sábado, 4 de febrero de 2023

La CELAC y la integración pendiente en América Latina

 El problema que llevó a la paralización de la CELAC no fue la presencia de líderes de izquierdas con discursos ideologizados sino el boicot activo de una nueva derecha regional que rompió el consenso mínimo basado en la defensa de las respectivas soberanías y la autodeterminación de los pueblos. 

Arantxa Tirado Sánchez / www.lamarea.com

El pasado martes 24 de enero se celebró en Buenos Aires la VII Cumbre de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Se trata de un acontecimiento cuya importancia se desconoce en España, a pesar de que la creación de este organismo constituyó la principal iniciativa para sentar las bases de una integración soberana del conjunto de los países de América Latina y el Caribe desde tiempos de la Independencia. No en vano, la presentación de la CELAC se realizó en diciembre de 2011 en Caracas, coincidiendo con la celebración del Bicentenario de la Independencia venezolana. Hugo Chávez fue el anfitrión de un evento que suponía la continuidad histórica de los intentos de unidad frustrados en el siglo XIX y un punto de inflexión, también geopolítica, en el continente. 
 
La CELAC de 2011 fue la cristalización de un momento brillante en la historia de los países de América Latina y el Caribe. Las luchas de los pueblos contra el neoliberalismo en las décadas precedentes habían sembrado el camino para que llegaran al gobierno una serie de mandatarios de una izquierda plural. La Venezuela de Hugo Chávez jugó un papel protagonista liderando un bloque contrahegemónico de poder en el sistema internacional de post-Guerra Fría. A través de una política exterior estratégicamente activa, Chávez consiguió ampliar y diversificar las relaciones de su país con el mundo y trató de materializar el ideal de la integración latinoamericano-caribeña pensando, junto a Fidel Castro, la creación de varias organizaciones que sirvieran para concretar las ideas de Simón Bolívar sobre la unión de la Patria Grande. La CELAC fue una de ellas, quizás la primordial, por la participación de todos y cada uno de los 33 Estados que componen América Latina y el Caribe, a pesar de sus diferencias ideológicas, siempre presentes. De ahí que la CELAC hiciera de la “unidad en la diversidad” su lema. 
 
Pero antes de la CELAC hubo otras iniciativas que conformaron una geopolítica alternativa a la estadounidense. En 2004 se creó la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), propuesta venezolano-cubana a la que se fueron incorporando los aliados estratégicos de ambos países. También de ese año fue la creación de la Comunidad Suramericana de Naciones, germen de lo que en 2008 se convirtió en la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), otro organismo de concertación política subregional que se atribuye al impulso de Lula da Silva en su primer mandato. Venezuela pronto se aprestó a asumir un papel activo en el marco de la UNASUR poniendo su petróleo al servicio de la cooperación energética entre los países de Suramérica.   
 
La VII Cumbre de la CELAC ha recibido poca atención mediática fuera de América Latina y el Caribe, lo que convierte a esta organización en una gran desconocida, más allá de las personas que siguen la actualidad de estos procesos políticos regionales. Por supuesto, casi nadie en la prensa española -ni se diga en la academia especializada en relaciones internacionales que se hace en Europa, en EEUU o, incluso, en sus réplicas latinoamericanas- les contará estos acontecimientos poniendo a Venezuela como motor de la integración e, incluso, como artífice de los necesarios acuerdos políticos del momento entre fuerzas ideológicamente dispares. No es de extrañar, pues reconocer que la Cuba castrista o la Venezuela chavista han aportado algo positivo a todo un continente es imposible para quienes ni siquiera asumen que ambos procesos revolucionarios pueden haber comportado un mínimo de beneficio a sus respectivos pueblos. Sabemos que decir cosas positivas de Cuba o Venezuela es anatema, cierra puertas en la academia y en los grandes medios, poniendo bajo acusaciones de ideologización, cuando no de financiación castro-chavista, a quien se atreve a hacerlo. Pero es paradójico que las denuncias sobre la ideologización de quienes tratan de explicar el mundo desde una perspectiva contrahegemónica impidan, a quienes las profieren, observar la propia ideología presente en su defensa acérrima del orden económico y geopolítico existente. 
 
Omitir el protagonismo venezolano en los intentos de integración política regional no ayuda a que las personas puedan entender qué significó que un continente periférico en el sistema internacional, con graves problemas de desigualdad y pobreza, y sometido a la inestabilidad política constante, tratara de conformar un bloque de poder contrahegemónico justo en el territorio que EEUU considera su patio trasero. Un bloque contrahegemónico liderado, además, por el país que atesoraba las principales reservas probadas de petróleo del mundo, Venezuela, con un presidente dispuesto a gestionarlas según su soberano criterio. 
 
Para dimensionar la importancia y peligrosidad de los organismos creados baste comprobar cómo estos fueron congelados o, incluso, clausurados, cuando las derechas de Lenín Moreno en Ecuador, Mauricio Macri en Argentina y Jair Bolsonaro en Brasil llegaron al gobierno. Antes de que estos presidentes decidieran dar la espalda a la CELAC e, incluso, abandonar su participación en la UNASUR, sus países trataron también de priorizar a la panamericanista Organización de Estados Americanos (OEA), así como crear otras organizaciones paralelas que sirvieran de contrapeso a lo que la derecha interpretaba como una excesiva influencia del “eje bolivariano”. 
 
Ideas similares las hemos escuchado estos días por boca del presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, quien en la última reunión de la CELAC ha retomado la idea de una integración entendida como mera apertura comercial, proponiendo crear una zona de libre comercio en todo el continente que recuerda al fallido proyecto estadounidense del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Para Lacalle Pou, la CELAC no podrá subsistir si la izquierda considera que esta organización es su “club de amigos ideológicos”. El mandatario uruguayo, en última instancia, pide bajar el tono político llamando “tentación ideológica” al hecho de considerar la integración latinoamericano-caribeña como un proceso eminentemente político, más que técnico. 
 
Pero la CELAC, que tiene mecanismos de diálogo y cooperación directa con China o la Unión Europea, pudo funcionar armónicamente incluso con la presencia de presidentes tan o más ideologizados como los que ahora se sientan en estas cumbres. El problema que llevó a la paralización de la CELAC no fue la presencia de líderes de izquierdas con discursos ideologizados sino el boicot activo de una nueva derecha regional que rompió el consenso mínimo basado en la defensa de las respectivas soberanías y la autodeterminación de los pueblos. 
 
En este sentido, el nuevo momento político por el que pasa la región, con una mayoría de mandatarios de izquierdas, algunos de ellos por primera vez en décadas, como es el caso de Gustavo Petro en Colombia, es esperanzador para retomar el viejo y postergado proyecto de la integración. El presidente Da Silva anunció el otro día en Buenos Aires, de hecho, que se va a reactivar también la UNASUR. Pero en la América Latina de hoy, el actual presidente del país que fue impulsor de la CELAC, Nicolás Maduro, no ha podido asistir a la VII Cumbre por presiones de la extrema derecha. La correlación de fuerzas regional no es la misma para las ideas bolivarianas, que incluso encuentran reticencias entre algunos presidentes progresistas, como el chileno Gabriel Boric

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