sábado, 1 de agosto de 2020

De pandemias, OMS y la mafia en la industria farmacéutica

Hoy la OMS, con una historia a cuestas de más de setenta años y considerada todavía como la máxima autoridad mundial en materia sanitaria, no es como muchos suponen, una organización médica, es más bien una agencia especializada de la ONU más cercana con la política.


Pedro Rivera Ramos / Especial para Con Nuestra América

Desde Ciudad Panamá


“Ciento cincuenta millones morirán al final de esta pandemia”, era el pronóstico apocalíptico que en el año 2005, hacía la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre las consecuencias que dejaría la Gripe Aviar. Sin embargo, por esa causa solo se reportaron en todo el mundo solamente 262 muertos. Casi cinco años después, en abril de 2009, la OMS vuelve a encender la alarma mundial con predicciones de varios millones de muertos, con la pandemia de la gripe H1N1, misma que dio por concluida en agosto de 2010, sin que se cumplieran ni uno solo de sus vaticinios. 

Curiosamente durante esta última gripe, la OMS sin justificación alguna, decidió en mayo del 2009 modificar su definición de pandemia, con la inclusión de la expresión “infección simultánea en varios países” y borrar de sus rasgos la expresión de “mortalidad”. Es decir, que desde esa fecha para declarar una pandemia lo que le importa a esta organización, no es que esté muriendo una parte significativa de la población del planeta, sino el grado o velocidad de expansión que esté alcanzando la enfermedad en el mundo. Esta nueva definición tan vaga de una pandemia, parece ajustarse perfectamente a los intereses del gran negocio farmacéutico.

 

Hoy la OMS, con una historia a cuestas de más de setenta años y considerada todavía como la máxima autoridad mundial en materia sanitaria, no es como muchos suponen, una organización médica, es más bien una agencia especializada de la ONU más cercana con la política. En sus orígenes desempeñó un papel importante en la erradicación de enfermedades como la viruela y por sus aportes innegables en el control de la tuberculosis, poliomielitis y otros padecimientos; pero en épocas recientes esta organización ha entrado en una etapa de descrédito creciente, no solo por sus alertas sanitarias exageradas e infundadas, sino además, por las conocidas y estrechas relaciones que funcionarios, científicos, asesores y expertos ligados con ella, han tenido o tienen con laboratorios de la gran industria farmacéutica. Esto último resulta sumamente grave, cuando las naciones están obligadas jurídicamente, a acatar las directrices sanitarias que la OMS adopte.

 

Desde muy temprano, tanto las actividades dudosas, como los oscuros lazos financieros y  los cada vez más frecuentes conflictos de interés, que comenzaron a hacerse notorios en el seno de la Organización Mundial de la Salud, despertaron la preocupación de muchos. Ya en la década de los 60, esta organización estuvo fuertemente vinculada con la Fundación Rockefeller, en el financiamiento e investigación de vacunas para reducir o regular la fertilidad a escala masiva. 

 

En el 2004 se conoció que en la campaña de vacunación de la OMS contra la poliomielitis en Nigeria, se habían utilizado vacunas que estuvieron contaminadas con sustancias contra la fertilidad. Ese mismo año varios importantes científicos, que trabajaron en un Plan de la OMS para enfrentar una posible pandemia, habían recibido previamente apoyos económicos de las compañías farmacéuticas Roche y GlaxoSmithKline (GSK), fabricantes de antivirales y vacunas. Hoy la propia organización internacional de salud no oculta que recibe un financiamiento para sus actividades, de la Fundación de Bill y Melinda Gates y de multinacionales farmacéuticas.

 

A esta conducta de poca ética y escaso mérito, se le suma la denuncia penal que la periodista austríaca Jane Burgermeister hiciera ante el gobierno de Austria y el FBI contra la OMS, laboratorios farmacéuticas y otras organizaciones de salud, donde los acusa de confabularse para ejecutar un genocidio a través de la vacuna anti-influenza y hacer propaganda de la falsa pandemia del H1N1. Para ello Burgermeister aporta dos memorandos oficiales de esta organización, donde según esta periodista científica, se demuestra que desde hace largo tiempo hay un fuerte interés, por encontrar un procedimiento eficaz para matar seres humanos a través de vacunas.

 

Hasta la propia Comunidad Europea no pudo quedar indiferente ante una OMS tan desacreditada y abrió a principios del 2010 una investigación judicial contra ella, por la alarma infundada que esparció sobre la pandemia H1N1, sus vínculos con los principales laboratorios farmacéuticos y la promoción de vacunas innecesarias para la gripe porcina. Suficiente fundamento hay en esta investigación, cuando la Organización Mundial de la Salud al hacer pública la composición de los consejeros del Comité de Emergencia de esta pandemia, reconoció que algunos de ellos, entre los que se encontraba su asesor principal  para el virus de la influenza, habían recibido dinero de las firmas farmacéuticas que más se habían beneficiado de la supuesta pandemia. 

 

Esta colusión entre la OMS y la industria farmacéutica, ya había sido advertida en junio del 2009 por la revista médica British Medical Journal. Tal vez por exhibir una historia donde las preocupaciones hacia la salud, suelen estar frecuentemente manchadas por relaciones interesadas con compañías biofarmacéuticas, llevó a Donald Trump a acusar recientemente a la Organización Mundial de la Salud y a su director general, de mantener lazos de complicidad y complacencia con China, a raíz de la aparición del virus SARS-CoV-2. 

 

Pandemias en la humanidad. El H1N1

 

La historia de la humanidad ofrece un número considerable de epidemias y pandemias, que en forma de peste bubónica, sida, ébola, sarampión y gripe española,  llegaron a provocar cambios significativos en muchas naciones, que fueron desde la ruina económica o el derrocamiento de gobiernos, hasta el rechazo en el siglo XIV de los tradicionales valores medievales, supersticiones y creencias religiosas; así como con transformaciones tan profundas, como en el caso de la plaga de tifus en Atenas, que entre los años 429-430 a. C. fueron la causa principal de la derrota militar de Grecia ante Esparta, el abandono generalizado de los griegos a sus dioses, la muerte de Pericles y la destrucción de la democracia ateniense. Pero también por esa historia sabemos que estas plagas, por un lado, ya no suelen matar a decenas de millones de personas y, por el otro, en ninguna de ellas se ha podido demostrar con claridad, que fueron superadas gracias a las gestiones de orden médico o de salud pública, practicadas en ese entonces.

 

La peste bubónica o negra que asoló Eurasia en el siglo XIV de la Edad Media, tardó casi diez años en propagarse desde China a Europa, donde se cree que en este último continente mató casi 25 millones de personas. Fue aquí donde aparecieron los médicos disfrazados con una larga túnica, guantes de piel de cabra y una máscara picuda llena de perfumes y con dos agujeros.  Era el tiempo donde se creía además, que esta enfermedad era un castigo divino, por los terribles pecados cometidos por la gente.  Sin embargo, ningún rezo, procesión, autoflagelación; ni mucho menos el uso del Crucifijo de los Milagros de la Iglesia del Carmín en Nápoles, que ha reaparecido en estos tiempos del COVID-19, después de más de 400 años, sirvió para conjurar esta peste, que solo cinco siglos después, se pudo conocer que su transmisión se producía a través de las ratas y la bacteria Yersinia pestis.

 

Otra enfermedad de gran importancia histórica que azotó a la humanidad, fue la “gripe del Día del Juicio Final” o gripe española de 1918-1919,  que apareció cuando finalizaba la primera Guerra Mundial y se cree infectó alrededor de 500 millones personas, matando a unos 50 a 100 millones, de los cuales el 60% tuvo lugar en la empobrecida parte occidental de la India.  Con este síndrome respiratorio que pasó bastante rápido, se pusieron en práctica muchas de las medidas que hoy se creen eficaces para luchar contra el COVID-19: distanciamiento, cuarentenas, rastreo de contactos, equipos de protección y mascarillas.

 

A diferencia de la peste bubónica que tardó años en extenderse por todo el mundo, la gripe española se propagó en solo meses (marzo a junio) desde España a Francia y Gran Bretaña; ya en septiembre había arribado a Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, el COVID-19, una enfermedad del capitalismo globalizado, solo tardó dos semanas en salir de China y empezar a expandirse por todos los continentes. El virus de 1918, muy similar a la cepa del H1N1 del 2009 (solo lo separan 25-30 aminoácidos de los 4400 que los componen, según el virólogo estadounidense Taubenberger), se ensañó sobre todo con jóvenes adultos de la época, llevándolo a segar la vida de miles de soldados durante la primera guerra.   

 

 Una de las pandemias más polémicas que el mundo ha conocido, fue la que la Organización Mundial de la Salud declaró en el 2009-2010, con la gripe porcina o el virus H1N1/09 pandémico. En abril de 2009 cuando el número de enfermos por esta gripe no superaba los mil en todo el mundo, la OMS subió tan rápido el nivel de alarma, que muy pronto se empezó a considerar que estábamos frente a la pandemia del siglo, causada casi por una plaga bíblica; cuando en realidad lo que se estaba gestando, era otra nueva oportunidad de los grandes laboratorios farmacéuticos de hacer negocios altamente lucrativos. Esto es confirmado por la propia compañía Novartis, que afirma haber obtenido en los tres primeros meses del año, un 40% más de beneficios gracias a esta gripe y por la empresa suiza Roche, que en igual período obtuvo ganancias por más de 900 millones de dólares. Esta falsa alarma que se produjo con el H1N1 no era nueva, ya que en los años 1976 y 2006, se habían dado otras alertas pandémicas que tampoco nunca cristalizaron. 

 

En julio de 2009, cuando ya la OMS sabía que, pese a que el virus H1N1 mostraba una gran expansión mundial por su alto nivel de contagio y su tasa de mortalidad era casi diez veces menor que la gripe estacional,  aun así esta organización persistió hasta finales de año, con el apoyo de los principales medios de comunicación y muchas autoridades sanitarias locales, en seguir alimentando el pánico de la población con predicciones de miles de muertos y unidades de cuidados intensivos rebasados en todo el mundo. 

 

La alarma máxima fue de tal magnitud, que en muchos países se activaron planes de emergencia y medidas exageradas e injustificadas, que correspondían a un escenario más parecido a la gripe española de 1918-1919. En el caso de México se pusieron en marcha las estrictas medidas que fueron curiosamente ensayadas, cuatro años antes durante el Ejercicio Escudo Centinela, para el caso de una pandemia de influenza. Sin embargo, al final el virus H1N1, por ejemplo, de los 18,000 muertos que se pronosticaron habría en Nueva Zelanda por su causa, solo hubo 17 y de los 28,000 que necesitarían respiración asistida en ese país, solo lo hicieron 456 personas.

 

Pese a los ingentes esfuerzos que desde muy temprano se hicieron para negar la posible conexión, entre la cría intensiva de animales con la aparición del brote del virus H1N1--como otras veces ya se habían hecho con el SARS-CoV, la gripe aviar y la enfermedad de las vacas locas-- lo cierto es que la primera muerte causada por este virus, se produce en la localidad de la Gloria en el estado mexicano de San Luis de Potosí, donde desde hace mucho tiempo la población relacionaba sus problemas de salud y respiratorios con las granjas de cerdos, específicamente con las de la empresa estadounidense Smithfield. No obstante, se cree que ancestros de esta cepa, antes de saltar a los humanos, ya circulaban hace más de diez años en las granjas porcinas industriales de América del Norte, donde la gripe porcina es endémica.

 

 El pánico sembrado y los millones de muertos que se aseguraban se produciría con el H1N1 permitió, como puede estar sucediendo ahora con el COVID-19, que las grandes firmas farmacéuticas recibieran considerables apoyos económicos de parte de los gobiernos para la investigación y producción de antivirales y, al mismo tiempo, evadieran los protocolos de control en la fabricación de vacunas. Por contar con estos privilegios y flexibilidades excesivas, es que se justificó la recomendación de vacunar primero a los mayores de 60 años, aunque ellos casi no fueron afectados por este virus, ya que muchos habían adquirido anticuerpos de una circulación de esta cepa a finales de la década del 50. 

 

Entre las vacunas que rápidamente fueron aprobadas para uso en seres humanos, estuvo la Pandemrix de GSK que ocasionó un número significativo de padecimientos de narcolepsia y trastornos neurológicos entre niños y jóvenes, así como el famoso Tamiflu, que hizo que Donald Rumsfeld se embolsara cientos de millones de dólares y que la OMS convenientemente, considerara como uno de los medicamentos más eficaces contra la gripe H1N1. Sin embargo, el Tamiflu nunca ha podido probar su eficacia y sí muchos efectos secundarios y hasta peligrosos. Corea del Sur rápidamente prohibió su uso, cuando conoció de los casos de jóvenes japoneses que se suicidaron después de tomar este antivírico. 

 

Definitivamente  que la falsa pandemia del 2009-2010, representó sin duda un negocio lucrativo para las principales compañías farmacéuticas. Muchos países se precipitaron a adquirir cantidades excesivas de dosis de vacunas con costos unitarios exorbitantes; para que gran parte luego, expiraran y tuvieran que incinerarse cuando los vaticinios de la pandemia no se alcanzaron. A mediados del año 2010, solo Estados Unidos debió incinerar más de 40 millones de dosis de la vacuna contra la gripe H1N1.

1 comentario:

Maritza dijo...

Gracias por publicar un artículo que nos hace ver la realidad muy bien fundamentada de las verdades que se ocultan tras las pandemias y el miedo que inoculan a la humanidad