Ahora la izquierda se porta bien, participa en elecciones, se atiene al estado derecho hasta ahora construido, pero le responden con un menú de bajezas que van de los improperios, las mentiras y los montajes hasta esto, el intento de asesinato de una de las lideresas más connotadas del continente.
El asesinato de Cristina no llegó a concretarse, pero no todos han corrido su misma suerte. En las calles de Caracas fueron asesinadas de manera atroz, quemadas por turbas exaltadas, personas que “parecían” chavistas, es decir, eran pobres, de color, y no participaban de los actos de la turbamulta que ponía alambre espigado en las autopistas para que los motoristas murieran degollados.
Lo mismo pasó en 2018 en Nicaragua, en las barricadas erigidas en calles y carreteras, seguramente siguiendo un guion preestablecido quién sabe dónde, se hizo arder hasta la muerte a militantes sandinistas. Esas son las manifestaciones que la atomizada oposición cataloga de pacíficas.
Cuando logran sus objetivos, pasa como en Brasil, que se han tenido que tragar todo un período presidencial con un energúmeno que no merecería estar en ningún puesto del aparato estatal, ni en el más bajo y marginal, porque ahí también haría daño. Eso se logró con el asesinato político, afortunadamente solo temporal, de Lula.
O como en Bolivia, en donde después de hincarse con la Biblia en las manos en el lobby del palacio presidencial, iniciaron una persecución que incluyó a Evo Morales, quien tuvo que salir a escondidas y protegido para que no le pasara lo del caraqueño o nicaragüense asados en las brasas del odio.
Biblia en mano y llenándose la boca con la palabra libertad tratan de detener los cambios que han empezado en América Latina desde las postrimerías del siglo XX. La campanada dada por la victoria de Hugo Chávez en Venezuela en 1998 los ha dejado turulatos y no saben reaccionar sino de esa forma, violentamente, incitando al odio, saltándose todas las reglas y normas que ellos mismos establecieron.
¿Qué habría pasado si llegan a matar a Cristina? En estos momentos, ya Mauricio Macri habría enviado sus condolencias y habría condenado al asesino, la ola de indignación popular podría haberse cebado con el centro de Buenos Aires, el presidente Fernández estaría haciendo llamados para la reconciliación de la nación y habría una nueva Evita en el panteón argentino.
Pero quienes están empecinados con que las cosas no cambien ni un centímetro seguirían en las mismas, en Argentina y en cualquier otro país del continente. “¡Berta Cáceres, Cristina Fernández, presente!” se gritaría en las manifestaciones, pero ellos se habrían salido con la suya.
Todo tiene un límite, y esta gente hace mucho rato que lo traspasó. Se mueven como peces en el agua en un aparato institucional que ellos mismos fabricaron, y cuando no les sirve o están impacientes, hacen esto. Tienen alianzas con los grandes poderes dominantes en el mundo, reciben financiamiento abundante, y cuentan con la mojigatería de quienes se escandalizan cuando se les planta cara y tratan de no colorearse no vaya a ser que la embajada les niegue la visa y no puedan llevar a los nenes a Disney en las vacaciones venideras.
Pero, a pesar de todo, como dijo Galileo Galilei, e pur si muove… y la bala se queda encasquillada en el arma homicida. No queda más que empujar hacia adelante en medio de este tiempo confuso que semeja el fin de todos los tiempos. Solo los pueblos detendrán las múltiples debacles a las que nos enfrentamos, y ya están en movimiento. “Más temprano que tarde…”
2 comentarios:
Excelente análisis. Sigue ilustrándonos nuestro querido y respetado Rafa.
Saludos afectuosos
Bueno: en Nicaragua fueron más de 300 los estudiantes asesinados ¿Por la derecha?
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