sábado, 5 de diciembre de 2020

Maradona: La víctima de una cruel idolatría

 … Y lamentablemente ocurrió la anunciada muerte de Diego Armando Maradona. Los dioses creados por la actual subcultura neopagana, caen desde sus altares; y cabe responsabilizar a buena parte de los adoradores del futbolista por haberlo empujado al previsible final.  

Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América

Desde Buenos Aires, Argentina



Un triste epílogo producto de los excesos que cometió, debido en gran medida a tanto machacarle los infaltables amigos del campeón y creérselo él, que era todopoderoso y eterno.  Sin duda ese final se dilató un par de décadas en razón de su físico excepcional, resistente a tantos malos tratos en los que no estuvo ausente, sino al contrario, el cruel negocio montado sobre su persona con un trasfondo de dealers de la droga y hetairas.
 

 

Como símbolo argentino representó a las mil maravillas nuestro genético “narcisismo”, por decirlo con terminología de Ortega y Gasset. Narcisismo menos de sibarita con fortuna heredada en las épocas de las vacas gordas argentinas, del tipo de los tiradores de manteca al techo Barón Biza o Macoco Álzaga, que del reo del arrabal entrador y algo cepillado, que retrató aquella letra del tango Araca París de 1930: “Con tres cortes de tango, sos millonario…/ ¡Morocho y argentino! ¡Rey de París!”

 

Constituye un lugar común repetir que nunca olvidó sus orígenes humildes. Eso fue destacado hasta en los diarios de la oligarquía como para justificar sus claroscuros y salir del paso los defensores del libre mercado empobrecedor de las mayorías populares con la imagen del chico humilde llegado al estrellato universal, algo tolerable para las elites si se trata de un caso aislado y no se generaliza la movilidad social ascendente. 

 

Sólo que el arraigo sentimental al barrio del siempre generoso benefactor de su Villa Fiorito natal, venía de la mano del peronismo abrevado desde la niñez potreril, el asumido kirchnerismo en los años dos mil y el cristinismo del final. Adhesiones políticas sumadas con coherencia a su amistad con las Madres de Plaza de Mayo y los curas villeros -al tiempo que criticó los lujos vaticanos-, más la admiración sin disimulos por Fidel Castro, el Che Guevara cuya imagen tatuó en uno de sus brazos y el comandante Hugo Chávez. Aunque no se quedó en fáciles elogios y en noviembre de 2005 apoyó la IV Cumbre de las Américas de Mar del Plata, conocida como No al ALCA y se mostró entonces en la paralela Cumbre de los Pueblos junto a Chávez y el Premio Nóbel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. En la siguiente década hizo pública su solidaridad con el presidente Lula da Silva, cuya prisión repudió y con Evo Morales al ser despojado del poder por el golpe racista del fascista Luis Fernando Camacho y compañía. Y Lula y Evo supieron de su apoyo cuando eran en apariencia dos perdedores en la fiesta del mundo. 

 

Claro está, no hizo la revolución, al decir venenoso del presidente francés Macron en su carta de duelo con la que tanta alharaca viene haciendo la reacción. No obstante, y suma puntos a favor de Diego, el hecho innegable que eligió tutearse con revolucionarios, cosa que es ejemplo e incitación para los pueblos que hoy lloran piadosos al autor de tantos momentos de alegría. Porque en mucho, ante la burda religión maradoniana, viene a cuento repitiendo a Marx en la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, conceder que tal cofradía sin fronteras, también “es el alivio de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón”.     

                

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Sin haberlo jugado nunca, valoro el deporte del fútbol llevado al plano del arte cuando se sabe patear una pelota con precisión y sortear obstáculos –léase defensores- hasta hacerla entrar en el arco contrario. Eso sí, repudio el multimillonario comercio que representa en la actualidad, regido por instituciones corruptas como la FIFA y sus dirigentes, módicos alquimistas trasmutando en oro para unos pocos la pasión popular por excelencia. Un estado de cosas que Maradona denunció con lucidez y valentía tantas veces, incluyendo entre los personeros de tal negocio capitalista a Mauricio Macri, que cuando era presidente de Boca quería convertir los clubes argentinos en sociedades comerciales.

 

Precisamente por admirar el arte de Diego, siempre he pensado que el deportista genial que fue capaz de hacer un gol histórico a la selección inglesa en el Campeonato Mundial de 1986, no precisó cometer otro con la mano en el mismo partido. Sin embargo, la grosería argentina, la misma grosería que invadió en el reciente velatorio del ídolo la Casa de Gobierno y a lo barra brava dañó el busto del presidente constitucional Hipólito Yrigoyen -y frente a esos desmanes iconoclastas viene al caso recordar aquella alusión a nuestra ignorancia del dramaturgo Jacinto Benavente: “Armen la única palabra posible con las letras que componen la palabra argentino”. (El resultado no es otro que ignorante)-, celebró en su momento más la viveza criolla, la trampa bajo el eufemismo de Mano de Dios, que la genialidad deportiva. 

 

Así estamos como sociedad, con o sin Maradona, cuya alma encomiendo al único Dios, Señor de Misericordia.

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