En este momento de la historia, en la que hay un reordenamiento del poder mundial, surgen conflictos sumamente virulentos entre los grupos en pugna. Eclosionan en sitios en donde ya existía una fragilidad previa, un equilibrio precario o una contención endeble.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Son múltiples y en todas partes del mundo, pero no todos alcanzan atención mediática. En África, por ejemplo, existen conflictos en Somalia, Sudán del Sur, República Centroafricana, Burkina Faso, Níger, Mali, Nigeria, Etiopía y República Democrática del Congo. Abarcan desde guerras civiles hasta conflictos étnicos y religiosos. Estos conflictos se concentran principalmente en África Subsahariana y están vinculados a la presencia de recursos naturales, la pobreza, la vulnerabilidad estatal y tensiones étnicas y religiosas. Mucha gente que trata de escapar de estas condiciones es la que, desesperada, migra hacia Europa o, incluso, cruza el Atlántico y luego hace el largo recorrido hacia Estados Unidos atravesando Centroamérica luego de cruzar el Tapón del Darién. En Asia persiste la tensión en la península de Corea y entre India y Pakistán.
No hay conflicto de los mencionados en los que la Unión Europea y los Estados Unidos no tengan algún tipo de involucramiento. Es más, muchos de estos conflictos están dictados por la necesidad de estas potencias de mantener posiciones de dominio estratégico que les permita una posición privilegiada en el acceso a recursos naturales que sus industrias necesitan.
Tener uno o varios de estos recursos, en vez de abrir puertas para el desarrollo local, se transforma en una maldición: pone al país respectivo en el ojo de las grandes transnacionales occidentales que son respaldadas por sus respectivos gobiernos.
La voracidad por estos recursos no tiene barreras. Mientras existen gobiernos locales sumisos -lo cual significa que entreguen sus recursos a cambio de migajas, se hagan de la vista gorda de las violaciones de las leyes nacionales e internacionales, de los atropellos a las poblaciones locales y de la depredación de la naturaleza que provocan- las transnacionales estarán satisfechas y los gobiernos de sus respectivos países tendrán relaciones amistosas. Pero bastará el más mínimo amago de gesto nacionalista para que empiecen a proliferar los informes que muestren que en ese país hay violaciones a los derechos humanos, que no se siguen las reglas de la democracia y que hay necesidad de enmendar el rumbo pues, de lo contrario, habrá castigo.
Los países de la Unión Europea y los Estados Unidos se autoproclaman llamados por alguna instancia superior para determinar qué países cumplen y cuáles no con las reglas de “la” democracia. Si se pone atención, se verá que ahí en donde están sus intereses económicos está su interés por la democracia.
Mientras más indispensables para sus industrias sean los recursos que se poseen, mayor será su interés por el estado de la democracia. Se consideran, como dice Josep Borrell “el jardín del mundo”, el lugar al que todos quieren llegar, la cúspide del desarrollo humano y, por lo tanto, con la potestad para hacer prevalecer su voluntad en cualquier parte.
Ahí en donde reaccionen más virulentamente será en donde más sensibles sean sus intereses, y será también ahí donde los medios de comunicación cartelizados, puestos a su disposición como soportes culturales e ideológicos, pongan la atención mediática. El resto, solo existirá como un ruido de fondo.
Así que, precisamente por eso, ahora para ellos prácticamente solo existen dos conflictos: la guerra en Ucrania -en donde la OTAN se está jugando su supervivencia como fuerza beligerante y preponderante en el mundo- y el conflicto del Medio Oriente -que se resume a la actitud agresiva de su punta de lanza en la región, Israel-.
Todos tenemos los ojos fijos en ellos, mientras meten sus manos en el resto del mundo al costo de miles de víctimas. Ocasionalmente nos enteramos de las hambrunas -tal vez por algún anuncio que pide ayuda o algún documental-, los millones de desplazados que viven hacinados en campamentos desoladores, o de los ejércitos que arrasan a sangre y fuego.
En cada lugar en donde intervienen, ya sea produciendo o direccionando los conflictos, aprovechan para darle impulso a sus industrias armamentistas. Son un motor importantísimo de sus economías, así que no hay pérdida por ninguna parte.
Para nosotros, transforman la guerra en un espectáculo. Aparecen en la arena del circo sus aviones arrojando ráfagas luminosas, sus bombas aniquiladoras, y las noches iluminadas por los bombardeos. Obnubilados por las pantallas iluminadas con lo que quieren que veamos, perdemos de vista sus intenciones perversas, sus discursos hipócritas y las atrocidades que hacen.
¿Ha progresado moralmente el ser humano en su historia de más de 40 mil años?
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