sábado, 21 de junio de 2025

Del Antropoceno como destino

 El Antropoceno llamó de nuevo a la tarea de asumir como una forma de ideología a la organización positivista del conocer, y facilitó el paso a un debate sobre las relaciones entre lo social y lo natural en el desarrollo de nuestra especie de creciente presencia en las ciencias sociales como en las Humanidades.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Panamá

“Un progreso no es verdad sino cuando invadiendo las masas, penetra en ellas y parte de ellas; cuando no es sólo el Gobierno quien lo impone, sino las necesidades de él, que de la convicción unánime resulta. […] Las épocas de reforma no permiten reposo. Los apóstoles de las nuevas ideas se hacen esclavos de ellas.”

José Martí, 1878[1]


Wikipedia, en su lenguaje aséptico, lo explica así: “El Holoceno”, del griego [holos], 'todo', y [kainos], 'reciente' -  “es la segunda y última época del Cuaternario, que sucede al Pleistoceno y llega hasta la actualidad.” Tuvo su origen, añade, “hace 11 700 años”, tras concluir la última glaciación. A partir de entonces, el deshielo de los casquetes glaciares provocó un ascenso en el nivel del mar, que transformó a regiones en islas como las actuales Indonesia, Japón y Gran Bretaña; creó el estrecho de Bering entre Eurasia y América, y el cambio de clima produjo la desecación del actual desierto del Sahara. Con todo ello, además, en el Holoceno se formaron las condiciones que permitieron a los humanos el desarrollo de la agricultura y la creación de las civilizaciones que hemos conocido hasta hoy.

           

De la formación y desarrollo de esas civilizaciones vinieron finalmente las circunstancias que hace unos 500 años dieron lugar a la formación del primer mercado mundial en la historia de la Humanidad. Y el desarrollo de ese mercado a partir de la Revolución Industrial de fines del siglo XVIII – y en particular de la década de 1950 acá – generó un incremento sostenido en la extracción de recursos naturales, la producción agrícola e industrial, la generación de desechos transferidos a la biosfera, y el número de habitantes del Planeta. Para el año 2000, este proceso dio lugar a una Gran Aceleración, cuyos resultados sobre el planeta Tierra recibieron el nombre de Antropoceno, equivalente a la época de los humanos, cuando por primera vez la actividad de nuestra especie superó a todo otro factor en la generación de cambios en todas las esferas del planeta.

 

Esos cambios se hicieron además extensivos a la geocultura del moderno sistema mundial, afectada a un tiempo por el gigantesco impulso a la producción y el comercio generado por el proceso de globalización, y por la evidencia de que el impacto socio-ambiental del Antropoceno desbordaba la capacidad de análisis del conocer científico y el hacer político hasta entonces dominantes en ese sistema. Más allá del significado geológico del término – sujeto a una discusión muy especializada – el Antropoceno vino a introducir una ruptura en la cuidadosa organización del conocer en áreas separadas de conocimiento de lo natural y lo humano que el positivismo vino a establecer desde mediados del siglo XIX. Con ello, vino a nueva cuenta la observación hecha por Carlos Marx y Federico Engels en 1846, en el sentido de que 

 

Conocemos sólo una ciencia, la ciencia de la historia. Se puede enfocar la historia desde dos ángulos, se puede dividirla en historia de la naturaleza e historia de los hombres. Sin embargo, las dos son inseparables: mientras existan los hombres, la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condicionan mutuamente. La historia de la naturaleza, las llamadas ciencias naturales, no nos interesa aquí. En cambio tenemos que examinar la historia de los hombres, puesto que casi toda la ideología se reduce ya bien a la interpretación tergiversada de esta historia, ya bien a la abstracción completa de la misma. La propia ideología no es más que uno de tantos aspectos de esta historia.[2]

 

Con ello, el Antropoceno llamó de nuevo a la tarea de asumir como una forma de ideología a la organización positivista del conocer, y facilitó el paso a un debate sobre las relaciones entre lo social y lo natural en el desarrollo de nuestra especie de creciente presencia en las ciencias sociales como en las Humanidades. De ese proceso hace parte el ensayo “Gobernando el Antropoceno. Albedrío, gobierno, conocimiento”, de la politóloga brasileña Aurea Mota[3]. Allí, en lo más esencial la autora señala que la noción del Antropoceno 

 

ha abierto nuevas vías de investigación que, desde la creciente aceptación de la ciencia post-positivista, acercan por primera vez las ciencias naturales y las ciencias humanas y sociales. En ese sentido, el Antropoceno es más que un concepto; si bien sería tentador llamarlo un paradigma emergente, constituye un marco interpretativo transdisciplinario con importantes implicaciones ontológicas y epistemológica para todas las ciencias. Por esta razón, no se trata simplemente de que las ciencias humanas y sociales responsan a un desarrollo dentro de las ciencias naturales, sino de un desafío que todas las ciencias deben abordar.

           

Para la autora, un posible resultado de encarar ese desafío podría ser “una historia integrada del sistema terrestre y del mundo humano”, dado que “una de las direcciones obvias del paradigma emergente, al menos dentro de las ciencias de la Tierra, es que las sociedades humanas y la Tierra han forjado una tenue unidad, así como la conciencia de dicha unidad.” Esto tiene una trascendencia mayor de lo que imaginamos, pues una de las consecuencias del actuar humano en el Antropoceno – hecha evidente por ejemplo en el cambio climático, la erosión de la biodiversidad y el colapso de ecosistemas – consiste en que la Humanidad viene creando condiciones que alteran el ambiente del Holoceno y podrían restringir las posibilidades del desarrollo humano a mediano y largo plazo, o conducir a nuestra especie a su extinción.

           

Lo importante, en esta perspectiva, es que la noción de Antropoceno “se ha convertido en una categoría interpretativa importante para comprender el mundo actual y las sociedades humanas “dentro de una trayectoria temporal que abarca el tiempo planetario.” Para Mota, con ello destacan cuatro áreas principales de especial importancia para la teoría social: “la cuestión de la temporalidad, la naturaleza de la subjetividad y la agencia [que aquí traducimos como el albedrío], el problema del conocimiento y, en última instancia, una nueva comprensión de la gobernanza [que aquí traducimos como el gobernar]”.

 

En este sentido, la noción del Antropoceno “no es simplemente una condición de la naturaleza”, sino también “una condición social” que abre nuevas posibilidades a las sociedades contemporáneas para interpretarse “a sí mismas en términos de su pasado y su futuro.” De este modo,

 

Una vez que la conciencia de la nueva condición humana se integra a la autocomprensión histórica, el Antropoceno adquiere mayor importancia que una condición temporal del tiempo geológico: puede verse como un nuevo modelo cultural constitutivo de un nuevo objeto de conocimiento y un orden de gobernanza.

 

En este sentido, añade, “proponemos que una dirección prometedora para la teorización en las ciencias sociales y humana es abordar la noción de Antropoceno ejemplificada en las nuevas prácticas de conocimiento y, por lo tanto, no simplemente como una condición objetiva o que requiera una reformulación geológica del tiempo histórico.”

 

La noción de Antropoceno así encarada, en efecto, evoca “una concepción planetaria del tiempo y el espacio que exige replantear la noción del globo, la cual no capta plenamente la coevolución del mundo natural y el social ni el profundo tiempo histórico de la vida humana y planetaria.” De este modo, por ejemplo, si bien el Holoceno sigue siendo formalmente la época geológica en que vivimos, la noción de Antropoceno “sostiene que la Tierra está saliendo del Holoceno debido a la magnitud de la actividad humana.”

 

Esta visión se corresponde con el hecho de que, siendo el ambiente el resultado de las formas sociales de interacción con el mundo natural, si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear sociedades diferentes. Desde esta perspectiva, Aurea Mota plantea los términos generales del proceso de transformación geocultural asociado a esa transformación en el terreno de la alta cultura. 

 

Con ello, Mota amplía y enriquece las posibilidades de reflexión en el terreno de las relaciones entre esa cultura y la popular, donde han venido tomando cuerpo visiones y acciones de resistencia a lo peor y más dañino de la transición al Antropoceno. Y esto tiene su importancia para el curso de esa transición, y sus resultados, en la medida en que

 

Crear una cultura nueva no significa sólo hacer individualmente descubrimientos “originales”, significa también y especialmente difundir críticamente verdades ya descubiertas, “socializarlas” por así decirlo y por lo tanto hacer que se conviertan en base de acciones vitales, elemento de coordinación y de orden intelectual y moral.[4]

 

De eso se trata, justamente. Allí está una de las grandes tareas político-culturales de nuestro tiempo, para trascender la organización misma de la cultura y abrir paso al gobernar que demanda la transición en que andamos.

 

Alto Boquete, Panamá, 19 de junio de 2025

 



NOTAS


[1] “Reflexiones destinadas a preceder los informes traídos por los jefes políticos a las conferencias de mayo de 1878”. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,. 1975. VII, 168-169.

[2] C. Marx & F. Engels (1846:): “Feuerbach. Oposición entre las concepciones materialista e idealista”.Primer Capítulo de  La Ideología Alemana,1846http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/feuerbach/index.htm

[3] European Journal of Social Theory. Vol. 20 (1), february 2017, 9-38. https://www.academia.edu/35711307/Governing_the_Anthropocene_Agency_governance_knowledge

[4] Gramsci, Antonio, 1999: Cuadernos de la Cárcel. Edición crítica del Instituto Gramsci. Ediciones ERA, México. IV, Cuaderno 11 (1932 - 1933): “Apuntes para una introducción y una iniciación en el estudio de la filosofía y de la historia de la cultura”, p. 245 - 247.

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