sábado, 25 de enero de 2014

Costa Rica y Brasil: jóvenes disconformes

Los de arriba, ensimismados en su afán por exprimirle la última gota al néctar del enriquecimiento, ven descuidadamente ese río que se viene represando en lo alto de la montaña del disgusto y la disconformidad.

Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica

En Brasil se levantan voces contra la
criminalización de los "rolezhinos".
No solo en Brasil y Costa Rica los jóvenes están disconformes. También han sido los protagonistas principales en las protestas de Los Indignados en España, de Occupy Wall Street en los Estados Unidos y de la Primavera Árabe. Es decir, de algunos de los principales movimientos sociales de los últimos dos años.

Su disconformidad se expresa de distintas formas, desde la ocupación pacífica de espacios públicos hasta responder violentamente a la represión gubernamental. Pero lo patente es el malestar con la exclusión, con la marginación, el quedar fuera del mainstream al que los orillan sociedades cada vez más desiguales, en donde la concentración de la riqueza es cada vez mayor.

En Brasil, país que, a pesar de los avances espectaculares que han incorporado a más de 9 millones de personas a la clase media, sigue siendo de los más desiguales del mundo, el año pasado se sucedieron enormes manifestaciones convocadas por el Passe Livre que, aunque tenía varios años de existir, convocó a miles de personas enojadas por la no solución de problemas cotidianos, como el del transporte en las grandes ciudades por ejemplo, mientras el país gasta miles de millones de dólares preparándose para el Mundial de Fútbol 2014.

Y ahora surge con fuerza los rolezinhos, en los que grupos de jóvenes de 15 a 20 años se autoconvocan en los malls, sobre todo en São Paulo, para divertirse y cantar bailando. Son jóvenes que provienen de las periferias paulistas, pobres y, por lo tanto, negros. Realmente, los rolezinhos datan de hace varios años, y desde 2007 jóvenes de clase media, algunos grupos de estudiantes universitarios, se reunían y no eran molestados por nadie. Pero las cosas cambiaron cuando fueron grupos de la periferia los protagonistas. Entonces los visitantes a los centros comerciales se asustaron y protestaron, las tiendas cerraron y apareció la policía.

Estos jóvenes ocupan espacios que generalmente les son vetados: las grandes catedrales del consumo en donde, según el credo capitalista, se realiza la felicidad suprema del consumidor, ya sea comprando o ilusionándose con hacerlo viendo las ventanas en las que se atisba la gloria de las marcas famosas. Ellos, que no pueden acceder a ese paraíso, que por sus mismas características físicas son marcados como ángeles caídos en desgracia, son subversivos con solo llegar y presentarse en el lugar al que no pertenecen. Lo que quieren es estar ahí, ser parte de lo establecido. No quieren la revolución social para que cambien las estructuras, sino dejar de ser parias. Los Indignados también querían eso, estaban asustados porque el sistema entró en uno de sus ciclos de crisis y depresión, y ellos serían los primeros en quedar fuera. El espejismo de la bonanza se les escapaba.

En otras palabras: que se distribuya mejor la riqueza, que todos alcancen su trozo de felicidad que se expresa en el teléfono móvil de última generación en el bolsillo, las zapatillas deportivas Adidas, la camisa Benetton, el vestido de Zara.

Esa disconformidad de los jóvenes también se expresa en Costa Rica en el último tramo para las elecciones presidenciales y de diputados que se realizarán el próximo 2 de febrero. Los jóvenes son el principal contingente que apoya la opción del Frente Amplio, un partido progresista que presenta a un joven de 36 años como candidato a la presidencia, y que incorpora a su programa de gobierno aspectos de la agenda que es tan preciada a muchos jóvenes: el tema ambiental, el de las uniones entre parejas del mismo sexo, el del aborto, el del agua. Pero también el tema del desempleo, que atañe principalmente a miles de jóvenes que salen de las decenas de universidades públicas y privadas del país, y que de buenas a primeras se encuentran con que no tienen en dónde trabajar.

Su inconformidad por la marginación a la que son sometidos se canaliza, entonces, en el apoyo al Frente Amplio. Ellos no quieren, tampoco, como los brasileños, la revolución social; quieren mejorar su estándar de vida, no ser marginales en un sistema que les ha prometido el oro y el moro todos los días y a toda hora, y que no tiene empacho en empujarlos y patearlos si no logran ser “exitosos”.

Independientemente de los resultados de las elecciones venideras, los jóvenes de Costa Rica han dado ya un aldabonazo, como lo están dando los brasileños y lo han dado los españoles, y los árabes, y los norteamericanos. Los de arriba, ensimismados en su afán por exprimirle la última gota al néctar del enriquecimiento, ven descuidadamente ese río que se viene represando en lo alto de la montaña del disgusto y la disconformidad.

Como muchas veces les ha pasado, posiblemente se den cuenta muy tarde, cuando el tumulto del río que baje desbocado los arrase y, entonces sí, tengan que pagar muy cara su ceguera.

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