Los países de desarrollo medio, como el nuestro, tienen grandes desigualdades sociales. El curso natural de los procesos tiende a profundizarlas. Cuando ello sucede, los países se vuelven políticamente inestables, como la mayoría de los países de América Latina. El Estado moderno debe actuar para variar esa tendencia automática. Y solo un Estado fuerte puede hacerlo.
Manuel Barrera Romero / Especial para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
Nuestro propósito es tener un Estado fuerte que oriente a la sociedad, dándole al desarrollo un sentido; que sea amable con toda la gente, pero en especial con los pobres y desvalidos; que funcione en forma eficiente, no burocrática y donde el poder actúe con transparencia.
Una sociedad con Estado débil no se sostiene a sí misma y queda expuesta en el mundo de hoy a influencias muy perniciosas (cultura banal, mafias delincuentes, droga, mercado sexual, terrorismo, consumismo). No se sostiene a sí misma una tal sociedad porque en el mundo globalizado las fuerzas que dirigen los acontecimientos en la economía y en la política son muy poderosas. No se trata sólo del mercado interno y no sólo de influencias nacionales. Hoy esas fuerzas pasan por encima de las fronteras nacionales y generan compromisos que no tienen patria. Una sociedad con Estado débil sería el reino de los poderosos que explotan a los débiles con impunidad. Sería la ley del mas fuerte, la ley de la selva. A la vez esa sociedad estaría demasiado expuesta a los vaivenes de acontecimientos externos que no controlaría.
El Estado democrático en el mundo es el único garante de la convivencia civilizada; el protector de los débiles versus los poderosos; de los consumidores en contra de los abusos de las grandes empresas, transnacionales y nacionales; y de los ciudadanos en contra de los delincuentes de todo tipo.
El Estado democrático es el único garante de que se cumpla la ley, una ley que en el Estado democrático procura conciliar los intereses del conjunto de la población o de su gran mayoría. Es la ley y el poder del Estado los que pueden proveer de seguridad a las personas y familias. En el mundo moderno -en especial en las grandes ciudades- el ciudadano común necesita de protección contra la delincuencia, el terrorismo, la violencia y el abuso. La vida de las ciudades es cada vez menos segura. Un Estado débil no puede garantizar la seguridad de todas las personas. Solo un Estado fuerte puede hacerlo conciliando seguridad con legalidad.
Por otro lado, el Estado moderno tiene una capacidad muy limitada para crear empleos. Un Estado débil queda, en este respecto, prisionero del sector privado. Y el desempleo es un
factor de mucho peso tanto para las condiciones de vida como para las decisiones políticas de la población.
El Estado democrático debe ser un Estado con el poder suficiente para ejercer sus potestades sin inhibiciones frente a otros poderes: económicos, sociales, religiosos o culturales. De otro modo el poder social captado por grupos de presión sin responsabilidades frente al conjunto de la sociedad pueden desequilibrar la institucionalidad y crear una situación sesgada según su conveniencia egoísta, como ha sucedido en Chile con los principales medios de comunicación que sin tener otra legitimidad que el poder económico y social para monopolizar estos medios han prácticamente decidido la agenda política del país poniendo en jaque, a veces, al mismo gobierno y a la sociedad en su conjunto.
Los reclamos políticos y teóricos de poderosas oligarquías económicas y sociales en contra del Estado democrático fuerte no son sino interpretaciones ideológicas acomodaticias a lo que constituyen sus intereses.
Cuando las oligarquías establecieron su dominio la sociedad fue gobernada de acuerdo a sus intereses sin posibilidad de interferencia alguna, en la totalidad de las áreas social, política, económica y cultural. El Estado era muy pequeño, con escasas funciones, aunque esas oligarquías cuando lo necesitaron, usaron y abusaron del poder armado represivo del Estado.
Los países de desarrollo medio, como el nuestro, tienen grandes desigualdades sociales. El curso natural de los procesos tiende a profundizarlas. Cuando ello sucede, los países se vuelven políticamente inestables, como la mayoría de los países de América Latina. El Estado moderno debe actuar para variar esa tendencia automática. Y solo un Estado fuerte puede hacerlo.
Como sucede con todos los centros de poder existe una tendencia a la aparición de tendencias autoritarias al interior del Estado. El mejor contrapeso para neutralizarlas es tanto la transparencia de la toma de decisiones (que es la regla de oro indispensable para la existencia de verdadera democracia) como la existencia de una sociedad civil dinámica y participativa.
Este segundo tema deberá visualizarse en el siguiente conjunto: Estado eficiente, democracia política, participación de la sociedad civil, control social (regulaciones, supervisión, dirección), orientación del desarrollo.
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