sábado, 5 de septiembre de 2020

Una fiera admirable

 Para Martí emergía ya el problema de crear las condiciones necesarias para un vínculo de nuevo tipo entre los representantes de la alta cultura y la cultura popular, entre dirigentes y dirigidos.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América

Desde Alto Boquete, Panamá


Todo hombre es una fiera dormida.  Es necesario poner riendas a la fiera. Y el hombre es una fiera admirable: le es dado llevar las riendas de sí mismo”. José Martí [1]


“De todos los problemas que pasan hoy por capitales”, escribía Martí en 1883, “solo lo es uno; y de tan tremendo modo que todo tiempo y todo celo fueran pocos para conjurarlo: la ignorancia de las clases que tienen de su lado la justicia.” Esta preocupación era de un orden distinto al de la tradicional importancia que el liberalismo hispanoamericano había otorgado a la educación como medio de lucha de la civilización contra la barbarie.

          

El año 1883, en efecto, veía desembocar las revoluciones de independencia de 1810-1825 en el Estado Liberal Oligárquico que sería dominante en nuestra región hasta empezar a desintegrarse con la Revolución Mexicana de 1910-1917. Y era además el año en que se iniciaba el ciclo de luchas obreras que culminaría en 1886 con la condena a muerte de cuatro dirigentes anarquistas en 1886. 

 

En Martí, ambas tendencias convergían, además, con su creciente convicción sobre la necesidad de replantear la lucha de Cuba por independizarse de España, para trascender el legado colonial y transformar la sociedad cubana mediante una revolución democrática. 

 

Así las cosas, para Martí emergía ya el problema de crear las condiciones necesarias para un vínculo de nuevo tipo entre los representantes de la alta cultura y la cultura popular, entre dirigentes y dirigidos. Esto demandaba una educación nueva para ambas partes, que a partir de 1892 se expresaría con especial claridad en el periódico Patria. Pero ese momento estaba lejano aún, y sólo llegaría al mismo a través de su ruptura política de 1884 con los dirigentes de la primera fase de la guerra de independencia, y la recuperación de ese vínculo mediante la creación del Partido Revolucionario Cubano el 10 de abril de aquel año. 

 

En 1883, se estaba apenas en el punto de partida de la creación de las condiciones que llevaran al movimiento independentista a darse un carácter democrático, y dotarse en una cultura y una organización correspondientes a ese carácter. Eso demandaría aún hacer interlocutores políticos de los sectores sociales involucrados en el movimiento independentista. Y esto, a su vez, demandaría de los dirigentes políticos y los intelectuales involucrados en ese proceso atender a la necesidad de explicar y justificar las “pasiones elementales del pueblo” en la determinada situación histórica, relacionándolas

 

dialécticamente con las leyes de la historia, con una concepción superior del mundo, científica y coherentemente elaborada, el “saber”; no se hace política-historia sin esta pasión, es decir, sin esta conexión sentimental entre los intelectuales y el pueblo-nación.[2]

 

Desde esa perspectiva, el “Prólogo” de Martí al libro Cuentos de Hoy y de Mañana, de Rafael de Castro Palomino, exaltaba en el texto su “fácil y vivo diálogo, precisión a menudo sorprendente, exposición llana, fiel y tersa, y grato y notable conjunto”, que permitían al autor explicar “a los trabajadores– porque no hay hombre hoy que no lo sea, a no ser un vil, y leer es trabajar –“

 

la necesidad de conocer los elementos de un problema para poder resolverlo; las flaquezas de los nobles sistemas ideológicos discurridos para ver de equilibrar y asentar sobre bases menos inseguras, crueles y desproporcionadas la vida humana; las tentativas varias que con nombre y apariencia de cosa novísima, sacan de las cenizas de edades pasadas reformadores más vehementes que afortunados; los métodos vagos y confusos, como nubes de aurora, ya cercana al día, con que almas evangélicas, movidas del ansia heroica de la redención, procuran resolver de antemano, con prisa saludable que anuncia y espolea, problemas de demasiada monta para que los precipite voluntad alguna aislada.

 

Aquellos eran, decía, “tiempos de ira y de extravío”, en los que el mundo - como hoy -, estaba en tránsito “de un estado social a otro”. Y en transiciones así, agregaba, “los elementos de los pueblos se desquician y confunden; las ideas se obscurecen; se mezclan la justicia y la venganza” hasta que “por la soberana potencia de la razón”, se van asentando en sus cauces “las fuerzas originales del estado nuevo.” 

 

Esa circunstancia hacía indispensable una educación que permitiera “al trabajador explotado” llegar a ser “caballero de los hombres, obrero del mundo futuro, cantor de alba, y sacerdote de la Iglesia nueva”, revelándole

 

los secretos de sus pasiones, los elementos de sus males, la relación forzosa de los medios que han de curarlos al tiempo y naturaleza tradicional de los dolores que sufren, la obra negativa y reaccionaria de la ira, la obra segura e incontrastable de la paciencia inteligente.

 

Para Martí, la necesidad de esa educación resultaba evidente en el hecho de que “las ideas justas, por sobre todo obstáculo y valla, llegan a logro”, y aunque era posible “precipitar o estorbar su llegada”, no lo era impedirla. “Una idea justa que aparece”, añadía, “vence.” Por lo mismo, la solución a los problemas venía “de suyo” y lo que en verdad importaba no era “acelerar la solución que viene: lo que importa es no retardarla.”

 

Un planteamiento así solo podría ser llevado a la práctica política construyendo una relación “entre los intelectuales y el pueblo-nación, entre los dirigentes y los dirigidos -entre los gobernantes y los gobernados-“  sustentada, como dijera Gramsci,

 

por una adhesión orgánica en la cual el sentimiento-pasión se convierte en comprensión y, por tanto, en saber (no mecánicamente sino de modo vivo), sólo en este caso, decimos, la relación es de representación y se produce el intercambio de elementos individuales entre gobernados y gobernantes, entre dirigidos y dirigentes, es decir, se realiza la sola vida de conjunto que es fuerza social; se crea el “bloque histórico”.

 

En Cuba, el Partido Revolucionario Cubano vendría a dar expresión política de ese bloque histórico, a diferencia de los que “suelen nacer, en momentos propicios, ya de una mesa de medias voluntades, aprovechada por un astuto aventurero, ya de un cónclave de intereses más arrastrados y regañones que espontáneos y unánimes” o de “la terca ambición de un hombre hecho a la lisonja y complicidad por donde se asegura el mando”. Este, decía, expresaba el empuje “de un pueblo aleccionado, que por el mismo Partido proclama, antes de la república, su redención de los vicios que afean al nacer la vida republicana”. Y concluía:

 

Nació uno, de todas partes a la vez. Y erraría, de fuera o de adentro, quien lo creyese extinguible o deleznable. Lo que un grupo ambiciona, cae. El Partido Revolucionario Cubano, es el pueblo cubano.”[3]

 

Alto Boquete, Panamá, 29 de agosto de 2020



[1] ” Prólogo” a “Cuentos de Hoy y de Mañana, por Rafael de Castro Palomino”. New York. Imprenta y Librería de N. Ponce de León, 1883. Obras Completas. Edición Crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010. Tomo 17: 307 -315.

[2] Antonio Gramsci: “Paso del saber al comprender, al sentir, y viceversa, del sentir al comprender, al saber.” 

Introducción a la filosofía de la praxis. Selección y traducción de J. Solé Tura. 

https://marxismocritico.files.wordpress.com/2011/11/introduccion-a-la-filosofia-de-la-praxis.pdf

[3] “El Partido Revolucionario Cubano” [Patria, Nueva York, 3 de abril de 1892]. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. I: 366.

 

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