sábado, 30 de octubre de 2021

Argentina: los desplazados mapuches y el sagrado derecho de propiedad de los terratenientes

 Los mapuches de la Patagonia Argentina, que en su mayoría nada tienen de violentos, secesionistas y menos de terroristas, lo que peticionan es el pleno cumplimiento de lo normado en nuestro texto constitucional.

Carlos María Romero Sosa / Para Con Nuestra América

Desde Buenos Aires, Argentina                               


Sin duda con noble intención se los bautizó no hace mucho “pueblos originarios” a los nativos de América. De circunscribirnos a la República Argentina, lo malo es que otros ven en esa denominación la manifestación patente del pecado original de los así llamados y, en consecuencia, un buen  motivo para cuidarse de ellos, velar las armas y señalar las largas, tristes y ociosas jornadas de sus reivindicaciones, no precisamente con la piedra blanca a la que se refiere  Don Quijote en cierto diálogo con su escudero.

 

Los mapuches de la Patagonia Argentina, que en su mayoría nada tienen de violentos, secesionistas y menos de terroristas, lo que peticionan es el pleno cumplimiento de lo normado en nuestro texto constitucional. (También en Chile donde el problema es aún mayor,  declaró el año pasado el abogado de esa etnia, Salvador Millaleo, que “la nueva Constitución Chilena debe resolver la exclusión del pueblo mapuche”). O sea que la cuestión está presente en ambos lados de la Cordillera de los Andes que desde hace siglos -antes de constituirse ambos países- no era una frontera para ellos. 

 

Por de pronto la violencia de algunos presuntos mapuches que dañan y ocupan bienes de pacíficos pobladores del territorio de Río Negro cuando menos poseedores de buena fe, le juega en contra a la comunidad, como que logra por correlato que se levanten voces exigiendo represión al gobierno del presidente Alberto Fernández  jugando así la oposición al desgaste institucional, igual que con las diarias maniobras para subir el dólar del círculo rojo. Tan regresivo resulta el nuevo discurso antiindigenista y racista, al punto de cuestionar algo indiscutido ya por la ciudadanía desde hace décadas, como es el artículo 75, inciso 17 de la Constitución Nacional según la reforma de 1994 donde se reconoce la preexistencia de los pueblos indígenas argentinos. O  en una nota aparecida el 28 de octubre último en el diario La Prensa de Buenos Aires, hasta repudiar la ley 23. 302 de 1985 proyectada por el entonces senador y después Presidente de la República, doctor Fernando de la Rúa, no un José Carlos Mariátegui, ni una Rigoberta Menchú, ni un senderista sino un radical en extremo conservador.     

                                               

Los dueños de la tierra se preguntan incómodos qué es eso de llamar “pueblos originarios” -o con grandilocuencia “poblaciones tribuales o semitribuales”, tal en el Convenio Sobre Poblaciones Indígenas y Tribuales de 1957, emanado de la Organización Internacional del Trabajo bajo el número 107-  a los que pretenden  y  reclaman territorios en manos civilizadas por voluntad divina de la que el general Roca –su masonería, un detalle- y antes el gobernador Rosas –su simpatía por la  Pérfida Albión, una distracción- fueron providenciales instrumentos.  

 

Nada que discutir con esos desarrapados, piensan los bendecidos de la tierra, parafraseando o algo más que eso a Franz Fanon. ¡A lanzar  el asalto final! ¡Animémonos y vaya la gendarmería y la prefectura naval como carne de cañón a jugarse por la defensa de la integridad territorial del país! Es decir por los latifundios patagónicos, los de Benetton, los de la Corona Británica y los de la colonialista Corona Holandesa, donde suele tomar descanso la módicamente argentina reina Máxima.    

 

Además de la ley del más fuerte que bien pensó el agnóstico Darwin, entienden que les corresponde la tierra por la ley del más astuto como cristianos de ley que son; ya lo dice el Evangelio: sean astutos como serpientes; lo de mansos como palomas que sigue en el versículoen cambiodebe responder a un lapsus populista de San Mateo. Y por  avistados tienen los libros contra aquellos que solo leen en el fuego, en el aire, en fin en la naturaleza, el ancestral mandato de sus dioses.                                                         

 

Y pueden sumergirse en todos los libros del mundo civilizado con su unanimidad de argumentos para disciplinar conciencias, racionalizar sentimientos y hasta encarcelar inspiraciones. Así por ejemplo  en el Diccionario de la Real Academia Española, que con su fijación por limpiar y dar esplendor define “pueblo” en una primera acepción como “conjunto de personas  de un lugar, región o país”. Y en la segunda como “gente común y humilde de una población”. 

 

Pero en algo ese volumen les juega en contra, porque cómo aceptar que lo allí anotado quepa a gente problemática hasta el “terrorismo” vinculado con Al Qaeda según las fake news que corren como reguero de pólvora. Aunque delirios conspirativos aparte sea capaz sí de pelear por el lugar que pequeño o grande, paradisíaco o desértico y sometido a vientos y nevadas  siente que constituye su país. Y en cuanto a lo de “humilde” es cierto y hete aquí  lo más peligroso para los energúmenos antiindigenistas descubridores de la España que “redujo crueles imperios” como poetizó Borges olvidando por un instante su anglofilia: claro que  los “pueblos originarios” son humildes en el sentido de pobres y de pobres de solemnidad, pero es de subrayar tranquilizando conciencias con cola de paja, que tal ocurre debido a su propia ignorancia y no a despojo alguno, repiten a lo mantra. Lo demás –sigue el relato oligárquico- es la insidiosa propaganda de  los marxistas, de los guevaristas  y lo que  piensa el herético Papa Francisco, ¡Vade retro Satana!

 

Todo esto lo saben de buena fuente quienes tienen  asida la tierra con mano firme y puño cerrado. En rigor, en el principio fue su propiedad por dudosos títulos de conquista y después vino lo de convencer al resto sobre su justicia.  

 

Entonces chillan: a cuidarnos en salud y mientras lustramos las armas, que las autoridades se den a emplear la estrategia practicada desde el ayer de anteayer. O sea  prometer lo que nunca se tuvo voluntad de cumplir y demorar las soluciones “ad infinitum”. Basta con emplear al policía bueno –mejor un agente de un gobierno bien visto por los grupos de poder internacional y no de estos castromaduropopulistasproiraníesk– para tomar burocrática  nota de los petitorios y al policía malo que reprima sin contemplación como a Rafael Nahuel y probablemente a Santiago Maldonado, que sin embargo fue pintado por el macrismo como un émulo de Safo con eso de arrojarse  al agua voluntariamente!!!  

 

 Sí señor, berrinchan en su relato salvaje antiplurinacional: a cuidarnos y resguardarnos porque a los “pueblos originarios” se les ha dado por creer que el vivir infrahumano de sus miembros puede y debe modificarse a costa de lo que sea. 

 

Desde ya a costa y cargo del actual –y ancestral- grito de rebeldía con su horizonte de redención futura y su carga cierta de sacrificio actual, al que se advierte no le escapan cada vez en mayor número los mapuches. Y esto para desvelo de los bienpensantes promovidos por los medios concentrados de comunicación.

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