que Occidente como potencia cultural haya decaído; los valores culturales  occidentales, en el más amplio sentido de la palabra, conservan todo su vigor y su vigencia; pero no así  su hegemonía política, pues ya no posee el  control de poder centralizado para regir los destinos de la humanidad; sus contradicciones internas, al volverse irreversibles, demuestran fehacientemente su grado de descomposición y decadencia. Lo cual ha traído como consecuencia, la consolidación del liderazgo en la escena mundial del eje Rusia-China, cuyos sistemas políticos han surgido de las  más importantes revoluciones político-sociales del siglo XX, inspiradas ambas en la ideología marxista-leninista; pero desempeñando una y otra roles diferentes: Rusia como máxima potencia militar, como  lo demostró en Siria y China como potencia financiera como se hizo patente luego de la crisis de 2008  y se ha confirmado en el actual período de pandemia; la potencia asiática pronto dominará también en el ámbito de las tecnologías de punta, único espacio en donde, hasta el momento,  Occidente domina, a pesar de que China, en las tecnologías de la comunicación, tan sensibles en sus implicaciones y aplicaciones en el ámbito de la política, da signos  de haber adquirido un dominio incontenible. 

 

Ahora bien, si partimos de  la premisa de que  lo que acaece en el presente sólo se entiende si indagamos sus antecedentes históricos, nos lleva a hurgar  el pasado de la humanidad. En concreto, hay que remontar a  las causas  políticas que provocaron la expansión planetaria de Occidente, mediante el recurso a una estructura de poder centralizado que le dio el dominio imperial. El Estado como poder imperial es obra de Roma. Pero ese dominio imperial romano se centró en el  ámbito geográfico del Mar Mediterráneo, si bien fue mucho más lejos, pues  le permitió llegar en el Norte  hasta Escocia, a las riberas del Danubio en el Este europeo y a Persia en el Este asiático; a pesar de ello,  Roma, en lo substancial no pasó de ser un imperio regional que giraba en torno al Mar Mediterráneo. 

 

La expansión del Occidente imperial se dio a partir de las Cruzadas (1089) teniendo como ideología una visión religiosa de raíces cristianas hegemonizada por el papado romano. Es con la mentalidad de Cruzadas que nace el primer imperio absolutamente planetario y que fuera  hegemonizado por la corona de Castilla. La conquista de América constituye  el inicio de la expansión imperial  de Europa como centro de poder mundial, que dio como resultado  “la acumulación primitiva de capital”  al decir de Carlos Marx. Con ello se daba inicio  a la hegemonía de una nueva clase social, la burguesía, que asumía el poder al  derrotar, gracias a las revoluciones liberal-democráticas, al feudalismo representado en las monarquías absolutistas. 

 

Así se ponían las bases políticas para  que en una nueva etapa histórica,  se diera  el surgimiento del capitalismo moderno basado en la revolución industrial, iniciado en Inglaterra. Pero las potencias industriales  requerirán del resto del mundo, considerado como su periferia colonial, para explotar la mano de obra esclava y los recursos de las materias primas; para lograr lo cual,  se requiere controlar un más amplio  espacio geográfico que posibilite la expansión del comercio. Ese espacio lo suministrará  el Océano Atlántico, lo que acarreará  la conquista colonial por parte de la corona inglesa de  América del Norte  en el siglo XVII  y, al expandir su poderío imperial, de la India en el siglo XVIII. Consolidada la revolución industrial en los países de Europa Central, éstos se  repartirán en el siglo XIX,  como si fuera  una torta de cumpleaños,  el África  Subsahariana  y el Cercano Oriente; valga hacer notar que sólo  el más longevo de los imperios, China, escapará al dominio imperial de Occidente. 

 

Pero Europa entra en crisis en el siglo XX,  provocando la Ira. Guerra Mundial  debido a las disputas en torno a la explotación de los recursos extraídos de las colonias. La gran derrotada  y humillada de esa guerra fue la Alemania hegemonizada  por la familia imperial de Prusia; lo cual provoca el colapso mayor de la cultura occidental: el nazifascismo, cuyo desenlace es la II Guerra Mundial. Una Europa desangrada y en ruinas  pierde los últimos resabios de dominio mundial; en sus dos extremos geográficos surgen las nuevas potencias que se dividirán el mundo: en el Este la Unión Soviética y en Oeste  los Estados Unidos, como último heredero del imperialismo occidental. Incapaz de mantener el ritmo de la revolución científico-tecnológica en la que se basa el poderío de Occidente, la Unión Soviética se hunde  en 1990, dejando al imperio yanqui en solitario en el último decenio del siglo pasado. Pero con el nuevo milenio  pronto  el último imperio de Occidente, los Estados Unidos, dan muestras inequívocas de que han entrado en el círculo  irreversible de su decadencia. 

 

Lo que ahora sigue no es el surgimiento de un nuevo imperio sino el nacimiento  de un nuevo sujeto, que escribirá los próximos capítulos de una historia esta vez sí de la humanidad entera, un ciudadano  no occidental ni oriental, sino un ciudadano planetario, pues se enfrentará al desafío inédito de salvar la especie, amenazada de extinción total por el abuso del poder  que ha logrado gracias a la moderna revolución científico-tecnológica. 

 

Estas amenazas de extinción se hacen patentes por tres causas: una política, cuya consecuencia sería  la destrucción provocada por una guerra termonuclear, la  otra por el desarrollo  industrial desenfrenado con fines lucro inmediato, que sería causada por la destrucción masiva de todos los recursos del planeta, especialmente de las especies vivientes, el surgimiento de nuevas y más mortíferas pandemia, por guerras absurdas como la que desangra al Este europeo. 

 

Hoy la  humanidad debe construir una sociedad con conciencia planetaria si quiere sobrevivir, basada en el amor a la Madre Naturaleza y en la igualdad social y cultural de todos los pueblos y que resuelva sus conflictos en base al respeto irrestricto al derecho internacional. La decadencia del último imperio de Occidente, tema con el cual hemos dado inicio a esta reflexiones, no significan el fin de la humanidad siempre y cuando seamos capaces de forjar  un nuevo sujeto histórico: el ciudadano planetario, que ha tomado conciencia de los límites del poder y es capaz de reconocer en el otro a un hermano  y en la Naturaleza a su madre nutricia. De lo contrario, éste será el último siglo del homo sapiens. 

 

Ahora el primer paso es marchar hacia un mundo multipolar, cuyo poder radique en la configuración de bloques geopolíticos que dialogan a través de instituciones creadas para esos fines; para lo cual se requiere  hacer de las Naciones Unidas, no sólo un  foro de discusión y de entendimiento, sino también el núcleo de lo que deberá ser en un no largo plazo un poder centralizado que asuma y resuelva los grandes desafíos de la humanidad como un todo. 

 

De esta manera, la política adquirirá su mejor y más noble sentido: será la capacidad del homo sapiens de poder convertir  el futuro, de un destino ciego a un  ámbito de libertad creadora, concebida como horizonte de posibilidades infinitas.  Pero, en la actual coyuntura histórica, no olvidemos que la humanidad está ante la alternativa  hamletiana de ser o no ser.

1 comentario:

Alban Bonilla dijo...

Eso de "decadente hegemonía Occidental" ya se afirmaba en el siglo XIX ¿Cuánto tiempo necesitará esa hegemonía para desaparecer?