Guillaume Long / El Telégrafo (Ecuador)
(Fotografía: Tabaré Vázquez y Hillary Clinton en el Departamento de Estado)
El martes (15 de setiembre), la Secretaria de Estado Hillary Clinton, cada vez más parecida a su antecesora en el mismo puesto, le pidió a Venezuela “transparencia en sus compras [de armas] y claridad sobre sus propósitos” y que “ninguna [arma] pueda llegar a insurgentes, organizaciones ilegales, terroristas o narcotraficantes”. Pidió, además, “un cambio de comportamiento y actitud por parte de Venezuela”.
Chávez, lo hemos repetido en esta columna, no ha sido un gran comprador de armas, y la noción de que la carrera armamentista latinoamericana es fomentada por Venezuela no es sino un mito más de los tantos que se difunden desde los medios. El gasto de defensa venezolano proporcional a su PIB (1.5%), sigue siendo menor que el promedio latinoamericano (1.7%), y 3 veces menor que el de Colombia (4.5%).
Quizás el problema sea que Venezuela le siga comprando a Rusia. Sabemos que tratar con Rusia, la de hoy o del pasado, siempre ha tenido un costo en América Latina. Basta preguntarles a los cubanos que siguen pagando su atrevimiento -aún 18 años después del derrumbe de la URSS– prueba de ello la renovación esta semana del embargo por parte de Obama (¡vaya qué cambio de rumbo hacia la isla!).
Los brasileños, ellos, no han sido castigados por la lengua viperina de Clinton. Sea porque Washington tiene miedo de la reacción de un gigante aún adormecido, porque Lula es demasiado popular en los EE.UU., o porque el negocio de Brasil es con Francia, otro socio al que no hay que enojar; pero lo cierto es que Clinton no dijo nada sobre el hecho de que Brasil le está comprando a Francia 14 mil millones de dólares en armamento y transferencia de tecnología militar. Esto es casi 7 veces el monto de la última compra venezolana a Rusia, y más de 2 veces el acumulado de todo lo que Chávez le viene comprando al Kremlin en estos 10 años de gobierno.
La verdad es que Washington sigue siendo el mayor productor, exportador y consumidor de armas en el mundo. Su presupuesto de defensa es hoy superior a la suma de todos los demás presupuestos de defensa del planeta. Tiene el mayor arsenal de armas de destrucción masiva. Vende armamento a más de 200 “entidades”, algunas estatales, otras “independientes”; por lo que la abrumadora mayoría de los abaleados de este mundo lo han sido por armas “Made in USA”. EE.UU., además, demuestra una total ausencia de transparencia en cuanto a su clientela, ya que se trata, claro está, de “información clasificada”; lo que no impide que Clinton hable de la necesidad de “mayor transparencia” por parte de Venezuela. Las iniciativas de transparentación de los gastos de defensa en la UNASUR, que corren el riesgo de equiparar el tema de las 7 bases en Colombia con el problema, distinto, de los gastos militares, contrastan no obstante con el nefasto secretismo de los EE.UU.
Al final, los que pronosticábamos más de lo mismo con Obama, teníamos razón. Factores estructurales (la crisis económica y los poderes fácticos internos), y de agencia, (la propia personalidad de un presidente demasiado pragmático), nos llevan inevitablemente, como región, a un renovado enfrentamiento con EE.UU. Con Bush o con Obama, EE.UU. sigue siendo parte del problema, no de la solución.
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