Como el triunfo de Ollanta Humala en Perú hace unos meses, el de Cristina Fernández, ahora, confirma la posibilidad de seguir avanzando en la dirección abierta hace poco más de una década con las movilizaciones populares antineoliberales.
Artículo relacionado: ¿Qué quiere Obama?, de Atilio Borón
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Durante los años de la década de 1990, Argentina fue el “alumno ejemplar” del neoliberalismo en América Latina: sus gobiernos, endeudados hasta el tuétano con los organismos financieros internacionales, pero devotos de la liberalización económica, las privatizaciones y el desmantelamiento de las empresas y servicios públicos, eran presentados como modelos a seguir para el resto del continente. Eran los tiempos de las relaciones carnales con el capital extranjero y el imperialismo. Esa bomba de tiempo explotó en el 2001, con la crisis financiera, pero sobre todo con la crisis social y política que marcó un punto de inflexión en la historia reciente del país.
Hoy, con un rumbo distinto al de la noche neoliberal, una renovada militancia de la juventud y mucho por cambiar todavía, los tiempos son más auspiciosos. El triunfo de Cristina Fernández en las elecciones del domingo anterior, con un récord de votación (casi 54% de los sufragios), con mayoría en la Cámara de Diputados y un mejor escenario en el Senado, completa un ciclo político –la era del kirchnerismo, la definen algunos-, cuyos capítulos más importantes quizás están por escribirse.
Pieza fundamental de esta victoria, como lo reconoció la presidenta electa en su discurso, fue el trabajo y el legado político del expresidente Néstor Kirchner, quien desde los difíciles momentos que sucedieron a la crisis del 2001, siempre yendo de menos a más, despuntó como un estadista capaz de enrumbar a la nación argentina por un camino de promoción de los derechos humanos y lucha contra la impunidad, inclusión social, crecimiento económico, fortalecimiento de la tradicional clase media y reivindicación de la soberanía nacional frente a los poderes financieros transnacionales, y todo esto, sin perder nunca de vista su fuerte compromiso con la unidad e integración latinoamericana. Esa ruta fue continuada, con estilo propio y en circunstancias y coyuntura particulares (como el conflicto con los empresarios del campo o la muerte de su esposo), por la presidenta Fernández.
Si bien su triunfo ha sido contundente, todavía queda mucho por hacer en Argentina. Hermes Biner, dirigente del Frente Amplio Progresista y segundo candidato más votado (17% de los sufragios), lo dijo con claridad: “Hay 10 millones de pobres, la mitad de los niños viven en esos hogares, el 40 por ciento de los trabajadores está en negro y faltan más de 2 millones y medio de viviendas”.[1] He allí desafíos urgentes en la agenda presidencial para los próximos años, a los que se puede sumar la peligrosa tendencia a la extranjerización de la economía y el avance del extractivismo depredador en la explotación de recursos naturales. Pero más allá de esta necesaria crítica, lo cierto es que los cambios en Argentina son reales y el masivo respaldo popular lo demuestra de manera contundente.
Desde una perspectiva nuestroamericana, el principal acierto, en nuestro criterio, ha sido la temprana articulación del proyecto nacional kirchnerista con las nuevas realidades latinoamericanas de la época. En un hecho rico en significados y que anticipaba la vocación regional del nuevo bloque en el poder, conviene recordar que en la toma de posesión de Nestor Kirchner en mayo del 2003, los presidentes Fidel Castro, Hugo Chávez y Lula da Silva destacaron como invitados sui géneris allí donde no hacía mucho tiempo se paseaba una galería de mandatarios y tecnócratas neoliberales. Castro afirmó en aquella ocasión, ante un público masivo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires: “El sol que vi esta mañana en el homenaje a Martí y a San Martín, el sol que vi al llegar a este país y el que siento en esta escalinata. Este sol es el de las ideas que pueden traer paz, que pueden traer soluciones”.[2]
Y en 2007, cuando Cristina Fernández recibió la banda presidencial, el panorama ya era distinto: una nueva arquitectura de la integración regional en torno a la UNASUR estaba en marcha y nuevos gobernantes –Rafael Correa, Evo Morales, Michelle Bachelet, Tabaré Vázquez- daban un rostro distinto a una América Latina que se sacudía de viejos dogmas e imposiciones.
Ese es el mensaje que envía Argentina al resto de nuestra América: como el triunfo de Ollanta Humala en Perú hace unos meses, el de Cristina Fernández, ahora, confirma la posibilidad de seguir avanzando en la dirección abierta hace poco más de una década con las movilizaciones populares antineoliberales.
Especialmente significativo es el hecho de que se consolide en Suramérica una tendencia de centroizquierda, nacional-popular, que ha permitido –no sin dificultades, en un proceso de prueba y error- la construcción de rumbos posneoliberalos y el surgimiento de liderazgos políticos no necesariamente subordinados a los intereses geopolíticos de las grandes potencias –EE.UU y Unión Europea-, como ha sido tradicional en la región.
Ojalá que ese sol del mayo argentino, del que habló el líder cubano, ese sol de la ideas y las emancipaciones, de las soluciones pensadas y construidas desde acá, no se oculte en el sur ni en el resto de nuestra América.
NOTAS
[1] Vales, Laura. “El otro bunker que pudo tener un festejo”. Página/12, Buenos Aires, 24 de octubre de 2011. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-179608-2011-10-24.html
[2] Bruschtein, Luis. “Un mensaje a los que quieren bombardear Cuba”. Página/12, Buenos Aires, 27 de mayo de 2003. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-20664-2003-05-27.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario