“Este siglo prepara la filosofía que ha de establecer el siglo que viene. Este es el siglo del detalle: el que viene será el siglo de síntesis.”
José Martí, 1882[1]
era capaz de producir cambios fundamentales y tal vez irreversibles en el planeta Tierra, o al menos, en la Tierra como hábitat para los organismos vivos. Esto era aún más inquietante que la perspectiva de una catástrofe causada por el hombre, en forma de guerra nuclear, que obsesionó la conciencia y la imaginación de los hombres durante la larga guerra fría, ya que una guerra nuclear globalizada entre la Unión Soviética y los Estados Unidos parecía poder evitarse y, en efecto, se evitó. No era tan fácil escapar a los sub-productos del crecimiento científico-económico.[2]
Y añadía enseguida: “Casi al mismo tiempo el término ‘ecología’, acuñado en 1873 para describir la rama de la biología que se ocupaba de las interrelaciones entre los organismos y su entorno, adquirió su connotación familiar y casi política.”
En lo que hace al cambio de épocas que vivimos, para el año 2000 el Antropoceno ingresaría al debate científico (y político) sobre la crisis ambiental global. El término pasó a designar una época en que la especie humana – en virtud del uso masivo de combustibles fósiles y de la vasta aplicación de la investigación científica a la innovación tecnológica que caracterizó a la economía mundial desde la segunda mitad del siglo XX – había creado las condiciones que la hacían capaz de incidir directamente en los sistemas naturales que habían generado el espacio ecológico seguro para el desarrollo humano en el planeta a lo largo de los 11 mil años anteriores.
De entonces acá, la alteración de los límites de ese espacio por la actividad humana ya se hace sentir en nueve campos en particular: el cambio climático; la pérdida de biodiversidad; los ciclos biogeoquímicos de sustancias como el nitrógeno y el fósforo; el deterioro de la capa de ozono que protege a la Tierra de la radiación ultravioleta; la acidificación de los océanos; la creciente escasez de agua dulce; los cambios en el uso del suelo; la carga de partículas contaminantes en la atmósfera, y la introducción de nuevas sustancias en la biosfera – como plásticos, sustancias químicas y productos biotecnológicos.[3]
Lo esencial, aquí, es que esa alteración ha ocurrido a partir de la interacción entre la especie humana y sus entornos naturales mediante procesos de trabajo socialmente organizados. Así las cosas, a los nueve cambios en curso en los sistemas naturales mencionados habría que agregar los ocurridos en la organización de esos procesos de trabajo, que nos han conducido a un décimo factor de riesgo global: la creciente desigualdad social que desestabiliza y amenaza a todas las sociedades del planeta.
No es de extrañar así que la cultura del Antropoceno demande considerar hasta qué punto, en qué medida y de qué manera esta situación exige trascender la imagen de lo humano y lo natural como esferas de conocimiento y de actividad separadas, para pasar del análisis del origen de nuestros problemas a la síntesis de la construcción de las soluciones que esos problemas demandan. Así, dice Davide Scarso, cabe mantener la noción del Antropoceno como “una esfera de procesos naturales […] diferentes de los asuntos sociales (o, para ponerlo de manera diferente, que los asuntos sociales son inherentemente humanos.)[4]
Al respecto, cabría recordar que ese carácter inherente a lo humano dentro del mundo natural radica en la capacidad de nuestra especie para el trabajo. Así, Federico Engels pudo plantear en 1876 lo siguiente:
El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economía política. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre.[5]
En ese sentido, el trabajo socialmente organizado constituye el vínculo orgánico entre la especie humana y el mundo natural, que permite a nuestra especie no limitarse a utilizar los recursos con que se encuentran en la naturaleza, sino transformarla para adaptarla a sus necesidades. Esto permite plantear dos cosas de interés para esta reflexión. Una, que el ambiente es el producto de esta relación en la que ambas partes interactúan entre sí. Otra, que cualquier cambio en nuestra relación con el entorno natural pasa por cambios en la organización de los procesos de trabajo que sustentan esa relación. Por lo mismo, si deseamos un ambiente distinto eventualmente tendremos que crear sociedades diferentes a las que han generado el ambiente que tenemos hoy.
El Antropoceno, en efecto, supone una circunstancia que nos lleva a trascender la separación entre lo social y lo natural como forma de organización del conocer generada en la fase ascendente del desarrollo de la civilización creada por el capital. El carácter de ese vínculo hacía parte también de la reflexión de Engels, para quien
En la naturaleza nada ocurre en forma aislada. Cada fenómeno afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de ésta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples.
En este sentido, la necesidad de pasar del análisis de fenómenos aislados entre sí a la síntesis de los procesos en que esos fenómenos tienen lugar demanda hoy un planteamiento cada vez más integrado del trabajo en el análisis de los problemas ambientales. Esto se corresponde con el hecho de que el Antropoceno es el producto de las formas de interacción entre lo social y lo natural en las condiciones creadas por nuestra especie a partir de la Revolución Industrial de fines del siglo XVIII, que potenció la organización de un mercado mundial que llevó a niveles sin precedentes el desarrollo de nuestras capacidades productivas y su impacto sobre el entorno global, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, a partir de la llamada “Gran Aceleración” del crecimiento económico y demográfico que antecede a nuestra situación actual.
En este plano tiene especial importancia el hecho de que en el trabajo socialmente organizado de nuestro tiempo tenga especial importancia la innovación tecnológica que, a su vez, incide de manera cada vez más importante sobre la organización de la vida social y en nuestras relaciones con el entorno natural. De aquí la singular riqueza del vínculo entre la innovación y el cambio social, como dos elementos de un mismo proceso, que se requieren mutuamente entre sí.
La debilidad de nuestra organización social al cabo de medio siglo de ascenso del neoliberalismo contribuye a que veamos en el cambio tecnológico el factor determinante nuestras relaciones con nuestros entornos naturales. Y, sin embargo, nada impide que sea el cambio social el factor que oriente la formación y desarrollo de organización de esas relaciones de maneras que faciliten la creación de ambientes que contribuyan a la sostenibilidad del desarrollo humano en el sistema Tierra.
Desde esa perspectiva, cada sociedad mantiene con su ambiente relaciones correspondientes a alguno de varios futuros posibles. La clave, aquí, está en que optemos por aquella relación en la que el cambio social promueva aquella innovación civilizatoria que contribuya a crear las condiciones más adecuadas para que nuestra América participe en la tarea mayor de hacer del Antropoceno un nuevo espacio seguro para nuestra especie en la biosfera, y con ella.
Alto Boquete, Panamá, 8 de noviembre de 2025
[1] “Carta de Nueva York”. La Opinión Nacional, Caracas, 21 de enero de 1882. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. IX, 226.
[2] (1995)Historia del Siglo XX. 1914-1991. Crítica, Barcelona, 2012: 544.
[3] Al respecto, por ejemplo: “Antropoceno: límites planetarios y puntos de inflexión: interdisciplinariedad y valores en la ciencia del sistema terrestre.” Revista Europea de Filosofía de la Ciencia. Volumen 14, artículo 18, 6 de abril de 2024. https://link.springer.com/
[4] “Resistance in the garden. Nature and Society in the Anhropocene”, en (2020:143) Diogo, Maria Paula; Simoes, Ana; Duarte Rodrigues, Ana y Scarso, Davide: Gardens and Human Agency in the Anthropocene. Routledge Environmental Humanities, London and New York.
[5] “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”. https://www.marxists.org/

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