sábado, 22 de agosto de 2020

En guerra con el micromundo: incertidumbre y rebelión (II)

 Sin duda, uno de los impactos sensibles del ataque viral del micromundo ha sido la desarticulación de la vida social. Cualquier imaginario futuro de normalidad será atravesado a corto y mediano plazo por profundas grietas sociales, en tanto se está profundizando la pobreza, las carencias de lo básico para  miles y millones de personas.

Byron Barillas / Para Con Nuestra América


La debacle pandémica provocada por el COVID-19 en todo el planeta y particularmente en América Latina, tiene profundas implicaciones psicosociales, que se traslapan con ese agotamiento que nos presenta agudamente el filósofo coreano Byung Chull Han, el agotamiento de la saturación por el rendimiento y la presión exhaustiva del “usted puede“ y es responsable de su éxito o fracaso al que nos ha sometido el discurso ideológico empresarial de la post industrialización.  En la actual coyuntura marcada por el  ambiente sombrío provocado por la Pandemia,  nuestras sociedades, ante todo los sectores más pobres y excluidos, experimentan un mundo dominado por la “incertidumbre” de un acontecimiento que, visto globalmente, representa uno de los pasajes más abrumador de la humanidad entera de todos los tiempos, cuyos escenarios de realidad aparecen urdidos por la desesperación, la ansiedad, el  miedo al “qué pasará” con el empleo, con mis deudas, con el mundo de interrelaciones físicas, emocionales y de esparcimiento hasta ahora conocido, disfrutado, vivenciado o sufrido.
  

Una postración que somete a las personas a la desolación o soledad acompañada, en donde la cotidiana sensación del “yo que depende mi y los otros que dependen del yo”, es un tipo de locura legitimada por una suerte de metamorfosis Kafkiana a la que todos estamos conectados,  un embotamiento que solo es soportable, en la medida que nuestro núcleo vital de convivencia inmediata representa nuestra principal reserva afectiva, de protección y de recursos para resistir la reclusión obligada. 

 

El tejido social está resquebrajado pero no para siempre, el coronavirus logró lo que el poder político, militar y económico de cualquier potencia jamás ha logrado en toda la historia humana: poner al planeta en “modo pausa”, de rodillas pero sin un fetiche a quien maldecir o adorar, postrados ante lo apariencialmente intangible, sin nadie con quien negociar.  

 

Sin duda, uno de los impactos sensibles del ataque viral del micromundo ha sido la desarticulación de la vida social. Cualquier imaginario futuro de normalidad será atravesado a corto y mediano plazo por profundas grietas sociales, en tanto se está profundizando la pobreza, las carencias de lo básico para  miles y millones de personas; lo cual amenaza con convertir la incertidumbre en rebelión, en rebeliones espontáneas, cuyo única agenda será, exigir sus derechos básicos para no perecer, sopesando las probabilidades de morir por contagio o sucumbir por hambre. Pero esa rebelión también comienza a mostrarse en varias formas, como protesta organizada, como protesta popular de las comunidades y como tendencias de deslegitimación acelerada hacia los poderes políticos,  en una clara lucha de intereses de clase que reclaman la atención del Estado, con mayor agudeza frente a regímenes políticos degradados como lo evidencian algunos países de América del Sur y de Centroamérica, carcomidos por la corrupción, la indolencia, la incapacidad de prevención e intervención oportuna para enfrentar y paliar una crisis que ya exhibe su carácter sistémico. 

Mientras tanto, las élites de multimillonarios aferrados al lucro sin límites, ya se frotan las manos para capitalizar sin ningún escrúpulo las secuelas del desempleo y el hambre que ya se vaticina, pero en un escenario en donde no les será tan fácil debilitar la función social Estado después de la Pandemia, ese mismo Estado al que hoy le piden protección de sus capitales y al que han dejado la responsabilidad de resolver las necesidades de las y los desempleados para preservar sus reservas de capital.  

 

La incertidumbre y desesperación podrían propiciar el ocaso de la cordura y en su lugar la locura.  Es muy probable entonces, que la inmediatez de la sobrevivencia potenciada por la pandemia active el “rostro reactivo de la incertidumbre”, ojalá en el sentido más favorable a los intereses populares, que en todo caso, será una opción más digna que el “rostro pasivo” que equivale a conformismo. 

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