Donald Trump y su secretario de Guerra -como se llama ahora la otrora secretaría de Defensa- organizaron una reunión con los altos mandos del ejército de Estados Unidos y cada uno les lanzó un speech que ha de haber dejado atónito a más de uno, aunque no lo reflejaran en su rostro o sus gestos por órdenes previas de sus superiores.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Los discursos estuvieron plagados de exabruptos fascistoides que buscan ordenar a la institución en función de los intereses de la fracción de la oligarquía norteamericana actualmente en el poder. No solo lo que ahí se dijo, sino el mismo hecho de llamar a un acto en el que estarían reunidos en un solo lugar los más altos mandos del ejército, constituyó un hecho inédito que, desde antes que se realizará, provocó protestas de exfuncionarios de defensa del más alto nivel: un atentado con una artefacto de precisión -de los que tanto alardea el mismo Estados Unidos como una posibilidad en el cerco militar que tiende alrededor de Venezuela- habría descabezado a la institución armada más fuerte del planeta.
Dentro de todo lo destacable, nos importa aquí relevar las órdenes de Donald Trump de orientar la acción del ejército contra grandes ciudades del país en las que considera -sin fundamento, por cierto- que se está pasando por una catastrófica crisis de seguridad. Es decir, transformar al ejército en instrumento de vigilancia y represión sobre su propia población, lo cual implica que sea utilizado para atender no solo lo que la gente considera la inseguridad frente al hampa, por ejemplo, sino todo aquello que desde las altas esferas del poder político se entienda que atenta contra la estabilidad. Esto incluye a la protesta social, y estaríamos tentados de decir que, posiblemente, este sea el objetivo primordial de la actual administración republicana.
Es decir, se trata de una política para aumentar el control, posiblemente de forma preventiva ante lo que se prevé que pueda ser la reacción de la población ante lo que se puede avecinar frente a las acciones de Trump y su gobierno.
Este tipo de políticas es muy bien conocido en América Latina. Aquí la conocemos con el nombre de Doctrina de la Seguridad Nacional, que fue implementada durante la Guerra Fría, que transformó a las fuerzas armadas de todos nuestros países en verdaderos ejércitos de ocupación. La herencia que nos legó este período de nuestra historia es nefasta, y parece que le está llegando el turno al pueblo norteamericano de sufrirla en carne propia.
Aquí, dejó una estela de desaparecidos, muertos y exiliados que, después de treinta años constituye una herida que sigue supurando sin llegar a cerrar, y un entramado social en ruinas, que es una de las principales causas de las lacras sociales que actualmente vivimos y de las cuales aún no hemos encontrado el camino para desembarazarnos.
Hay quienes especulan que este cambio de paradigma de la función del ejército en los Estados Unidos significaría que dejan de prestar atención a su papel de gendarmes internacionales, como el que jugaron en Afganistán, Irak y la larga lista de “lugares oscuros” (según George W. Bush en su discurso del 20 de enero de 2005) en los que los Estados Unidos han intervenido. Los acontecimientos recientes en el Caribe y las amenazas crecientes a Venezuela niegan rotundamente esta suposición, a menos que América Latina no se considere parte del exterior norteamericano. La entiende, efectivamente, como su patio trasero, pero no parte integrante de su país. No es lo mismo una política hacia Chicago que hacia Caracas.
El proceso de fascistización del gobierno estadounidense sigue, implacablemente, su curso. No ha habido, hasta ahora, fuerza que se le oponga. Veremos hasta dónde pueden llegar y cuáles son las consecuencias que acarreará.
1 comentario:
Si, Rafael, de pleno acuerdo. Abrazo.
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