sábado, 21 de abril de 2018

La izquierda y el poder en América Latina

Estamos totalmente conscientes de lo controversial del tema que aquí ponemos sobre la mesa: el de la validez de las formas de la democracia liberal burguesa para acceder y mantener el poder por parte de la izquierda en América Latina.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

Estas reflexiones nacen después de observar distintos acontecimientos que han tenido lugar en los últimos quince días. En primer lugar,  ver a Luiz Inacio “Lula” da Silva entrar en la cárcel de Curitiba en Brasil y, por otro lado, escuchar la acusación del Fiscal ecuatoriano contra Rafael Correa por haber calculado la deuda externa del Ecuador de acuerdo a los manuales del FMI. Podríamos agregar más: las acusaciones contra Cristina Fernández en la Argentina o las amenazas de la oposición venezolana y sus compinches internacionales de llevar a Maduro ante un tribunal internacional.

En segundo lugar, presenciar el cambio de mando en Cuba, en donde la Asamblea del Poder Popular ha electo a Miguel Díaz-Canel presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. A diferencia de los ex presidentes antes mencionados, Cuba mantiene su proceso revolucionario incólume, sin pasar por los avatares de la judicilización de la vida política, que se ha erigido en parte importante de la política imperial del soft power.

Estamos totalmente conscientes de lo controversial del tema que aquí ponemos sobre la mesa: el de la validez de las formas de la democracia liberal burguesa para acceder y mantener el poder por parte de la izquierda en América Latina.

Después del derrumbe de la Unión Soviética y el campo socialista, las organizaciones y partidos de izquierda del continente aceptaron tácita y explícitamente las reglas del juego de la democracia liberal. Los movimientos armados que tuvieron vigencia durante las décadas de los setenta y ochenta, en Centroamérica los ejemplarizantes casos de la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), y en el Salvador el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), y más tarde en Colombia las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) y ahora el Ejército de Liberación Nacional (ELN) llevaron a cabo, con los estados correspondientes, largos procesos de diálogo que en la mayoría de los casos culminaron en acuerdos de paz que han tenido, como condición sine qua non, la incorporación de estos movimientos revolucionarios al juego de la democracia liberal burguesa de sus respectivos países.

Movimientos de masas de nuevo tipo, distintos y distanciados de estos movimientos armados surgieron también, después de una década de desesperanza del movimiento popular, a partir del triunfo de Hugo Chávez en 1998 en Venezuela, provocando una oleada de gobiernos progresistas que se mantuvieron vigentes y en buena medida dominantes en el espectro político de la región hasta la muerte de Hugo Chávez en 2013.

Luego ha venido un paulatino declive de esta tendencia, con el consiguiente avance de posiciones de derecha, que se ha caracterizado por la actitud revanchista contra los dirigentes de estos movimientos nacional-populares.

Casi sin excepción, estos han sido perseguidos judicialmente, muchos de ellos con acusaciones ridículas prácticamente sin sustento, como el caso de Lula da Silva en Brasil, a quien no hay forma de probarle las acusaciones de la cual es objeto; o de Rafael Correa en Ecuador, en donde el Fiscal General acude al absurdo de acusar al expresidente por regirse por manuales del FMI en el tratamiento de la deuda externa del país.

Es decir, se trata de verdaderos montajes orquestados por jueces que, en su mayoría, han tenido una formación estrechamente vinculada a los Estados Unidos, que no tienen empacho en dictar las más drásticas medidas contra los acusados aunque no cuenten con el respaldo legal necesario.

Pareciera evidente que los mecanismos del llamado estado de derecho se encuentran bien aceitados para reprimir, no por la vía armada como era el caso antes, sino por la vía “legal”, a quienes se salen del dictum dominante.

Cuba ve pasar frente a sí no solo presidentes norteamericanos con sus vaivenes y contradicciones, sino también experimentos de la izquierda latinoamericana para llegar y mantener el poder. Entre ellos, la de movimientos como el zapatista, en México, para quienes la conquista del poder del Estado no es un objetivo.

“Son otros tiempos” dice la cantinela que da respuesta rápida a estas preocupaciones. Mientras tanto, las lentas pero seguras formas ideadas hace varias décadas para prevenir la llegada de la izquierda al poder van cerrando sus tenazas: adoctrinar y ganarse para sus posturas ideológicas al aparato judicial; penetrar con iglesias neopentecostales afines a la Teología de la Prosperidad las mentes y corazones de la gente; controlar los medios de comunicación de masas y las redes sociales.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El análisis se queda corto, pero apunta con un enfoque global correcto temas centrales que la izquierda necesita debatir.