El genocidio perpetrado por Israel en Gaza no da tregua, pero se incrementan la indignación y el repudio mundial en su contra.
Consuelo Ahumada / Para Con Nuestra América
Desde Colombia
Se conmemoró la semana pasada el segundo aniversario de la brutal arremetida de Israel contra Gaza, en medio de enormes movilizaciones de respaldo a su pueblo en varias ciudades del mundo, incluida Bogotá.
Gaza tiene la mayor cantidad de niños amputados y con gravísimas afectaciones psicológicas en el mundo. Más de 1.700 miembros del personal médico han sido asesinados.
En medio de una situación apocalíptica, hace dos semanas se produjo el asalto a la Global Sumut Flotilla. La integraban casi quinientos jóvenes de varias nacionalidades. Se movilizaron durante un mes, con el objetivo de romper el bloqueo impuesto por Israel a la ayuda humanitaria a Gaza.
Su avance por el Mediterráneo en medio de múltiples dificultades, y posteriormente su detención por las tropas de la ocupación, generó enorme expectativa, desconcierto, e incrementó la movilización social global.
En reciente pronunciamiento, la Internacional Progresista se refirió a un punto de inflexión frente al genocidio, que empezó con la provocadora intervención de Netanyahu en la reciente Asamblea General.
Allí sus palabras fueron desafiantes, tras el retiro de varias delegaciones. “Ridiculizó el reconocimiento de un Estado palestino como una «marca de vergüenza» y prometió «terminar el trabajo» en Gaza”.
Con el avance de la flotilla y su desenlace violento, el movimiento de apoyo se multiplicó, así como el repudio a Netanyahu. Arreciaron los pronunciamientos y movilizaciones en todo el mundo, las expresiones en distintos ámbitos, la cultura y el deporte.
El secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, señaló: “Es inaceptable e injustificable reducir a los seres humanos a meras víctimas colaterales”. Ratificó el compromiso de la Iglesia con ellas. Alabó las movilizaciones populares, en contraste con la pasividad de la comunidad internacional.
Y añadió: “No basta con simplemente decir que lo que está sucediendo es inaceptable y seguir permitiendo que suceda. Es necesario plantearse preguntas serias sobre si es lícito, por ejemplo, seguir suministrando armas que se utilizan contra la población civil”.
En esta intensa campaña de movilización y solidaridad internacional, el papel de los trabajadores/as y del movimiento sindical europeo ha sido significativo. En varios puertos, transportadores y estibadores rechazan y sabotean el envío de armas y suministros a Israel.
El apoyo sindical ha sido permanente. Desde el año pasado, la Central Sindical Internacional (CSI) y la Federación Sindical Internacional (FSI) intensificaron su solidaridad política y económica con los sindicatos de Cisjordania y Gaza. Representan a casi todos los sectores la economía global y tienen más de 200 millones de afiliados/as en más de 150 países.
El sindicato de Trabajadores de la Salud de Gaza ha insistido a los sindicatos internacionales para que presionen por el fin del genocidio y por la entrega de suministros médicos urgentes, necesarios para salvar vidas.
De hecho, decenas de trabajadores de la salud, personal humanitario, activistas y sindicalistas participaron de la Flotilla.
Tras del asalto, la principal central sindical italiana, CGIL, convocó a una huelga general en Italia. Fue una movilización histórica, tanto por la masiva participación como por sus reivindicaciones. “Si tocan a la flotilla paramos todo”, proclamó la CGT de España y trazó un plan de movilización nacional.
Por su parte, el Grupo de La Haya, liderado por Sudáfrica y Colombia, también intensificó sus acciones. En el marco de la Asamblea de la ONU, convocó a los representantes de 34 países para coordinar acciones legales, económicas y diplomáticas concretas contra Israel.
Estableció un modelo para que todos los Estados cumplan inmediatamente con sus obligaciones legales, con mecanismos sólidos de rendición de cuentas a nivel nacional, regional e internacional.
Algunas de las medidas propuestas fueron: detener las exportaciones militares y de doble uso; rechazar en los puertos los envíos de armas; impedir que buques con bandera nacional transporten armas a Israel; revisar y cancelar los contratos públicos con empresas de ese país; retirar a las instituciones públicas de las empresas cómplices; imponer embargos energéticos.
«La elección que tienen ante sí todos los gobiernos es clara: complicidad o cumplimiento. La historia nos juzgará no por los discursos que pronunciamos, sino por las acciones que emprendimos», señaló la declaración del Grupo de la Haya.
Pero regresemos al asalto a la flotilla. Las personas detenidas fueron conducidas a la tenebrosa prisión de Ketziot y sometidas a tratos degradantes. Los mismos que reciben a diario los palestinos detenidos por décadas: maltrato físico y psicológico permanente.
Esta vez se ensañaron con la activista ambiental Greta Thunberg. Fue arrastrada por el cabello, golpeada y obligada a besar la bandera israelí, en un intento de escarmiento general.
La ayuda humanitaria fue arrojada al mar en presencia del grupo. “¿Hasta cuándo la humanidad tolerará esta brutalidad sionista? La tristeza, la rabia, la ira, las vergonzosas imágenes provenientes de la Franja de Gaza, pero también de Cisjordania deben convertirse en reacciones masivas diarias para obligar a los gobiernos cómplices a dejar de apoyar al Estado asesino y finalmente detenerse”. Es el testimonio de Takis Politis, uno de los detenidos.
Pero ya avanza una nueva flotilla, cuyos integrantes reiteran su propósito de abrir un corredor humanitario y visibilizar todavía más el genocidio.
Por último, desde la semana pasada se discute en Egipto el plan propuesto por Trump, que busca preservar la ocupación de Palestina.
Por ahora, las conversaciones se centran en el intercambio de rehenes y prisioneros y en un alto al fuego. Pero el aislamiento y repudio internacional contra Israel siguen incrementándose. Su sentencia de genocida está dada y es inapelable.
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