Su condición de sujeto político emergente se la otorga su cualidad de compartir e intercambiar agendas que les dan identidad colectiva, como respuestas a los desafíos promovidos por las estructuras de poder en las naciones de llegada.
Jaime Delgado Rojas, AUNA-Costa Rica
Los migrantes se han constituido en un sujeto político emergente: cuentan con demandas propias que dan contenido a sus movilizaciones las que, como en las cadenas de dominó, se mimetizan en otros espacios nacionales, acompañadas por cuadros profesionales diversos y con redes transnacionales de solidaridad. A su paso van marcando sentidos de identidad con dimensiones cosmopolitas por lo múltiple y diverso de las naciones que los vieron nacer.
Como sujeto político emergente, sigue la ruta marcada por otros actores que impactaron la vida jurídica de los estados: las mujeres y, en particular, el feminismo, los movimientos indígenas o pueblos originarios, las comunidades LGTBI+. Su condición de sujeto político emergente se la otorga su cualidad de compartir e intercambiar agendas que les dan identidad colectiva, como respuestas a los desafíos promovidos por las estructuras de poder en las naciones de llegada. No están solos en el país destino pues, por afinidad e influencia, sus demandas se ponen en la agenda de debates políticos. Al enfrentar sus desafíos exhiben sus particulares utopías.
Son masas humanas que se movilizan por el mundo; para el 2020 representaban el 3.6% de la población total de la tierra. En el continente americano las grandes caminatas se han dado de sur a norte pues el desarrollo económico de Estados Unidos y Canadá requiere de trabajadores en la manufactura, los servicios y las plantaciones, aunque también muchos se mueven en otras direcciones. En cada espacio socio cultural moldean las sociedades nacionales y crean hibridez. En el sur, Argentina acoge sobre todo a paraguayos y bolivianos; Colombia a venezolanos, al igual que Chile que también recibe peruanos y haitianos y en Perú; en Brasil se encuentran venezolanos, haitianos y bolivianos. En el centro del continente, Costa Rica recibe la diáspora nicaragüense y República Dominicana la haitiana. México, en particular tiene una numerosa población nativa estadounidense pues 2 de cada 3 migrantes son de esa nación, los que son acompañados, entre otros, por centroamericanos y venezolanos (La maleta abierta, BID, 2024). Esa masa humana, portadora de una “ciudadanía flexible” impacta la vida social y cultural de los países de destino “provocando complejos reajustes y modificaciones en sus identidades y adscripciones sociales, políticas y étnicas” (Ramírez Gallegos, 2012).
Por su desafío a las estructuras políticas y jurídicas existentes y por esa dimensión transnacional de la que hacen gala son, como otros sujetos políticos emergentes, actores destacados. De ellos depende parte importante de la vida económica de los países de destino, pero también, de las naciones de origen pues las remesas que envían a sus parientes permiten, a nivel micro, llenar las necesidades básicas de sus familias y, en lo macro pueda que, la cuota nacional de esas remesas se constituya en un ingreso significativo para las finanzas públicas.
Sin anotar números, México fue el tercer mayor receptor de remesas del mundo, tras la India y China. Le siguen en importancia Guatemala, República Dominicana, Colombia y El Salvador como países de mayor cuota de remesas de América Latina y el Caribe, aunque con entradas mucho menores que las de México. En término de porcentaje del PIB, los cinco principales países receptores de remesas en 2020 (OIM 2022) fueron El Salvador (con el 24 %), Honduras (24 %), Haití (22 %), Jamaica (21 %) y Nicaragua (15 %). Esto hace que los migrantes sean “héroes y heroínas” como las calificara Claudia Sheinbaum en Honduras en la Cumbre de la Celac (2025).
En los países de llegada, sobre todo en Estados Unidos, asumen las prácticas de manifestación de otros movimientos sociales, organizaciones comunitarias, colectivos diversos, que cuentan con líderes e intelectuales orgánicos y profesionales que les dan sentido y discurso a sus demandas de transformación o de incidencia en la vida política y social.
Lo fundamental de sus demandas va más allá del respeto a su condición ciudadana en el país de origen, o la reivindicación de los derechos laborales en el país de destino. Por su fuerza y solidez se han enfrentado a diversas presiones socio culturales en los países de paso y llegada y los ha hermanado con otros conglomerados humanos, con los que ha creado un ideario y un imaginario cultural colectivo: aunque el migrante no olvide sus raíces. Enfrentan la desigualdad, la exclusión y la falta de acceso a diversos servicios públicos indispensables y al repudio, pues se les ve como extraños, se les mira como inferiores por los supremacistas del norte “violento y brutal” del continente, con xenofobias, aporofobias y los miedos incrustados incluso por otros inmigrantes que llegaron antes. En ese ambiente de discriminación, los inmigrantes crean redes de solidaridad y resistencia, cuyo siguiente paso es la demanda por la participación ciudadana integral. Como en el discurso ilustrado del maestro filósofo Enmanuel Kant, no demandan filantropía, sino derecho cosmopolita; no que se les tolere, sino que se les respete y se les hermane. Una razón sustantiva para señalarlos como actores destacados.
Se van constituyendo, así entonces, en Nuestra América en base social refundadora de la integración, de abajo hacia arriba, lo que revitaliza y le da un contenido más profundo (no solo social, sino también multicultural) a la Celac. Requiere esta población que se les reconozca, como fuera subrayado en la cumbre del ALBA CTP en Caracas: que la migración es un derecho humano (2025) pero, no solo eso; se requiere, de todos nosotros, tomar conciencia de que la migración es una práctica patrimonial que les permitió a los seres humanos poblar el planeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario