sábado, 11 de febrero de 2023

Argentina: Despedida que no es tal para Beinusz Szmukler

 La intención que me lleva a escribir estas líneas es homenajear al militante aguerrido y al amigo consecuente y solidario siempre abierto al diálogo. Destacar que su corazón no latía  al ritmo de dogma o prejuicio alguno. Beinusz Szmukler falleció el pasado 7 de febrero a los 91 años de edad.

Carlos María Romero Sosa / Para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

En la edición correspondiente al  2 de octubre de 2021, los compañeros y amigos de la Revista Con Nuestra América publicaron una nota de mi autoría en celebración de los 90 años del doctor Beinusz Szmukler, el impar luchador desde la adolescencia por la justicia social, la libertad, la defensa de los recursos naturales en tanto resortes fundamentales de la Independencia Económica de los países,  riquezas sobre las que  cuando no se hablaba de defensa del medio ambiente, intuyó él la importancia de su explotación racional. 
 
Hacia los primeros años de la década del cuarenta  del siglo XX, los epilogales de la llamada “Década Infame” con fraudulentos gobiernos conservadores en la Argentina, el inconformismo en materia política y social lo impulsó siendo estudiante secundario a este emigrado de origen judío nacido en Kletsk –entonces pequeña población de Polonia en la frontera con la Unión Soviética, arrasada pronto por la barbarie nazi y hoy en poder de Bielorrusia- a militar en la Federación Juvenil Comunista. Lo hizo sin medir riesgos, como que para entonces un juez había condenado a veinticinco años de prisión al obrero de la construcción Carlos Bonometti “por comunista”. Asimismo a poco actuó en la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, organismo fundado en 1937 entre otros por Deodoro Roca, el líder de la Reforma Universitaria de 1918, por el Senador Nacional socialista tucumano Mario Bravo y por el Senador Nacional santafecino Lisandro de la Torre, aquel “Fiscal de la República” que denunció el contubernio entre los intereses de los frigoríficos británicos y los oligárquicos funcionarios locales. 
 
Desde la Comisión Jurídica de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre –al presente Liga Argentina por los Derechos Humanos-, el ya para entonces abogado Beinusz Szmukler, graduado en la Universidad Nacional de La Plata, velaba por el irrestricto respeto de las libertades públicas y las garantías individuales, tan vapuleadas por las policías bravas de la época que inauguraron la práctica de la tortura con la picana eléctrica. 
 
Con más gracia que resentimiento y con parecida sinceridad a la de aquel Silvio Pellico prisionero de los austriacos en su famoso libro decimonónico, solía narrar él también sus prisiones sufridas a partir de 1945. Porque naturalmente su biografía política lleva las marcas de la incomprensión tanto del naciente movimiento peronista hacia la izquierda, cuanto del sectarismo codovillista del comunismo local hacia el peronismo. 
 
Ese desencuentro sin duda determinó gran parte de nuestra dependencia, bastante de la inestabilidad institucional y lo endeble de los gobiernos populares y progresistas surgidos después de la proscripción del justicialismo en 1955, como el del doctor Cámpora en 1973 y su primavera de 49 días acechados por la reacción. Al respecto cabe hacer una interrogación contrafáctica: hubiera sido posible tanta política reaccionaria y disciplinadota de las mayorías, con una confluencia natural y deseable de los sectores populares en un gran movimiento con un justicialismo sin complejos por reconocerse de izquierda y dispuesto a alejar de su seno, no a los grupos moderados con todo el derecho a serlo, y en cambio sí dado a purgar a los de extrema derecha que también anidaron o se infiltraron en sus filas desde su mismo origen. Es de lamentar que esa bandera de tantos luchadores de distintas extracciones nació descolorida. Prevaleció la común incapacidad para comprender, por una parte que con medias tintas seudo reformistas y menos con nostalgias totalitarias aprovechadas por corruptas y retardatarias burocracias sindicales, mal puede  ser cambiada para bien la realidad. Y por otra que el movimiento popular liderado por el Coronel y luego General Perón, no era la versión local del nazifascismo vencido en Europa, sino un conglomerado por supuesto lleno de contradicciones pero nutrido en forma inequívoca por la clase trabajadora, como todo proletariado tan “privada de medios de producción y obligada a vender su trabajo para poder subsistir”, tal la vieja definición de Marx. Con común tristeza retrospectiva hablábamos con Beinusz de este tema aún irresuelto. Yo le recitaba unos versos del sacerdote Leonardo Castellani, alguien no precisamente de izquierda: “No fueron los comunistas/ los que mataron a Cristo.”                                                
 
Ya en su madurez, cuando  los años del genocidio perpetrado por la última dictadura y antes aún, cuando los grupos parapoliciales que actuaban durante el gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón, Szmukler se contó entre los pocos –el ex Presidente Raúl Alfonsín fue otro- que a riesgo de sus vidas presentaron recursos de “Habeas Corpus” por los desaparecidos y denunciaron públicamente las violaciones a los Derechos Humanos. 
 
En los últimos años su prédica y acción cumplida en especial desde su función oficial en el Consejo de la Magistratura y en el plano más doctrinario en la Asociación Americana de Juristas, fueron preponderantes para hacer tomar conciencia a la comunidad sobre la necesaria democratización de la justicia. Sus opiniones contaban y tenían resonancia pública. Días pasados sin que el calor del verano en nuestra tropicalizada ciudad de Buenos Aires lo amedrentara, se lo vio manifestando contra los integrantes de la Corte Suprema de Justicia de la Nación sometidos a un constitucional juicio político iniciado por la denuncia del gobierno del doctor Alberto Fernández en respuesta a un clamor de gran parte de la ciudadanía que advierte en el máximo tribunal y en buena parte de los inferiores, sobre todo en los del Fuero Federal, poco edificantes actitudes lindantes con el prevaricato y más que dudosas sentencias de corte político acordes con los intereses de la plutocrática oposición macrista.  
 
Uno de sus últimos gestos fue concurrir a saludar al presidente de Cuba,  llegado a la Argentina con motivo de la cumbre de la CELAC. Precisamente Miguel Díaz-Canel al enterarse de su fallecimiento ocurrido el 7 de febrero último acaba de expresar: “Recientemente, lo vimos en Buenos Aires, lúcido, afectuoso y alegre, a pesar de malestares; Cuba le agradecerá, eternamente, su firme posición al lado de la verdad, en defensa de los 5 y su solidaridad con la Revolución.
 
Lejos de buscar aquí trazar una síntesis biográfica del querido Beinusz. La intención que me lleva a escribir estas líneas es homenajear al militante aguerrido y al amigo consecuente y solidario siempre abierto al diálogo. Destacar que su corazón no latía  al ritmo de dogma o prejuicio alguno. No ocultaré que quizá no se había desprendido del todo en él el tic de la disciplina partidaria del férreo Partido Comunista Argentino. Lo advertí por ejemplo al contarle  que en 1983 yo había votado por el doctor Oscar Alende, un intransigente nacionalista popular. Me respondió que le hubiera gustado hacerlo de igual manera, aunque debió cumplir con lo establecido por las estructuras partidarias y sufragó entonces por el desangelado y derechoso Italo Luder. 
 
Claro que aunque seguro de sus principios era demasiado bondadoso para ser intolerante. Y en todo caso los años y su innegable capacidad intelectual lo terminaron de poner de espaldas a un sectarismo estalinista con el que sospecho nunca estuvo de acuerdo en el fuero íntimo y que tanto mal le hizo al campo popular todo e incluso a miembros de las propias filas partidarias. 
 
Por mi parte seguiré añorando nuestros diálogos. Hasta me atrevo a confesar que más sus enseñanzas de vida y utopías que las siempre lúcidas impresiones suyas sobre la contingencia política actual traducidas en cotidianos nombres propios, al fin y al cabo efímeras unas y probablemente olvidables otros frente al perpetuo girar del mundo. Me ocurrirá sobre todo cuando vaya a sentarme, ya solo ahora en el bar de nuestras tertulias vespertinas del borgeano barrio de Palermo; la última vez que eso ocurrió fue a finales de diciembre de 2022 previo a la Navidad.  Allí, en la mesa que a menudo ocupábamos, estoy seguro que su imborrable memoria exigirá a mi espíritu que no deje caer en las abdicaciones dictadas por el desencanto, los ideales que supimos compartir desde el primer encuentro, café de por medio.    

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