sábado, 22 de octubre de 2011

Centroamérica: cambio climático + miseria= desastre.

Los países centroamericanos, que ya se la veían a palitos antes de todas estas calamidades a causa de la miseria del campo y la ciudad, ahora ven acrecentadas sus penurias con esto del cambio climático. Como siempre, los más pobres entre los pobres son los que salen sufriendo más que todos.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

(Fotografía: una familia afectada por las lluvias y derrumbes que destruyeron su casa)

En Centroamérica ha llovido más que en los tiempos en que Isabel veía llover en Macondo. Ha sido un diluvio continuo, sin pausa, que empanza la tierra y desboca los ríos que bajan de las montañas y causan destrozos. En Guatemala se contabilizan, hacia el jueves 20 de octubre, más de 32 muertos; en El Salvador veintipico y así andan las cosas también en Honduras, Nicaragua y Costa Rica. En este último país cuatro personas fueron arrastradas por la correntada y sus cuerpos se perdieron entre las piedras, los troncos y el fango.

En alocución a toda la nación, el presidente de El Salvador, Mauricio Funes, informó que había llovido más y los destrozos eran mayores que cuando el huracán Mitch, de triste memoria, arrasó la región. En Costa Rica se sacan cuentas de cuándo fue la última vez que cayó tanta agua. Unos dicen que en 1994 y otros que allá por los años setenta. No se ponen de acuerdo en las fechas, pero la realidad es que hace mucho que no llovía como ahora.

Científicos que siguen los cambios que está sufriendo el clima en el Planeta han alertado, no ahora sino desde antes, que Centroamérica es una de las regiones del mundo más vulnerables al cambio climático que estamos viviendo. Por una parte, largos y secos veranos que han llevado a que en ciertas zonas de Guatemala y Honduras se pierdan totalmente las cosechas y el hambre campeé como Pedro por su casa. En Guatemala el año antepasado la llamado región oriental del país, la que colinda con Honduras, ofreció imágenes dantescas de hombres, mujeres y niños famélicos en medio de un territorio con suelo agrietado y plantas mustias bajo un sol abrazador. En Nicaragua y Costa Rica las cosas andan también de mal en peor: la zona del istmo que da hacia el Océano Pacífico sufre cada vez más frecuentemente la sequía que echa a perder las cosechas llevando a la ruina a los agricultores que, ya de por sí, la tienen difícil por la competencia desleal a la que los someten sus competidores norteamericanos a través del Tratado de Libre Comercio.

En la época lluviosa, que en Centroamérica se conoce como el invierno, pasa lo que está pasando ahora: correntadas que bajan de los cerros arrasando todo lo que encuentran a su paso, llanuras con ríos fuera de madre que deja poblados enteros incomunicados o bajo las aguas, deslaves que derrumban poblaciones enteras hundiéndolas en los barrancos.

El cambio climático está llevando en la región a la migración de la fauna hacia regiones que antes le eran extrañas. Aves que antes solo se veían en las planicies de la costa o en los montes bajos que las rodean, ahora aparecen en las montañas más altas, en cotas de altitud en las que antes ni se les conocía. La temible serpiente Terciopelo, por ejemplo, cuyo veneno puede matar a un caballo, aparece ahora en los bosques que pueblan las alturas mayores a los 1600 metros. La rana dorada, emblema de la biodiversidad y la belleza natural de Costa Rica, desapareció, y muchas otras especies se encuentran en peligro de extinción.

Los países centroamericanos, que ya se la veían a palitos antes de todas estas calamidades a causa de la miseria del campo y la ciudad, ahora ven acrecentadas sus penurias con esto del cambio climático. Como siempre, los más pobres entre los pobres son los que salen sufriendo más que todos. Los organismos internacionales como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo corren a promover proyectos y programas para “mitigar” los efectos de esta situación; son parches que no hacen sino desviar la atención de lo central y verdadero: mientras no haya un cambio en los patrones de producción y consumo del capitalismo contemporáneo las cosas irán para peor. Muchas son las políticas y programas que se impulsan, pero todas ellas no son sino, como dicen los uruguayos, “engañapichangas” o, como dicen los guatemaltecos, formas de taparle el ojo al macho. Es decir, medidas que, a la larga, no sirven para nada o, tal vez, solo para tranquilizar la conciencia de quienes siguen subidos en el tren del consumo desenfrenado y planean irresponsablemente “el progreso” a costas de la destrucción del mundo.

En esta región marginal dentro de la marginalidad que es Centroamérica el destino nos ha alcanzado. Pongan atención y las barbas en remojo.

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