Para Russia Time, la transición de la hegemonía unipolar a la multipolaridad “es un cambio cualitativo de entorno, no un orden nuevo”, y en esta coyuntura “la estabilidad interna y la capacidad de las autoridades para garantizar el desarrollo seguro de su Estado son ahora una prioridad en todas partes, algo incomparablemente más importante que las ambiciones externas.”
Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
“el éxito de los pronosticadores de los últimos treinta o cuarenta años, con independencia de sus aptitudes profesionales como profetas, ha sido tan espectacularmente bajo que sólo los gobiernos y los institutos de investigación económica siguen confiando en ellos, o aparentan hacerlo.”
Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX[1]
Para Lukiánov, el mundo contemporáneo enfrenta una situación paradójica de estabilidad en medio de una inestabilidad global. En esta circunstancia, dice, “el antiguo orden se ha derrumbado, no ha surgido todavía uno nuevo, pero, contra todo pronóstico, esto no desemboca en una ruptura revolucionaria del sistema.” Al respecto, agrega que el orden mundial liberal “ha terminado, no hay otro y no está claro si lo habrá, y si lo hubiera, cuándo y cuál será”.
En esto, como suele ocurrir, hay menos novedad de lo que se aparenta. Lo planteado por Lukiánov, en efecto, viene a ser una suerte de certificación de la visión de nuestro tiempo presentada por el destacado historiador británico Eric Hobsbawm (1917-2012) en su obra Historia del Siglo XX, publicada en 1994. Para Hobsbawm, el XX había sido un siglo corto, de apenas 77 años de duración, que se inició con la Primera Guerra Mundial en 1914, y vino a concluir con el fin de la Guerra Fría en 1991. Durante ese periodo,
A una época de catástrofes, que se extiende desde 1914 hasta el fin de la segunda guerra mundial, siguió un periodo de 25 o 30 años de extraordinario crecimiento económico y transformación social, que probablemente transformó la sociedad humana más profundamente que cualquier otro periodo de duración similar. […] La última parte del siglo fue una nueva era de descomposición, incertidumbre y crisis y, para vastas zonas del mundo como África, la ex Unión Soviética y los antiguos países socialistas de Europa, de catástrofes.
Y a eso agregaba lo siguiente:
La crisis afectó a las diferentes partes del mundo en formas y grados distintos, pero afectó a todas ellas, con independencia de sus configuraciones políticas, sociales y económicas, porque la edad de oro había creado, por primera vez en la historia, una economía mundial universal cada vez más integrada cuyo funcionamiento trascendía las fronteras estatales y, por tanto, cada vez más también, las fronteras de las ideologías estatales. Por consiguiente, resultaron debilitadas las ideas aceptadas de las instituciones de todos los regímenes y sistemas.
Desde esa perspectiva, se entiende que para Lukiánov el sistema actual no sea “insoportablemente injusto para ninguno de los actores […] como para exigir soluciones revolucionarias.” En ese sentido, convergen dos circunstancias. Por un lado, los 'de arriba' “no están en condiciones de ser hegemones plenos”, pues “carecen del dinero disponible, de impulsos sociales internos y aun del deseo de lograrlo.” Por el otro, los 'de abajo' “no quieren un cambio radical del orden existente”, sino más bien “aspiran a evitar su quiebra completa, temiendo efectos secundarios y viendo para sí mismos provecho en algunas instituciones”.
Para Russia Time, la transición de la hegemonía unipolar a la multipolaridad “es un cambio cualitativo de entorno, no un orden nuevo”, y en esta coyuntura “la estabilidad interna y la capacidad de las autoridades para garantizar el desarrollo seguro de su Estado son ahora una prioridad en todas partes, algo incomparablemente más importante que las ambiciones externas.” Desde esta perspectiva, el “objetivo realista” de la política de relaciones entre Estados en casos de conflicto ya no es “el aplastamiento total, sino una constante corrección de la situación establecida […] la obtención de condiciones más ventajosas para el período inmediato”.
En todo caso, atendiendo al último gran libro del historiador británico Eric Hobsbawm - Historia del Siglo XX. 1914-1991-, convendría considerar esa circunstancia nueva desde una perspectiva en la cual la crisis moral que afecta a nuestro sistema mundial presente no sólo se refiere a los principios de la civilización moderna, sino también a “las estructuras históricas de las relaciones humanas que la sociedad moderna había heredado del pasado preindustrial y precapitalista y que, ahora podemos concluirlo, habían permitido su funcionamiento.” No se trata, así, de “la crisis de una forma concreta de organizar las sociedades, sino de todas las formas posibles.”
Desde esa perspectiva se aprecia mejor la relación de afinidad y contradicción entre lo planteado por Hobsbawm y lo dicho por Lukiánov. Para el primero, la destrucción del pasado “o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX.” Para el segundo, treinta y un años después, a pesar de la inestabilidad generalizada, “el mundo demuestra una sorprendente capacidad de resistencia” que no surge de una nostalgia por el pasado, sino de “cambios más fundamentales, tanto en la estructura del mundo como del desarrollo interno de los Estados”. En esencia, mantener la estabilidad es una necesidad urgente frente a cambios imposibles de detener. “No es la base más sólida, pero por ahora no se ofrece otra”, concluye el analista ruso.
Vale la pena cerrar esta reflexión con lo planteado por Hobsbawm en la “Vista panorámica del siglo XX”, que sirve de introducción a su libro. Allí nos dice que la destrucción del pasado, “o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX”, que se prolonga en el XXI. Por lo mismo, no deberían olvidar este hecho “aquellos lectores que pertenecen a otra época, por ejemplo el alumno que ingresa a la universidad en el momento en que se escriben estas páginas, para quien incluso la guerra del Vietnam forma parte de la prehistoria” – como lo hace el hecho de que en un pasado relativamente reciente Cina era aún un país pobre y atrasado.
Esto resulta tanto más importante si recordamos que ya hacia mediados de la década de 1990 el mundo, para Hobsbawm, ya era “cualitativamente distinto” de lo que había sido en el siglo XX “corto” al que se refiere su libro. En primer lugar, dice, no era ya un mundo eurocéntrico desde un punto de vista político y cultural, aunque su segmento Noratlántico conservara aún una evidente superioridad económica y militar centrada en los Estados Unidos. En segundo, porque el mundo tendía ya a convertirse “en una única unidad operativa” en lo económico, mientras las “antiguas unidades”, definidas por la política de los estados territoriales, “han quedado reducidas a la condición de complicaciones de las actividades transnacionales”. Con ello, agrega, es posible que “la característica más destacada de este periodo final del siglo XX es la incapacidad de las instituciones púbiicas y del comportamiento colectivo de los seres humanos de estar a la altura de ese acelerado proceso de mundialización.”
Y a esto agregaba, como tercera característica de su tiempo – y “la más perturbadora en algunos aspectos -, “la desintegración de las antiguas pautas por las que ser regían las relaciones sociales entre los seres humanos y, con ella, la ruptura de los vínculos entre las generaciones, es decir, entre pasado y presente”. De todo ello, concluía Hobsbawm que
En las postrimerías de esta centuria ha sido posible, por primera vez, vislumbrar cómo puede ser un mundo en el que el pasado ha perdido su función, incluido el pasado en el presente, en el que los viejos mapas que guiaban a los seres humanos, individual y conjuntamente, por el trayecto de la vida ya no reproducen el paisaje en el que nos desplazamos y el océano por el que navegamos. Un mundo en el que no sólo no sabemos a dónde nos dirigimos, sino tampoco adónde deberíamos dirigirnos.
Y de todo ello concluye en la esperanza de que el futuro “nos depare un mundo mejor, más justo y más viable”, porque el “viejo siglo”, su siglo, “no ha terminado bien.”
Alto Boquete, Panamá, 3 de octubre de 2025
NOTAS
[1] (1994): Historia del Siglo XXI. 1914 – 1991. Crítica, Barcelona.
[2] Publicado:1 oct 2025 00:36 GMT
https://actualidad.rt.com/actualidad/566953-viejo-orden-derrumbo-legado-mundo-nadie-quiere-ganar
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