Después de tres años en el poder, Nayib Bukele sigue contando con altos índices de popularidad, que es lo que seguramente le hace dar este paso. Sus políticas han sido tasadas frecuentemente de populistas, lo que en términos de la jerga política contemporánea quiere decir que “juega para la gradería”, es decir, que toma medidas que gozan de la aceptación de la población, pero no necesariamente están apegadas a derecho o permitirán darle solución a los problemas que pretenden resolver.
Algunas de esas medidas han sido muy controversiales. Una fue la adopción del bitcóin como moneda de curso legal en su país. El New York Times tituló un artículo reciente al respecto de la siguiente manera: ““Bukele ha demostrado que le importa más la imagen pública que la buena gestión económica”. A eso es a lo que nos referíamos cuando decíamos que se le tilda de populista.
Para poca fortuna de Bukele, el bitcóin no ha resultado la panacea que anunció que sería. El mismo diario norteamericano antes mencionado dijo el 5 de julio pasado: “Durante la reciente caída del mercado, las tenencias de bitcóin del gobierno han perdido alrededor del 60 por ciento de su valor supuesto. El uso del bitcóin entre los salvadoreños se ha desplomado y el país se está quedando sin dinero después de que Bukele no logró recaudar nuevos fondos de los inversores en criptodivisas”.
En otro tema crucial para El Salvador, el de la violencia, sus políticas tampoco han estado exentas de problemas. Después de un alza intempestiva de los índices de violencia, el presidente acudió a políticas de mano dura que fueron acremente criticadas por ser violadoras de elementales derechos humanos. Causaron estupor las fotografías que circularon de penales salvadoreños en los que los mareros eran tratados peor que a animales maltratados y las arengas presidenciales les amenazaron con dejarlos morir de hambre.
Antes, en una performance a la que acudieron masas enardecidas que lo aclamaban y militares que lo respaldaban, se tomó el Palacio Legislativo, dijo comunicarse con Dios y amenazó con disolverlo si no aprobaba un préstamo en el que estaba interesado.
Mientras tanto, los salvadoreños siguen siendo de los principales contingentes de las masas de migrantes hacia los Estados Unidos, y las remesas que envían hacia su país siguen siendo la columna vertebral de la economía.
La salud y la educación no han levantado cabeza, lo que quiere decir que siguen teniendo índices de calidad paupérrimos. El gobierno de Bukele ha entregado computadoras a los estudiantes, y el 82% de la población lo ve con buenos ojos, pero el 18% sigue siendo analfabeto.
Los gestos populistas de Bukele le aseguran las bondades de lo que el New York Times llama “la imagen pública”, pero los indicadores sociales y económicos del país no parecen despegar como lo propala su presidente.
Así como cuando quiso hacer su voluntad, como niño haciendo berrinche se tomo el Palacio Legislativo acuerpado por uniformados y grupos vociferantes de partidarios, así ahora no tiene escrúpulos en anunciar que se saltará la Constitución del país para ser reelecto en el 2024. Es posible que proponga una reforma constitucional y la logre, puesto que tiene un Congreso que le es afín, o simplemente haga caso omiso de ella.
Más allá de las bravuconadas, algunas un tanto pueriles, de Nayib Bukele, sería bueno reflexionar sobre la gran necesidad que tiene la gente de encontrar solución a los problemas que la aquejan.
En otros países de la región, como en Costa Rica por ejemplo, aparecen personajes parecidos, que catalizan los deseos de poner alto a la corrupción, a la violencia, a la inoperancia de la burocracia estatal, al alto costo de la vida.
En este sentido, Bukele se va convirtiendo en una especie de modelo del hombre de mano dura que no vacila en saltarse las reglas en aras del bien común. Es muy peligroso, porque es un tipo de popularidad que pareciera avalar aquello de lo que hubiéramos querido alejarnos en Centroamérica cuando en los años noventa se firmaron los acuerdos de paz, las dictaduras que nos ensangrentaron durante toda nuestra historia.
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