sábado, 19 de diciembre de 2020

Palabra de pase

 La crisis del neoliberalismo no se resuelve con el retorno a algún paleo liberalismo, sino yendo más allá de todo liberalismo y sus formas de organización política, para construir un sistema mundial de los pueblos.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América

Desde Alto Boquete, Panamá


Cubadebate ha publicado un artículo del ensayista Luis Britto García con un título que sintetiza el dilema fundamental de nuestra América en la crisis por la que atraviesa el sistema mundial: “¿Cuál es el reto de una América Latina postneoliberal?”[1] Allí, tras examinar el curso reciente de las luchas políticas y sociales en la región, concluye que las victorias electorales de movimientos progresistas en la región “ponen en evidencia la caducidad, no solo económica y social, sino también política del orden neoliberal.” Aun así, añade,

 

llama la atención en este panorama de insurrecciones sociales casi espontáneas la aparente ausencia de la conducción de organizaciones radicales que deberían dirigir las fuerzas movilizadas hacia objetivos revolucionarios y evitar su dispersión y desarticulación.

 

Al respecto, advierte Britto, los progresismos políticos deben desechar “la tentación” de “descuidar las reivindicaciones de las masas que los apoyaron, contrabandear recetas neoliberales con rótulos seudo revolucionarios y resignarse a perder el poder hasta que alguna eventualidad les permita recuperarlo para repetir el ciclo.” Aquí, dice, lo que está planteado, dice Britto, es “el reto de una América Latina postneoliberal”. 

 

En lo ecológico, añade enseguida, esto implica “racionalizar el uso de recursos naturales y preservar la biodiversidad y el equilibrio ecológico planetario”, como en lo social demanda “eliminar toda barrera de discriminación social, étnica, cultural, de género o de cualquier otra índole. Garantizar el acceso a todos los niveles de la educación. Traducir la automatización en disminución de la jornada de trabajo y no en desempleo. Aplicar los excedentes económicos a la eliminación del hambre y la pobreza y no a la acumulación privada.”

 

De igual modo, en lo económico el reto planteado demanda “colocar bajo control social los principales medios de producción, y planificar la economía en función de las necesidades sociales”, así como reivindicar “el derecho a proteger las economías nacionales.” Y, en lo político, se hace necesario reestructurar los modelos electorales para permitir “la efectiva y transparente expresión de la voluntad de las mayorías” y constituir “gobiernos que respondan a las demandas y necesidades del pueblo y no a las del gran capital.”

 

Aquí convendría ampliar el ámbito histórico de lo planteado, recordando que el neoliberalismo emerge de la crisis del liberalismo como doctrina dominante en la geocultura del sistema mundial. Al respecto, advertía Immanuel Wallerstein en 1995, que la destrucción del Muro de Berlín y la subsecuente disolución de la URSS habían sido celebradas “como el triunfo definitivo del liberalismo como ideología.” Esto, añadía, era “una percepción totalmente equivocada de la realidad” pues, por el contrario, “esos acontecimientos marcaron aún más el derrumbe del liberalismo y nuestra entrada definitiva en el mundo ‘después del liberalismo’.”[2]

 

En breve, la crisis del neoliberalismo no se resuelve con el retorno a algún paleo liberalismo, sino yendo más allá de todo liberalismo y sus formas de organización política, para construir un sistema mundial de los pueblos. Este podría llegar a ser el resultado realmente progresivo del momento de transición que atraviesa el mercado mundial, haciendo del neoliberalismo la formación social con que se cierre, finalmente, “la prehistoria de la sociedad humana” [3], e impedir a tiempo con ello que de la crisis resulte un retorno a la barbarie cuyas consecuencias podrían incluir a extinción de nuestra especie.

 

Todo sugiere, en efecto, que nos encaminamos hacia una fase de máxima expansión de las fuerzas productivas creadas por el capitalismo, de trascendencia aun mayor que las de las revoluciones industriales de los siglos XIX y XX. Esto se expresa en una transnacionalización de la economía mundial, que busca nuevas formas de organización política o, para decirlo en breve, la renovación de su superestructura a escala planetaria. 

 

Nada de esto supone que sea inevitable una organización transnacional del mercado mundial. Lo importante, aquí, es que hemos ingresado a una nueva fase de nuestra historia en la cual, como lo expresara José Martí en el momento inicial de la construcción de nuestra América,

 

Se ponen de pie los pueblos, y se saludan. “¿Cómo somos?” se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, o van a buscar la solución a Dantzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación.[4]

 

Esa creación incluye, por ejemplo, que no podamos seguir hablando de una distribución injusta de la riqueza como si fuera tan solo un problema moral, cuando sabemos que todo modo de producción supone formas propias de circulación y distribución de los bienes que produce el trabajo de los humanos. En este sentido, la extrema concentración de la riqueza - y la extrema difusión de la pobreza - no son meras expresiones de misantropía, sino consecuencias necesarias del desarrollo del sistema que ha generado la crisis que encaramos. 

 

En el fondo, todos, misántropos y filántropos, saben que si queremos un mundo distinto tendremos que abrir paso a la creación de sociedades diferentes. Para unos, la diferencia deseada es la liberación plena todo obstáculo al ejercicio de la ley del valor. Para nuestros pueblos, esa liberación solo llegará cuando – sea en el plazo que sea – eliminen las condiciones políticas y culturales que han hecho psoible la hegemonía de esa ley desde hace cuatrocientos años.

 

El cómo de este problema será distinto en sociedades diversas, pero en cada una de ellas será decisivo para definir el destino del progresismo latinoamericano de comienzos del XXI. Lo realmente decisivo, cuando el progresismo genere un verdadero progreso, es la creación de una circunstancia como la que planteara Fidel Castro a su pueblo el 10 de octubre de 1968, al conmemorar el primer centenario de las luchas de los cubanos por su liberación nacional, expresada en un poder que

 

Era por primera vez el poder frente a los monopolios, frente a los intereses, frente a los privilegios, frente a los poderosos sociales.  Era el poder frente al privilegio y contra el privilegio, era el poder frente a la explotación y contra la explotación, era el poder frente al colonialismo y contra el colonialismo, el poder frente al imperialismo y contra el imperialismo.  Era por primera vez el poder con la patria y para la patria, era por primera vez el poder con el pueblo y para el pueblo.[5]

 

De eso se trata, cuando de post neoliberalismo se habla, desde la perspectiva del progreso de los pobres de la tierra hacia un mundo que sea sostenible por lo humano que llegue a ser.

 

Panamá, 16 de diciembre de 2020



[3] Marx, Carlos: “Prólogo” a la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859)

  http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm

[4] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975: VI – 20.

[5] Castro, Fidel: “Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en la velada conmemorativa de los Cien Años de Lucha, efectuada en La Demajagua, Monumento Nacional, Manzanillo, Oriente el 10 de octubre de 1968.” (Departamento de versiones taquigráficas del Gobierno Revolucionario)

 http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1968/esp/f101068e.html

 

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