En 2015, cuando termine el segundo mandato de Cristina Fernández, la identidad peronista habrá cumplido 70 años de hegemonía, en la historia político-cultural de los argentinos.
José Steinsleger / LA JORNADA
Los pronósticos de tirios y troyanos anuncian que Cristina Fernández de Kirchner será reelegida con más de 50 por ciento de los votos en los comicios presidenciales del domingo próximo.
Hace exactamente 10 años, la situación de los argentinos era totalmente distinta: implosión social, ruina económica, confusión política… “¡que se vayan todos!”
El grado cero de la hiperpolitizada sociedad argentina tuvo lugar en las elecciones legislativas del 4 de octubre de 2001, día del “voto bronca”: más de 10 millones (42.6 por ciento), no votaron. El 20 de diciembre, con el pueblo en las calles y las instituciones colapsadas, el catatónico presidente cívico-radical Fernando de la Rúa, huyó en helicóptero de la Casa Rosada.
En los días siguientes, tres jefes de Estado interinos trataron de contener la ira y la frustración acumulada en 25 años de gobiernos dictatoriales y “democráticos”. Sin nadie que los convocara, la gente arremetía contra los bancos, y el corralito dispuesto por el FMI y el llamado Consenso de Washington (retención de cuentas corrientes, ahorros y depósitos a plazo).
El 2 de enero, con el respaldo del ex presidente Raúl Alfonsín (cívico-radical), los grandes grupos económicos encomendaron al peronista Eduardo Duhalde la gestión de la crisis más profunda de la historia nacional. Pero tras el juramento de oficio, el poderoso cacique del Partido Justicialista (PJ) preguntó si le habían puesto la banda presidencial o un salvavidas de plomo.
A Duhalde no le quedó más que empezar a serruchar los cimientos del “libre mercado”: reversión de la artificiosa paridad cambiaria (un dólar = un peso), devaluación de la moneda en 300 por ciento, y nueva convocatoria a elecciones en un clima de generalizado escepticismo.
En los comicios del 27 de abril de 2003 sucedió lo increíble: el ex presidente justicialista Carlos S. Menem (uno de los responsables de la debacle política) se ubicó en el primer lugar, con 24.45 por ciento de los votos, mientras su contendiente, el desconocido Néstor Kirchner, obtuvo un exiguo 22.24 por ciento.
Previendo otro estallido social, Duhalde y el PJ dispusieron que Menem desistiera de presentarse en la segunda vuelta electoral. Así, Kirchner fue presidente y el peronismo volvió al poder, y el PJ, que se hallaba en ruinas, fue prácticamente plebiscitado. Si se suman los apoyos obtenidos por ambos candidatos (y otro más del justicialismo que se presentó), se llega aproximadamente a 60 por ciento de los votos ciudadanos.
De arranque, Kirchner dio a entender que la política debía ser entendida como un espacio de rencuentro con el compromiso social, y con nuevas formas de ejercicio ciudadano. O lo que es igual: un sistema que funcione sin partidos y sin políticos, puede ser cualquier cosa menos una democracia.
Hasta entonces, por vía del golpe militar oligárquico (1955, 1962, 1966, 1976), y la proscripción violenta del peronismo (gobiernos cívico-radicales de Arturo Frondizi, 1958/62, y Arturo Illia, 1963/66), los argentinos habían vivido en la zozobra institucional.
Con excepción del efímero Duhalde, el peronismo se había impuesto, democráticamente, en seis ocasiones y épocas distintas:
• 1946 y 1952: Juan D. Perón (56 y 62 por ciento de los votos).
• 1973: Héctor Cámpora (49.5 por ciento de los votos, pero con la candidatura de Perón vetada por los militares.
• 1973: Juan D. Perón (62 por ciento).
• 1989 y 1995: Carlos S. Menem (47 y 49.9 por ciento), único momento en que tras el desangre al peronismo ocasionado por la dictadura militar (1976-83) y cosechado por Alfonsín (1983-89), los anti y contra apoyaron al peronismo.
La “ingeniería política” de Kirchner conjuró la triple crisis que encontró al empezar su mandato: la deslegitimación de los partidos políticos, el quiebre estuctural de la identidad peronista en la época del menemismo, y el vacío de liderazgo del PJ.
Su método fue el rechazo a la política construida desde los medios de comunicación, o basados en liderazgos de popularidad televisivos, patrones tecno-empresariales, “líderes de opinión”, y operadores políticos sin tradición partidaria.
Kirchner recuperó el sentido de la política, devolviéndole la dignidad al Poder Ejecutivo. Asimismo, se liberó del monitoreo del FMI en las decisiones ministeriales, confrontó a los medios con el pueblo liso y llano, reivindicó a los luchadores caídos en las luchas revolucionarias, impulsó la unidad latinoamericana, y logró lo más extraordinario: que la juventud volviese a la militancia política.
A muchos analistas les resulta incomprensible que en el país de Jorge Luis Borges, la mitad más uno se identifique con los ideales de Juan Domingo Perón. O que el peronismo haya probado ser la única fuerza política en condiciones de gobernar la cuna de Maradona, Freud y Gardel.
Pero en 2015, cuando termine el segundo mandato de Cristina Fernández, la identidad peronista habrá cumplido 70 años de hegemonía, en la historia político-cultural de los argentinos.
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