Como la derecha sólo se preocupa por la democracia en la medida en que ésta sirve a sus intereses, hoy las izquierdas son la gran garantía de salvación para la democracia. ¿Estarán a la altura de la tarea? ¿Tendrán el coraje de refundar la democracia más allá del liberalismo?
Boaventura de Sousa Santos / Página12
Las divisiones históricas entre las izquierdas fueron justificadas por una imponente construcción ideológica pero, en realidad, su sostenibilidad práctica –es decir, la credibilidad de las propuestas políticas que les permitieron atraer seguidores– se basó en tres factores: el colonialismo, que permitió el desplazamiento de la acumulación primitiva del capital (a través del despojo violento, con incontable sacrificio humano, muchas veces ilegal y siempre impune) hacia fuera de los países capitalistas centrales donde se libraban las luchas sociales consideradas decisivas; la emergencia de capitalismos nacionales con características tan diferentes (capitalismo de Estado, corporativo, liberal, socialdemocrático) que daban verosimilitud a la idea de que habría alternativas para superar el capitalismo; y, finalmente, las transformaciones que las luchas sociales fueron produciendo en la democracia liberal, permitiendo alguna redistribución social y separando, hasta cierto punto, el mercado de las mercancías (los valores que tienen precio y se compran y venden) del mercado de las convicciones (las opciones y los valores políticos que, al no tener precio, no se compran ni se venden). Si para algunas izquierdas esa separación era un hecho nuevo, para otras era un engaño peligroso.
Los últimos años alteraron tan profundamente cualquiera de esos factores que nada será como antes para las izquierdas tal como las conocimos. En lo que respecta al colonialismo, los cambios radicales son de dos tipos. Por un lado, la acumulación de capital a través del despojo violento volvió a las ex metrópolis (hurto de salarios y pensiones, transferencias ilegales de fondos colectivos para rescatar bancos privados, total impunidad de la mafia financiera), por lo que una lucha de tipo anticolonial ahora deberá librarse también en las metrópolis, una lucha que, como sabemos, nunca fue pautada por las cortesías parlamentarias. Por otro lado, pese a que el neocolonialismo (la continuación de las relaciones de tipo colonial entre las ex colonias y las ex metrópolis o sus sustitutos, el caso de los EE.UU.) ha permitido que la acumulación a través del despojo haya proseguido en el antiguo mundo colonial hasta hoy, parte de ese mundo está asumiendo un nuevo protagonismo (India, Brasil, Sudáfrica y el caso especial de China, humillada por el imperialismo occidental durante el siglo XIX), hasta tal punto que no sabemos si en el futuro habrá nuevas metrópolis y, por ende, si habrá nuevas colonias. Las izquierdas del Norte global (y, con excepciones, también las de América latina) empezaron por ser colonialistas y más tarde aceptaron acríticamente que la independencia de la colonias terminaba con el colonialismo, desvalorizando la emergencia del neocolonialismo y del colonialismo interno. ¿Serán capaces de imaginarse como izquierdas colonizadas y de prepararse para luchas anticoloniales de nuevo tipo?
En cuanto a los capitalismos nacionales, su final parece marcado por la máquina trituradora del neoliberalismo. Es cierto que en América latina y en China parecen emerger nuevas versiones de dominación capitalista, pero curiosamente todas ellas se aprovechan de las oportunidades que el neoliberalismo les confiere. El 2011 demostró que la izquierda y el neoliberalismo son incompatibles. Basta ver cómo las cotizaciones bursátiles suben en la exacta medida en que aumenta la desigualdad social y se destruye la seguridad social. ¿Cuánto tiempo les llevará a las izquierdas extraer las consecuencias?
Finalmente, la democracia liberal agoniza bajo el peso de los poderes fácticos (las mafias, la masonería, el Opus Dei, las empresas transnacionales, el FMI, el Banco Mundial), la impunidad de la corrupción, el abuso de poder y el tráfico de influencias. El resultado es una creciente fusión entre el mercado político de las ideas y el mercado económico de los intereses. Todo está en venta y sólo no se vende más porque no hay quien compre. En los últimos cincuenta años, las izquierdas (todas) hicieron una contribución fundamental para que la democracia liberal tuviese alguna credibilidad entre las clases populares y para que los conflictos sociales pudiesen resolverse en paz. Como la derecha sólo se preocupa por la democracia en la medida en que ésta sirve a sus intereses, hoy las izquierdas son la gran garantía de salvación para la democracia. ¿Estarán a la altura de la tarea? ¿Tendrán el coraje de refundar la democracia más allá del liberalismo? ¿Una democracia robusta que enfrente a la antidemocracia y que combine democracia representativa con democracia participativa y democracia directa? ¿Una democracia anticapitalista ante un capitalismo cada vez más antidemocrático?
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