sábado, 4 de junio de 2022

Una especie belicosa

 Alemania acaba de dar un salto espectacular en su presupuesto militar aduciendo la amenaza rusa a raíz de la guerra en Ucrania. Será la principal potencia de Europa y se arroga la tarea de ser su garante de  seguridad. 

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica


Solo tienen un presupuesto militar mayor Estados Unidos y China, con lo que los viejos tabúes que le habían puesto vetos en este sentido después de la Segunda Guerra Mundial quedan en el pasado.  
 
Ya desde la administración Trump los miembros de la Unión Europea habían sido prácticamente coaccionados a aumentar su gasto militar. Se puso un piso de 2% del PIB, lo cual significó que hubo un aumento considerable, pero la beligerante actitud de Estados Unidos, que adujo que estaba subvencionando la seguridad del viejo continente, no dejó alternativas. 

 

Oponerse o denunciar esta carrera armamentista se considera en estos momentos prácticamente alta traición. Hay un histérico ambiente guerrerista en el que parece haber una competencia por ver quién pone más armas sobre el tapete, aunque las que ya se poseen darían no solo para que se exterminaran entre sí varias veces, sino también para que se llevaran en la embestida al resto del mundo.

 

Hace tiempos ya que la especie humana tiene sobre su cabeza la espada de Damocles del exterminio total. La amenaza surgió al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando hizo su aparición en escena la bomba atómica que fue utilizada de forma limitada, experimental y sin sentido (puesto que la potencia enemiga, Japón, ya estaba derrotada) en Hiroshima y Nagasaki. Desde entonces, el mundo conocido es susceptible de ser borrado de la faz de la Tierra con solo oprimir algunos botones que desencadenen el holocausto mundial.

 

Después de las experiencias de las dos guerras mundiales del siglo XX, Alemania había sido conminada a permanecer castigada en una esquina limitando su presupuesto militar, pero lo que ha sucedido esta semana pone punto final a esta situación y la lleva de nuevo al centro de la palestra bélica mundial. Se transforma así en la potencia militar europea, a la par de la que está en el continente americano y la del continente asiático.

 

Sucede todo esto mientras el Estado de Bienestar alemán, al igual que en el resto de países europeos, tiene cada vez más excluidos. En España casi el 60% de los asalariados son mileuristas y en Alemania un 23% gana menos que eso, con lo que el malestar crece exponencialmente, especialmente entre los jóvenes a los que cada vez se les exige mayor preparación y se les paga menos.

 

No cabe duda que en este 2022 estamos viendo cómo avanza a pasos acelerados un nuevo orden mundial. Prácticamente cada día nos levantamos con una nueva noticia que rompe por algún costado el paradigma prevaleciente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Desafortunadamente, esa ruptura no es para mejor sino todo lo contrario, para aumentar la tensión, el desasosiego y la incertidumbre. 

 

La cadena de desbarajustes mayúsculos que han puesto en entredicho la época que parece estar llegando a su fin, la del globalismo y la globalización, se inició con la elección de Donal Trump a la presidencia de los Estados Unidos, continuó con la pandemia provocada por el Coronavirus y ahora con la invasión de Rusia a Ucrania. 

 

Los hechos que la han provocado son, sin embargo, de más larga data y en buena medida resultado y efecto del mismo proceso de globalización de los grandes capitales, que sacaron a la luz y evidenciaron la contradicción entre la aún dominante forma de organización macrosocial que es la nación, y la necesidad de expansión del capital a todas las esferas de la actividad humana y rincones del planeta que está más allá de las fronteras. Esta contradicción no encuentra en este momento forma de resolución sencilla y se expresa en la ruptura de las cadenas de producción y suministros que están llevando a una escasez creciente de bienes.

 

La especie humana, metida en líos que ella misma se ha creado, se ofusca y se pone belicosa. Puede justificar con discursos de cualquier tipo lo que hace, pero la evidencia es contundente: el tiempo no nos ha hecho abandonar nuestros belicosos instintos primarios. Seguimos siendo el simio que blande al garrote y muestra los dientes lanzando gritos estentóreos en cuanto ve amenazado el pequeño espacio en el que se cree rey. Así no vamos para ninguna parte, tal vez solo hacia el auto exterminio.

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