Los mayas dirían que andamos hace ya por lo menos dos decenios en el tiempo del no-tiempo, un periodo en que la humanidad se ha visto forzada a pasar por grandes conflictos y cambios con sus correlativos aprendizajes. Con el 2012 las transformaciones, tanto negativas como positivas, representarán la necesidad y la posibilidad de un quiebre civilizatorio.
Carlos Rivera Lugo / Semanario Claridad (Puerto Rico)
El año 2012 ha llegado con todo tipo de augurios, incluyendo los apocalípticos. El renombrado astrofísico Stephen Hawking recién pronostica que hemos entrado en “un periodo crecientemente peligroso de nuestra historia”. Según el Premio Nobel de Física, tanto el exponencial crecimiento poblacional así como el uso indiscriminado de los recursos finitos del planeta, combinado con lo que califica como “nuestro código genético” mayormente egoísta y agresivo, hará casi imposible que se pueda evitar un desastre planetario en los próximos cien años. Si bien ha crecido nuestra capacidad tecnológica para cambiar estas circunstancias para bien, no percibe la voluntad humana que sería necesaria para salvar a la humanidad y a la Tierra. De ahí que, según Hawking, la única posibilidad de supervivencia humana en el largo plazo es poblar el espacio. De ahí que la exploración espacial constituye para éste el más urgente reto para la humanidad.
Por otra parte, en su más reciente reflexión, del 8 de enero de 2012, titulada La marcha hacia el abismo, Fidel Castro Ruz señala: “No es cuestión de optimismo o pesimismo, saber o ignorar cosas elementales, ser responsables o no de los acontecimientos. Los que pretenden considerarse políticos debieran ser lanzados al basurero de la historia cuando, como es norma, en esa actividad ignoran todo o casi todo lo que se relaciona con ella.”
El líder histórico de la Revolución cubana dice no interesarle hablar de “los que a lo largo de varios milenios convirtieron los asuntos públicos en instrumentos de poder y riquezas para las clases privilegiadas, actividad en la que verdaderos récords de crueldad han sido impuestos durante los últimos ocho o diez mil años sobre los que se tienen vestigios ciertos de la conducta social de nuestra especie”. Eso sí, procura definitivamente situarse “en el punto de partida actual de nuestra especie para hablar de la marcha hacia el abismo”.
“Podría incluso hablar de una marcha ‘inexorable’ y estaría seguramente más cerca de la realidad. La idea de un juicio final está implícita en las doctrinas religiosas más extendidas entre los habitantes del planeta, sin que nadie las califique por ello de pesimistas. Considero, por el contrario, deber elemental de todas las personas serias y cuerdas, que son millones, luchar para posponer y, tal vez impedir, ese dramático y cercano acontecimiento en el mundo actual”, afirma el ex presidente cubano.
Según éste, son dos los peligros que amenazan decisivamente a la humanidad: la guerra nuclear y el cambio climático, los cuales están “cada vez más lejos de aproximarse a una solución”. Y asegura: “Ninguna otra época de la historia del hombre conoció los actuales peligros que afronta la humanidad”.
Ahora bien, si la dialéctica histórica del peregrinar interminable de los humanos nos ha revelado algo es que constituye una rebelión sin fin contra una realidad incompleta, con elementos tanto negativos como positivos. Frente a ésta, como siempre, sólo nos cabe encarar sus contradicciones, combatiendo lo negativo y afirmando lo positivo. La dialéctica tiene que ser la consciencia consecuente de este devenir contradictorio para abrirle paso a un nuevo tiempo histórico que está en trance de ser o, al menos, que anida en potencia dentro del actual.
Los mayas dirían que andamos hace ya por lo menos dos decenios en el tiempo del no-tiempo, un periodo en que la humanidad se ha visto forzada a pasar por grandes conflictos y cambios con sus correlativos aprendizajes. Con el 2012 las transformaciones, tanto negativas como positivas, representarán la necesidad y la posibilidad de un quiebre civilizatorio. Es antesala de una nueva era que pone sobre el tapete la oportunidad para que el ser humano se enfrente con sus miedos y contradicciones, en particular aquellas relativas a sus relaciones antagónicas con sus semejantes y con la naturaleza.
Las tan mentadas profecías mayas tratan, en última instancia, acerca del proceso de perfeccionamiento del ser humano. Son advertencias acerca de ciertas tendencias humanas y sociales sobre las que tenemos que tomar conciencia para evitar lo negativo y potenciar lo positivo contenido en éstas. Queda claro que el ser humano decide en última instancia su destino, lo que se evidencia con más fuerza en estas épocas de quiebre del tiempo histórico y las transformaciones que le acompañan, las cuales deberán impactar formas de sentir, pensar, producir y hacer justicia. Ello deberá ser parte de una nueva conciencia colectiva acerca de lo común.
Sobre lo anterior se refirió el conocido filósofo mexicano Luis Villoro en una misiva que le envió al subcomandante Marcos con motivo del 18 aniversario de la insurgencia zapatista precisamente en la tierra maya de Chiapas, cuando afirmó su esperanza en que “las profecías mayas nos sorprendan de forma positiva”.
En lo personal me llama la atención esa co-incidencia entre el sentido cosmológico de los mayas antes enunciado y ese hecho histórico singular, la insurrección zapatista iniciada el 1 de enero de 1994, como negación dialéctica de la profundización de la destructiva agenda neoliberal que por medio de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) caía con todo su peso recolonizador sobre los pueblos de México, como primer paso hacia la recolonización de toda la América nuestra. La rebelión zapatista fue el primer aldabonazo para iniciar la marcha hacia la refundación del tiempo histórico, convenientemente decretado muerto por los neoliberales, algo así como la entrada a una especie de no-tiempo histórico.
Los zapatistas emplazaron la legitimidad de todo un sistema político y económico que apenas guardaba las apariencias con su corruptela e irregularidades rampantes. Incluso, impugnaron el pensamiento débil y conciliador asumido por la izquierda en general, la cual para todos los efectos había desechado como irrealizable toda aspiración a otro mundo más allá del construido por el liberalismo político y económico burgués. Proponen la construcción de un nuevo poder, desde abajo, desde los cimentos mismos de la sociedad, que es donde se producen, reproducen o transforman realmente las relaciones de poder, para hacerlas relaciones autodeterminadas basadas en la libertad. Sólo así se puede potenciar un verdadero cambio sistémico y civilizatorio, como mandan las circunstancias. Rechazan, como ilusoria, toda vía de cambio basada en la toma del poder para administrar al Estado burgués, pues la experiencia histórica demuestra que responde a una forma política y jurídica subsumida ineludiblemente bajo las lógicas del capital y existe para su reproducción ampliada y permanente. En ese sentido, hay que trascenderlo.
Es así como el pasado 26 de diciembre, el distinguido sociólogo mexicano Pablo González Casanova, envió una comunicación a un seminario internacional “Planeta tierra: movimientos antisistémicos”, reunido en la chiapaneca San Cristóbal de las Casas, en la que expresó que “cada vez más y serán cada vez más quienes en el mundo entero luchen por lo que en 1994 sólo parecía una ‘rebelión indígena postmoderna’ y que en realidad es el principio de una movilización humana considerablemente mejor preparada para lograr la libertad, la justicia y la democracia.”
“El movimiento mundial de los indignados de la Tierra comenzó en la Lacandona”, señala González Casanova. Añadió que estos movimientos “coinciden en que la solución es esa democracia de todos para todos y con todos que no se delega, y que algunos llaman socialismo democrático o socialismo del siglo XXI y otros nomás democracia, y que es eso, y mucho más, pues es una nueva forma de relacionarse con la tierra y con los seres humanos, una nueva forma de organizar la vida”.
Por su parte, el sociólogo y jurista portugués Boaventura de Sousa Santos sostuvo en dicho seminario internacional: “El zapatismo es una ventana de lo que puede ser este cambio, lo único que puede salvar a la humanidad”. El también impulsor del Foro Social Mundial (FSM) reconoció que los zapatistas “nos enseñaron otra manera de mirar el mundo; rompieron con la ortodoxia marxista valiéndose de un discurso, una semántica y unas ideas novedosas; nos enseñaron una nueva lógica organizativa que tuvo una influencia fundamental en todo el mundo”.
Nos adentraron así en el corazón del nuevo tiempo.
* El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”.
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