sábado, 18 de febrero de 2023

Argentina: Lo que no se quiere ver

 En Argentina, un país con 46 millones de habitantes – según los datos del último censo de población y vivienda realizado –, hay 8,8 millones (19,1%) de niños y niñas pobres y sin derechos básicos, según un informe publicado estos días por UNICEF Argentina.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Miramos desde que abrimos los ojos. Miramos lo bello y eso nos gusta, nos place, nos llena de alegría y entusiasmo. Por el contrario, no miramos lo que nos irrita, lo que nos causa dolor; eso no lo queremos ver. No vemos lo que nos molesta, fastidia, repugna o directamente, no nos gusta. Todo el tiempo estamos haciendo uso de esa conducta como para preservarnos. De alguna manera estamos a la defensiva. Eso que en lo privado tratamos de evitar y no hacemos evidente, aunque lo practicamos todo el tiempo dentro de la propia casa, como esconder la basura bajo la alfombra, tapar los trastos viejos en el fondo del patio, cuando lo hay, o directamente embolsar los desperdicios para que los lleve el recolector, cuestión que por normas de higiene está bien vista y promocionada. Esto adquiere otro relieve cuando se traslada a la sociedad y, como todo hecho social, adquiere relevancia política; hay un conflicto invisibilizado, un conflicto que supone condiciones inhumanas de existencia, algo que requiere reparación. Pero para que haya reparación, la situación debe salir a la luz, colocarse frente a los ojos de los que no quieren ver.
 
Sucede que hasta la denuncia de algo fragrante, vergonzante hasta la indignación, suele escamotearse o colocarse escondida entre los grandes titulares de los medios, cuya tarea diaria coloca lo que en ese momento, concita el interés público. Y… el vapuleado interés público, es fomentado con noticias de la farándula, alguna venta millonaria de de las estrellas de fútbol que, con el auge que adquirió con el triunfo mundial de la selección nacional, cualquier banalidad de los ídolos, ocupa los grandes titulares, tanto en las redes como en los medios masivos.
 
La cruda realidad, la que viven millones de personas anónimas, esa, esa no se ve y, quienes tendrían en sus manos la solución de la situación, son los que menos quieren ver.
 
Siempre estamos volviendo sobre los pasos dados, en momentos en que el cultivo del olvido tiene hasta funciones terapéuticas. ¿Para qué meterse en lo que no tiene solución? Es el argumento que corean quienes escuchan el problema y, a partir de allí, comienzan a lanzar sentencias de todo tipo y calibre. Sentencias que desde luego, eluden cualquier solución, porque en definitiva, el problema abruma y, sobre todo, aterra, nos da miedo admitirlo, sobre todo, nos da miedo que el fenómeno observado nos abrace, nos chupe como parte del mismo.
 
En épocas distópicas como las que vivimos, de desigualdad extrema y niveles de explotación e injusticia inimaginables, la pobreza avanzó vertiginosamente. Todas las políticas aplicadas son insuficientes, no alcanzan a ser ni paliativas y, quienes son los principales afectados no tienen voz; no pueden quejarse ni reclamar, porque son niños, adolescentes al cuidado de sus padres, que padecen la pobreza como ellos.
 
En Argentina, un país con 46 millones de habitantes – según los datos del último censo de población y vivienda realizado –, hay 8,8 millones (19,1%) de niños y niñas pobres y sin derechos básicos, según un informe publicado estos días por UNICEF Argentina, titulado: “Pobreza monetaria y privaciones no monetarias en niñas, niños y adolescentes en Argentina”.
 
El 66% de los y las niñas son pobres, viven en hogares con ingresos menores a la canasta de alimentos y servicios o están privados de derechos básicos, como el acceso a la educación, protección social, vivienda, agua o a un hábitat seguro.
 
Odio reducir personas a números, a los fríos números que eliminan todo rasgo de humanidad. Sin embargo, y esto es una verdad a voces, no podemos prescindir de los números, de las cifras que cuantifican los hechos sociales y nos permiten advertir realidades específicas y con ellas, tomar decisiones, decisiones que deberían tender a solucionar esa realidad social determinada que, en definitiva – y esto no debe confundirse con morderse el rabo – representa a un grupo humano, localizado, específico, cualquiera sea la dimensión de ese universo acotado. Hecho conocido por cualquier cientista social.
 
Por otro, las políticas sociales requieren de esas cifras para disponer de los recursos financieros y la estructura administrativa para canalizarlos a la gente, razón que da fundamento a los ministerios de desarrollo social que dependen del poder ejecutivo, dentro de las organizaciones gubernamentales modernas; dicho esto, claro está, a grosso modo.
 
Dentro de ese horroroso 20% de la población infantil que hace referencia UNICEF, muchos de esos niños mueren por diversas causas, contaminados por aguas servidas, accidentados, muchos de ellos abandonados a su suerte o al cuidado de sus hermanos mayores, mientras sus padres trabajan o deambulan en busca de un mendrugo. A esta situación, los investigadores la llaman pobreza no monetaria. Esto involucra privaciones de derechos que trascienden los ingresos: acceso a los alimentos, a la educación y la vivienda, flagelo que azota al 42,5% de esos casi 9 millones de niños, niñas y adolescentes.[1]
 
Continuando con el informe,… “Esta situación de pobreza multidimensional, que refleja el núcleo más duro de la pobreza, se mantiene desde hace más de seis años pero con tendencias distintas: mientras que la pobreza monetaria infantil no logra descender del piso del 50 por ciento, sí se ve una tendencia a la baja en la pobreza multidimensional. ‘Es que la pobreza monetaria depende del ciclo económico, de variables que hoy están en discusión como el tipo de cambio, los salarios, el desempleo, el consumo, pero sobre todo de los precios’", continuando:… “Salvo que haya un shock de ingresos importante o una gran caída de la inflación, la pobreza va a persistir en un rango elevado este año”.
 
El informe es demasiado claro como para no advertir que ninguna de las dos alternativas propuesta es posible, ni ingresos importantes ni caída de la inflación.
 
Según la misma fuente, el presupuesto nacional destinado a la infancia en 2023 presenta contracciones entre un 13,3 y un 22,2 por ciento, dependiendo del nivel de inflación (60% estimado en el presupuesto o 97% conforme proyecciones privadas). En 2022, la reducción fue del 4 por ciento.
 
Para 2023, el programa Conectar Igualdad tuvo un aumento entre un 39 y 55% en términos reales; los Jardines infantiles también tuvieron el aumento entre un 23 y 37% en términos reales y gran parte de las asignaciones del Ministerio de Salud presentan variaciones positivas en ambos escenarios analizados.
 
En cambio las Asignaciones Familiares (incluyendo contributivas y no contributivas) cayeron entre un 11 y 20% en términos reales, la Prestación Alimentar entre un 42 y 48% en términos reales, de Primera infancia incluye una caída entre el 24 y el 32% del Plan Nacional de Primera Infancia y del 90% de la línea de construcción de Centros de Desarrollo Infantil. Trasversalmente, el presupuesto asignado a la Secretaría Nacional de la Niñez, Adolescencia y Familia presenta una caída entre un 18 y 26% en términos reales.
En 2022, la Asignación Universal por Hijo AUH, se redujo 10,4% en términos reales, la Prestación Alimentar, 7,5%, Plan Nacional de Primera Infancia, 27%, Sennaf, 10%, Jardines Infantiles 45% y, prevención embarazo adolescente, 18%. El presupuesto es la herramienta idónea para reducir la pobreza de niños y niñas. Es fundamental priorizar las políticas públicas y, particularmente, los programas de protección de los ingresos que han demostrado ser una herramienta potente para mitigar la pobreza, sobre todo, la pobreza extrema. 
 
El informe sumó un análisis cualitativo de la organización social La Poderosa para visualizar las experiencias cotidianas y las historias de vida de mujeres que viven en barrios populares. Los testimonios dan cuenta de procesos de múltiples sufrimientos, estigmatización y culpabilización en edades tempranas y se sostiene con el trabajo comunitario y redes barriales. Se trata de redes sostenidas principalmente por mujeres que afrontan una triple jornada laboral: trabajo en el mercado, trabajo no remunerado en los hogares y trabajo comunitario. Estas mujeres, que con su trabajo sostienen los comedores y merenderos, los espacios de apoyo escolar, educación y cuidado infantil, cuidado de la salud, de atención de violencia hacia las mujeres y diversidades, no son en la mayoría de las veces ni reconocidas ni remuneradas.
 
El Estado provee los alimentos, pero no provee los salarios para las 70 mil mujeres que dan alimento diariamente a 10 millones de personas en todo el país. Razón por la cual presentarán un proyecto de ley en el Congreso de la Nación el día 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.[2]
 
Situación extremadamente dura para ser ignorada, sabemos que es una bomba de tiempo que terminará explotando en las calles. Aunque no se quiera ver, está ahí, miles de familias pobres acampan frente al Ministerio de Desarrollo Social, como en las plazas de las capitales de todas las provincias.
 
La cosa es tan grave que hasta los diagramadores del periódico, dudan en la manera de distribuir el orden de las informaciones. Junto con el artículo del informe de UNICEF Argentina, pero más destacado que el anterior e ilustrado con varias fotografías, Victoria Tolosa Paz a cargo del ministerio de Desarrollo Social de la nación, cuya sede sobre la avenida 9 de julio de la CABA, sede rodeada por los acampes de la Unidad Piquetera, como mencionábamos más arriba, debido a la suspensión de 100 mil titulares del programa Potenciar Trabajo hace dos semanas. La ministra dice sentirse “extorsionada”. 
 
Curiosa y penosamente, la misma expresión fue utilizada por Carolina Stanley, ministra de Desarrollo Social de Macri en diciembre de 2018, frente a un acampe parecido.
 
Tolosa Paz es una contadora de 50 años, nacida en el seno de una familia tradicional de La Plata donde estudio. Stanley es una abogada recibida en la UBA de 48 años, cuya carrera profesional y política comenzó en 1998, adhiriendo al PRO en 2003, desempeñándose luego en el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, también como ministra de desarrollo social. Claro, desde una alianza política opuesta al gobierno que representa Victoria Tolosa Paz.
 
Por edades, formación y pertenencia a clases sociales parecidas, lamentablemente se han expresado de idéntica manera, prueba que de alguna forma piensan parecido; conjetura a vuelo de pájaro puesta de manifiesto en la manera de reaccionar ante idéntico reclamo.
 
Aunque hay una diferencia sustancial, Carolina Stanley no tuvo que soportar la presión del préstamo tomado por Mauricio Macri ante el Fondo Monetario, cuyas consecuencias sí las padece Victoria Tolosa Paz, frente a un presupuesto acotado impuesto por las condiciones de financiamiento firmada ante el organismo crediticio.
 
Porque convengamos al Fondo hay que pagarle religiosamente, en diciembre pasado fueron 6.000 millones de dólares, en enero de este año, 1.956 millones de la misma moneda y reducir el déficit fiscal al 1,9% en un año en que la sequía ha hecho estragos.[3]
 
Imposible no ver estos problemas; problemas que afectan a la inmensa mayoría de la población con gobiernos débiles, presionados por la rancia oligarquía vernácula que ha logrado retornar a las ganancias extraordinarias del extinto modelo agroexportador. Argentina no es un país pobre, es un país empobrecido por la última dictadura cívico militar y sus continuadores civiles, una vez llegada la democracia.
 
En 2018, no hace mucho, Argentina, producía alimentos para 440 millones; cantidad que representa diez veces su población, la que en ese momento, era de 44 millones. Según la misma fuente, “Argentina, es el tercer productor mundial de miel, soja, ajo y limones; el cuarto de pera, maíz y carne; el quinto de manzanas; el séptimo de trigo y aceites; el octavo de maní”.[4]
 
Con variaciones climáticas y contingencias como las vividas en los años últimos años, el país mantiene su nivel de producción alimentaria de siempre, aunque su alta concentración en manos de pocos grupos de poder hace que, finalmente ellos decidan desde su escritorio, quién vive y quién no.
 
Cabe entonces a la sociedad organizada tomar consciencia de la gravedad planteada y exigir de las autoridades elegidas democráticamente que cumplan con el mandato otorgado e intenten disminuir las aberrantes condiciones en que viven nuestros niños, niñas y adolescentes.

[1] Natalí Risso, Pobreza; niños, niñas, últimos, Página 12, 16 de febrero de 2023.
[2] Natalí Risso, op. Cit.
[3] Ámbito financiero, 16 de enero de 2023.
[4] Daniel Pardo, Corresponsal de BBC Mundo en Argentina, 4 septiembre 2018.
 

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