sábado, 4 de junio de 2022

Ecuador: primer año de gobierno

 El Informe presidencial cumple con lo que debe decir y hacer un gobierno de corte empresarial y neoliberal. Su preocupación central se halla en medir resultados en función de los “equilibrios macroeconómicos”, que garanticen el libre y tranquilo flujo de los negocios privados.

Juan J. Paz-y-Miño Cepeda / www.historiaypresente.com 


Escuché, con detenida atención, el Informe del presidente Guillermo Lasso, presentado el 24 de mayo (2022) ante la Asamblea Nacional del Ecuador (https://bit.ly/3wJPH8w), al cumplir el primer año de gobierno. En las horas y días que siguieron, se han difundido múltiples comentarios y distintos análisis, que tratan de confrontar las afirmaciones del discurso con las realidades del país y particularmente verificar si los datos económicos entregados por el Presidente tienen fundamento. Abordemos también el tema con alguna perspectiva histórica.

 

Lo primero que el presidente Lasso ha dejado en claro es que recibió un país al borde del abismo, que forzosamente se refiere al que dejó Lenín Moreno (2017-2021) a quien, sin embargo, no lo nombra: sin vacunas en medio de la pandemia, derrumbada la economía, desajustadas las finanzas, con un “Estado casi quebrado”, sin funcionamiento de los servicios públicos, desinstitucionalizado. El mismo Moreno había advertido que “la mesa no queda servida” (https://bit.ly/3z2dgfC). Pero ese fue el gobierno sostenido y protegido por las elites empresariales, las clases privilegiadas y las derechas políticas y mediáticas del país, que igualmente sustentan al gobierno de Lasso. Lo que cabe remarcar es que Moreno, además de “maquillar” su gestión (https://bit.ly/3wSpV27) se encargó de hacer el “trabajo sucio” de la persecución a todo lo que sonara a “correísmo”. A despecho de los arrepentimientos actuales, fue el gobierno que preparó las condiciones para que se formara un bloque de poder férreamente unido para garantizar el triunfo de Lasso en 2021 y pasar a controlar la conducción del Estado.

 

No había posibilidades de referencias directas contra el gobierno de Rafael Correa (2007-2017), puesto que los logros económicos y sociales de esa década están ampliamente documentados no solo en el país, sino en informes internacionales como los de la CEPAL. A estas alturas, hasta a los otrora sostenedores de Moreno les resulta evidente que fue él quien arrasó con aquellos avances logrados (https://bit.ly/3M4WPCo). Quizás las alusiones del Informe sobre alguna época anterior sean las relativas a la “corrupción” y el manejo petrolero, porque incluso lo relativo a la indetenible delincuencia que vive el país, atribuido en el discurso de Lasso a que en el “pasado” se había “cedido demasiado territorio al hampa”, tampoco tiene sustento en datos empíricos, estudios ni vivencias ciudadanas, ya que los índices delincuenciales, reducidos desde 2010, crecen a partir de 2018 y explosionan en 2021 (https://bit.ly/3wRZgDP).
 
Las dos “turbinas” del avión que se debían “reparar” (metáfora utilizada por el presidente Lasso, similar a la que empleaba W. W. Rostow en la década de los 60 para hablar del “despegue” del subdesarrollo) fueron, de una parte, salvar la vida de los ecuatorianos, que se cumplió con el plan de vacunación anti-Covid, el mayor y más reconocido éxito gubernamental (lo cual es cierto), frente a la infame indolencia del gobierno de Moreno; de otra, la “salud económica” del país. Desde luego -nuevamente frente al desastre dejado por Moreno- se recuperó el crecimiento, también las inversiones, igualmente el empleo adecuado, subió el salario básico (tras 2 años de congelamiento), aumentó el turismo, se redujo el déficit, la inflación es baja, la dolarización es sostenible, de modo que “lo peor de la tormenta ha pasado”. Con la “casa en orden”, es cierto, no solo se salvaron vidas, sino que “salvamos a Ecuador del precipicio”. Los datos presentados dan cuenta de ello, aunque los cuestionamientos abundan (
https://bit.ly/3PLzJUh // https://bit.ly/3m9iYoB // https://bit.ly/3a8vzWk). 

 

El problema histórico es que las cifras no recuperan el nivel anterior a la pandemia, irónicamente están lejos de las que se vivieron durante la década del “correísmo” (especialmente en materia social) y, desde luego, no alteran en nada las bases del mismo modelo empresarial-neoliberal recuperado desde 2017. También hay un problema de credibilidad pública que opera en contra del presidente Lasso, si se atiende a los sondeos de opinión que han circulado (https://bit.ly/3LUra6z).


Lo mejor del país está por venir, de acuerdo con el Informe. Hay millones en potenciales inversiones en varios sectores; se ha incrementado el presupuesto en educación, con reparación de establecimientos y ascensos docentes; llegarán inversiones en salud, obras para el sector y médicos; abastecimiento de medicinas por intermedio de farmacias privadas; un “Plan Decenal de Salud”, que incluirá la historia clínica electrónica; inversiones en el deporte; incremento de bonos; construcción de viviendas; movilización de créditos (1% de interés y 30 años); gran renacimiento del agro y el primer “registro nacional agropecuario”; conectividad mayor a nivel nacional; obras, como el futuro “tren multipropósito” y el incremento de la producción petrolera; próximos tratados de libre comercio con México, China, Israel… para comenzar; y los soñados acuerdos público-privados. Ante la inseguridad de cada día, habrá más policías, fortalecimiento a las fuerzas armadas; y todo con enfoque en derechos humanos, lejos del control de un “proyecto político” sobre la institución militar; y finalmente la restauración del poder del Estado en las cárceles. Además, las previsiones para los próximos años aseguran las mejores políticas sociales. “Todo esto es solo el inicio” aseguró el Presidente.


Si se cumplen las mesiánicas ofertas y se juntan a la recuperación económica tras el desastre que dejó Moreno, parecería que el país retornará al camino de fortalecimiento económico con progreso social. Y, además, parecería que se camina, paradójicamente, a la recuperación del modelo de economía social de hace una década, que es la antípoda del modelo de economía empresarial-neoliberal. Pero eso es imposible que ocurra. El bloque de poder que sustenta al gobierno de Guillermo Lasso tiene consignas claras: reducir el Estado, los impuestos a su clase, flexibilización laboral, libre comercio con el mundo, recursos naturales a su servicio, privatizaciones, buenos negocios, contención de las protestas y demandas sociales. Nada de redistribución de la riqueza, democratización de los factores de la producción, fortalecimiento de capacidades estatales, fuertes impuestos a los ricos, poder social sobre el poder privado, privilegio del trabajo sobre el capital, servicios públicos universales y gratuitos. Y tampoco latinoamericanismo bajo posiciones soberanas y antimperialistas.
 
El Informe presidencial cumple con lo que debe decir y hacer un gobierno de corte empresarial y neoliberal. Su preocupación central se halla en medir resultados en función de los “equilibrios macroeconómicos”, que garanticen el libre y tranquilo flujo de los negocios privados, sin los sobresaltos que ocasionan las visiones económicas y sociales que enfatizan en Estados fuertes, que impongan el interés nacional sobre las elites privadas. Ni se menciona algún logro referente a las demandas y reivindicaciones de las organizaciones populares y movimientos de la sociedad civil. Desde luego, la convocatoria del Mandatario a buscar consensos mayoritarios, para actuar por sobre las diferencias y cruzar el puente hacia la nueva orilla de la democracia, implica aceptar el modelo en camino y no otro diferente. Por eso, finalmente dice el Presidente Lasso: “Tómenme la palabra”… “El país de oportunidades, juntos lo hacemos posible”. 

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