En este Buenos Aires del ya trajinado y pandémico siglo XXI, el hábito de sentarme a conversar con Beinusz Szmukler constituye además de un gusto, un motivo para memorar mis viejas rebeldías y el disparador para impulsarme a no deponerlas.
Carlos María Romero Sosa / Para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
Viene a cuento lo dicho porque en este Buenos Aires del ya trajinado y pandémico siglo XXI, el hábito de sentarme a conversar con Beinusz Szmukler constituye además de un gusto, un motivo para memorar mis viejas rebeldías y el disparador para impulsarme a no deponerlas, consciente de que la única lucha perdida es la que no se da y fiel a mis convicciones católicas, asumir repitiendo con el mártir colombiano Camilo Torres que el deber de todo cristiano es ser revolucionario.
El 9 de julio último, Beinusz alcanzó sus primeros noventa años y por lo oportuno de ciertas casualidades, coincide su cumpleaños con la celebración de la Independencia argentina declarada en 1816. Si “el nombre es arquetipo de la cosa”, de acuerdo con el platónico verso de Borges, también las fechas de ciertos natalicios parecieran anticipar todo el sentido de una existencia, para el caso la del luchador por la soberanía, la autodeterminación de los pueblos y la justicia social.
Sin embargo, quién iba a suponer que las vueltas de la vida más veloces e imprevisibles que la propia órbita del mundo, convertirían al niño que vio la luz en Kletsk -entonces pequeña población de Polonia en la frontera con la Unión Soviética, arrasada pronto por la barbarie asesina nazi, y hoy en territorio de Bielorrusia-, en un argentino jugado sin medir riesgos por “la plena independencia económica y la soberanía del Estado sobre sus riquezas y recursos naturales, la acción contra el imperialismo, el fascismo, el colonialismo, y contra la discriminación racial, de la mujer, los aborígenes y minorías nacionales”, según lo expresó haciendo suyos los principios rectores de la Asociación Americana de Juristas, fundada en Panamá en 1975, de la que es Presidente del Consejo Consultivo Continental, en su discurso de clausura de la XVI Conferencia Continental de la AAJ realizada en la ciudad de Santiago del Estero (República Argentina) en 2015.
En 1937, como tantas familias judías que huían del más que enrarecido aire del Viejo Mundo y particularmente de la Europa Central, llegó con sus mayores a Buenos Aires estableciéndose en el porteño, proletario y a poco marechaliano barrio de Villa Crespo “el de las calles estrechas/ y las casitas mal hechas/ que era lindo por lo feo”en la descripción tanguística del dramaturgo Alberto Vacarezza. Tampoco eran en este país tiempos idílicos ni mucho menos, sino los de la Década Infame, así caracterizada por el escritor y periodista tucumano José Luis Torres, un nacionalista que hoy sería considerado de izquierda y se habrían disputado su cabeza, en la década del 70, tanto la parapolicial Triple “A” como los “grupos de tareas” integrados por los militares y los marinos de la dictadura. Tiempos del “contubernio” oligárquico denunciado por el diputado obrero Joaquín Coca. Tiempos cuando el trabajador de la construcción Carlos Bonometti era condenado a veinticinco años de prisión, en palabras del juez competente: “por comunista”; pesando así más la ideología del acusado que las dudosas pruebas que lo vincularon con la muerte de un agente de policía durante una huelga declarada por los albañiles.
En Villa Crespo realizó Beinusz los estudios primarios. Luego, ciertas condiciones de la enseñanza secundaria, cuyos primeros años cursó como regular en el Colegio Manuel Belgrano y donde fue alumno del crítico literario y legislador socialista Roberto Giusti, otrora defensor de la Revolución Rusa y después integrado como dirigente del derechizado Partido Socialista Independiente a la gobernante Concordancia con los conservadores y los radicales antipersonalistas, lo impulsó a dar su inicial lucha. En la ocasión lo fue porque se ampliara al resto de los establecimientos capitalinos el bachillerato nocturno, dado que a la sazón únicamente contaba con ese turno el Colegio Nacional Domingo F. Sarmiento. La más que justificada demanda dio sus frutos hacia 1947, posibilitando así que continuaran estudiando los alumnos provenientes de hogares humildes que debían trabajar durante el día. El adolescente Beinusz, en tanto líder del reclamo, fue elegido por sus compañeros secretario del Centro de Estudiantes del Colegio Manuel Belgrano.
Vino después su paso por la Federación Juvenil Comunista, cuando el conflicto de la nomenclatura estalinista del Partido Comunista con el peronismo naciente. Algo que impidió la unidad de los sectores populares, resultando tanto de la incomprensión de la izquierda sobre el peronismo, cuanto de los reparos de éste sobre la izquierda, la pérdida hasta el presente de una real posibilidad de enfrentar al común enemigo oligárquico e imperialista. En la actualidad, por ejemplo, Beinusz imagina mediante el ejercicio de la historia contrafáctica, un diferente curso de los acontecimientos de la época si el popular dirigente obrero de la carne José Peter, sin abdicar de sus principios, hubiera cruzado el charco en 1945 cuando el propio Perón buscó acercarse a él. Claro está que otros comunistas sí entendieron el fenómeno, por cierto, lleno de contradicciones del justicialismo: Juan José Real, el notable intelectual Rodolfo Puiggrós impulsor del properonista Movimiento Obrero Comunista, José Manteca Acosta o un juvenil Rodolfo Ortega Peña, por nombrar algunos de ellos.
La militancia, con previsibles cárceles durante el gobierno de Perón le impidió concurrir a la Universidad de Buenos Aires, en manos de la derecha del movimiento, y se graduó como abogado en la más progresista Universidad Nacional de La Plata de la que Alfredo Palacios, el primer diputado socialista de América había ocupado la presidencia.
Ya con el título en la mano actuó en la Comisión Jurídica de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, organismo fundado en 1937 entre otros por Deodoro Roca, alma de la Reforma Universitaria de 1918 y del que desempeñaron en forma conjunta la primera presidencia los senadores por la Capital Federal Lisandro de la Torre y Mario Bravo, ambos recordados al presente como figuras eminentes de la Nación.
El largo y peligroso ejercicio de la defensa de las libertades públicas encarado por Beinusz desde la juventud, lo convirtió en un referente insoslayable de la lucha por los Derechos Humanos; y su nombre saltó al primer plano cuando fueron estos violados a nivel de genocidio por la última dictadura responsable al menos de 30000 desaparecidos.
Quien además de los antecedentes anotados ha sido Vicepresidente y Secretario General de la Asociación Internacional de Juristas Democráticos, Consejero del Consejo de la Magistratura de la Nación (mandato 2002-2006), Presidente de la Asociación de Abogados de Buenos Aires (2007-2009), miembro del Consejo Académico Asesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (1985), Consejero por el Claustro de Graduados del Consejo Directivo de la Facultad de Derecho de la U.B.A. (2002/2004), miembro del Órgano Ejecutivo del Ente Público Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos (EX ESMA), profesor universitario de Derecho Constitucional y publicista en temas jurídicos, tiene en claro y suele puntualizarlo al ser entrevistado que "la Justicia nunca esta disociada en cuestiones ideológicas". O bien y así lo expuso en la Revista de la AAJ en el número de diciembre de 2011 dedicado al Funcionamiento del Sistema Interamericano: “si hay algo que no se puede separar de la política es lo jurídico, que en definitiva es un instrumento de la política.”
Su lucidez intelectual, percepción de la realidad y la formación en el campo del Derecho y las Ciencias Sociales dan sobrada razón para conceptuarlo como “el jurista del campo popular a quien más escuchamos sobre administración de justicia”, en palabras de su colega Ernesto Moreau pronunciadas en septiembre de 2011, en el homenaje público que se le tributó en el Centro Cultural de la Cooperación, con la presencia, entre otras figuras, de la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Nora Cortiñas, y el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel.
El doctor Beinusz Szmukler fue recibido en varias ocasiones por el comandante Fidel Castro, la Nicaragua revolucionaria lo condecoró a poco del triunfo sandinista y uno de los líderes del movimiento de entonces, el sacerdote Ernesto Cardenal, lo invitó a almorzar a su casa en Managua y por más datos el Papa San Juan Pablo II recibió de sus manos, en la audiencia que le concedió, la revista de la AAJ.
Dialogó con Yasser Arafat sobre el problema palestino y ha llevado en persona, su solidaridad a ese pueblo en varias ocasiones. Uno de esos viajes lo hizo como integrante de una misión de la Asociación Internacional de Juristas Democráticos que entre los días 12 al 17 de octubre de 2001 investigó las violaciones a los Derechos Humanos del Pueblo Palestino en territorios ocupados por el Estado de Israel, de lo cual surgió un extenso documento público que denunciaba y documentaba torturas y ejecuciones extrajudiciales.
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Hoy, en algún café del barrio de Palermo, próximo a su domicilio en la Avenida Raúl Scalabrini Ortiz –por el gran impulsor de la nacionalización de los ferrocarriles, en manos de capitales británicos hasta 1948-, este ejemplar luchador hace un alto. Toma oxígeno para señalar con nuevos énfasis otras causas que lo desvelan, como ser la de los migrantes haitianos reprimidos por esos días en los Estados Unidos. El humanista que no ha dudado como parte del juego democrático y la necesaria pluralidad ideológica, en criticar en 2011 algunos fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, no obstante que consideraba a ese cuerpo el mejor de la historia argentina y que tampoco ha tenido problema para manifestarse ante magistrados cubanos en contra de la pena de muerte, sabe anteponer su corazón solidario al frío determinismo y al ideologismo que automatiza y sectariza. Por eso, al generoso ritmo de sus latidos evoca maestros de la juventud como Héctor P. Agosti y se ufana de la fraternidad con Héctor Sandler, Eduardo Barcesat, el ex diputado socialista Héctor Polino o con los ya fallecidos Osvaldo Bayer, el peronista Alberto González Arzac -que como él presentó en los años de plomo Habeas Corpus por compañeros desaparecidos, con riesgo de vida- y Fanny Edelman, legendaria brigadista internacional durante la Guerra Civil Española. Y aún guarda en su espíritu disposición y sentimiento para abrirse a otros vínculos como esta amistad con la que me honra desde tiempo atrás.
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