sábado, 7 de abril de 2018

Argentina: Luces y sombra de la posverdad vernácula

A golpes hemos ido aprendiendo que lo que es, puede que no sea y lo que no es, lo sea ¿realmente? Lo blanco es o puede mudar al negro y el negro, que conformaba junto con el blanco una de las polaridades propias del siglo pasado, ahora ha mudado al gris; más claro o más oscuro, pero esa… ya es otra cuestión.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América 
Desde Mendoza, Argentina 


Lo cierto, o lo que podemos tomar como cierto en esto denominado posverdad, de transformar mentiras en verdad, machacando y machacando, es que el neoliberalismo ha cobrado una característica más específica de lo que venimos hablando, conforman una dualidad intrínseca: son dirigentes y a la vez empresarios, y como empresarios, más que políticos, hacen uso de los heterónimos que distinguían a Fernando Pessoa en sus relatos. Su visceral voracidad de negocios y dinero, los obliga dentro de la función pública a distraer su tiempo, tiempo que lógicamente, significa dinero, por eso ven su órbita de obligaciones y responsabilidades, conforme el mandato popular de gobernar a través de ellos, como algo externo a lo que son. Esas tareas de representación son un pesado “afuera”, colocándolos como espectadores a la par de la población, con la que no comparten privilegios.

Lo hemos visto en varias ocasiones, cuando las papas quemaban y los familiares de Santiago Maldonado o, los familiares de las víctimas del ARA San Juan, exigían la presencia del primer mandatario para dar explicaciones. Nada lo involucraba, sucedía fuera de su esfera personal, aquello le era extraño y, sobre todo, molesto como se lo ha visto en algunas reuniones con la prensa, donde le insistían una respuesta contundente. 

Los medios hegemónicos colaboraron a pleno en conformar esa confusión, esa imagen borrosa de la realidad, dudosa, poco creíble con la que satisfacían esa heteronomía exógena funcional a la distracción pública planificada, con un relato gaseoso y disperso. Todo comenzó con el triunfo electoral y su escaso margen que pasó a ser rotundo. 

Rescatemos al paradigmático ministro de energía, Juan José Aranguren, accionista de Shell que aumentó desmesuradamente estos días las tarifas de gas, sobre todo a los sectores más pobres, se desdobló en segundos: consultado por qué tiene fuera sus dinerillos, contestó sin sonrojarse que no los trae porque no confía en el país. Algunos lo alabaron porque suponen que sus finanzas son un asunto privado, pocos aplaudieron, mientras los más, los que padecen sus medidas, pensaban que era inadmisible. Claro, se manejan con algo muy particular y escaso en aquella gente, como la ética, la moral. En definitiva apelan e imploran Justicia, así con mayúscula que es lo que ha ido desapareciendo escondida en una promovida grieta, valor fundamental de toda sociedad. 

Así, en un lugar remoto volvieron las viejas mangas de langostas y arrasaron con todo. No quedó nada en pie. No se acercaron cronistas para dar testimonio, mucho menos las cámaras de la televisión por lo que es muy posible que aquella tragedia que destruyó los sembrados y dejó sin sustento a sus habitantes, no haya sucedido. Seguramente, si luego trascendió algún reclamo de algún campesino desesperado, el mismo sea tomado como una fantasía propia de la oposición rabiosa que no sabe qué inventar para poner palos a la rueda. 

En otra localidad, no se sabe si cercana o distante del otro punto, arreció una sequía impensada y fatal, y la tierra, que hasta hace poco tiempo rezumaba agua en extensas plantaciones de soja, comenzó inexplicablemente a secarse hasta quedar cuarteada como craquelada. Al saber la noticia los dueños o arrendatarios de los campos, dieron la producción por perdida y desaparecieron del mapa, abandonando a la peonada sin sueldo, con todas las maquinarias y equipos que se empleaban en la campaña. Como en el caso anterior, los pocos avisados del problema, evaluando el escaso interés que podía despertar la noticia, decidieron ignorarla, sepultándola en el olvido junto con los escasos protagonistas directos, no fuera que las autoridades del ramo llegaran a molestarse. 

En una salita de un hospital del conurbano, un médico joven y diligente atiende a un niño en la guardia que se debate entre la vida y la muerte, con evidentes signos de desnutrición. Comprende que es imposible salvarlo; las manchas en la piel delatan que es sarampión. El médico, una vez que comunica la infausta noticia a la desconsolada madre, comenta desorientado a la enfermera ¡ya se había erradicado este mal, es imposible que haya vuelto! Llama al ministerio denunciando el caso. Sabemos de los problemas burocráticos y, hasta que llega la comunicación al señor Ministro, un comité de emergencia decide desestimar la gravedad para no angustiar a la población que en esos momentos se encuentran disfrutando de un festival tradicional. Probablemente, discurren, el inexperto profesional puede haber equivocado el diagnóstico y, como en otras oportunidades, opinan que puede ser más caro el remedio que la enfermedad. 

En una localidad cercana a la cordillera de Los Andes, donde una empresa minera extranjera explota una mina a cielo abierto, se produce un derrame de cianuro, contaminando las aguas del río que abastece a las poblaciones que están a su vera, como también contamina a los viñedos y demás plantaciones irrigadas. Hace años sucedió algo parecido y, según cuentan los pobladores, hubo quejas a la empresa, se denunció al gobierno, fueron algunos legisladores y se reunieron con trabajadores y directivos locales y autoridades civiles y llegaron a un acuerdo para que esa negligencia no volviera a ocurrir. Con el paso del tiempo comenzaron a aparecer personas con diversas dolencias entre la población afectada, se movilizaron autoridades sanitarias, organismos universitarios de investigación y algunos medios trasladaron la noticia a nivel nacional. La empresa fue convocada y se acordó tomar los recaudos necesarios. Los enfermos continuaron con sus dolencias, algunos perecieron por su gravedad y otros porque no pudieron hacer frente a su tratamiento. Los obreros fueron persuadidos de protestar so pena de ser despedidos, como también el intendente y el gobernador fueron presionados sobre el posible abandono de la explotación y no se volvió hablar más del asunto. Todo sigue igual para bien y mal de la gente. 

Desde los disturbios de la Patagonia en 1922, cuando el gobierno de Yrigoyen por los conflictos que generó la gran huelga de obreros rurales envió al Coronel Varela a terminar con el asunto, quien ejecutó a 1500 rebeldes, hubo una pacificación forzada por muchas décadas, contribuyendo a la apropiación y enriquecimiento de grandes extensiones de territorio nacional por parte de potentados extranjeros, tanto ingleses, como el empresario italiano Benetton. Las poblaciones originarias lentamente han sido erradicadas y obligadas a vivir en lugares inhóspitos, cuando no, atravesar la cordillera. Policía y Gendarmería han cumplido con la dura tarea de poner orden, conforme las denuncias de los terratenientes que también han avanzado en la ocupación de los parques nacionales. Últimamente han sido noticia por la muerte del joven artesano Santiago Maldonado y el líder de la comunidad mapuche, Rafael Nahuel, en ambos casos los implicados, han sido respaldados por la Ministra del área. Pero viendo la persistente rebeldía de los nativos, va a mantener firme la disposición de mantener el orden a toda costa. 

Hubo revuelo y alegría en el gobierno y el presidente llamó a conferencia de prensa en la Residencia de Olivos el 28 de marzo. Con bombos y platillos anunció que la pobreza se había reducido al 25,7% y la indigencia al 4,8%. Uno de cada cuatro argentinos es pobre. Comparación extraña si el mismo Indec dice que hacen falta más de 17 mil pesos para no ser pobre y, muy poca población supera ese monto. Para colmo, poco duró la alegría, dado que el ministro de energía aumentó las tarifas de gas un 40% a partir de abril, recayendo sobre los más pobres. 

Pero lo insostenible para la población es el elevado costo de los alimentos que debe llevar obligadamente cada día a la mesa; ilógico en un país productor por excelencia, pero entendible cuando el gobierno es ejercido por los propietarios de los campos y ellos buscan el mayor rédito a sus productos, exportándolos o comercializándolos en el mercado interno. Al punto que el diario Uno de Mendoza, de uno de los grupos hegemónicos, comparó los precios de alimentos locales, encontrando que los mismos eran más elevados que en Londres o París, las capitales europeas, reconocidas como más caras. 

Cualquier comparación con los ’90 es odiosa y estéril, lo sabemos. Pero vuelven a la vieja premisa de la dictadura: achicar al Estado para agrandar la nación. Menem privatizó las empresas estatales y tras el eufemismo del “retiro voluntario”, se sacó de encima miles de obreros y empleados. Futuros cuentapropista – hoy denominados emprendedores – que paulatinamente agotaron sus ahorros y fueron cayendo en la escala social. 

Luego de los amagues de diciembre y la reforma previsional que ha instalado en el imaginario colectivo la suba de la edad jubilatoria a los 70 años, aunque las leyes vigentes sigan estableciendo los 60 años para las mujeres y 65 para los varones, en general, el gobierno, a través del Decreto 263/2018, ha propuesto el “retiro voluntario” intentando sacarse de encima 80 mil agentes de los 740 mil de los que cuenta la administración nacional y los organismos descentralizados. Estima una indemnización en cuotas que van de las 24 a las 36, según la edad de los agentes entre los 60 y 65 años. Vuelta al pasado o regreso al futuro. Da igual. 

Se insiste con optimismo, ir en buen camino. Camino sembrado de inversiones para que este paraíso, no fiscal, llamado Argentina, sea reconocido como destino turístico internacional, donde puedan visitarse sus bondades naturales, algunas únicas como los glaciares patagónicos, con una capital europea, donde puedan disfrutarse el tango, la exquisita gastronomía y buenos vinos, espectáculos de deportes populares como el golf o el polo o, si coincide observar el Dakar. Además, desde luego, continuar con el mejoramiento de la producción primaria ya sea del campo o la minería, cuestión que perdimos con los modelos populistas de sustitución de importaciones, cuando deberíamos haber seguido el rumbo de Australia, Canadá o Nueva Zelanda. Erramos, pero nunca es tarde, menos ahora que nos abrimos al mundo. 

La calle, la dura realidad de la gente tiene una lectura totalmente opuesta y su furia puede llegar a ser incontrolable. Lo saben, pero insisten. Insisten hasta que el dique se desborde y falta poco. Ahí saltarán por la borda todas las mentiras y no habrá posverdad que los salve, despejando luces y sombras, sombras negras de personajes siniestros sin escrúpulos de un extremo al otro en este continente castigado hasta el hartazgo.

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