En Brasil este es un tema urgente, que tiene fecha: 30 de octubre de 2022. Se trata de consolidar un frente capaz de derrotar el formado por el presidente Jair Bolsonaro, iniciativa que actualmente encabeza el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Es un esfuerzo por darle un nuevo rumbo al país que, en general, se ha definido como una confrontación entre un líder democrático y uno fascista. Una definición que simplifica las cosas, pero deja de lado otras muy importantes. Pero se ha usado mucho en la campaña.
En todos los ámbitos de la vida pública –en el económico, el cultural, el educativo, en la salud, el ambiental, el de seguridad, el racial, el de género- en todos, habrá que redefinir políticas.
Pero el secreto de todo es cómo se organizará el Estado para que el país produzca y distribuya mejor lo producido entre toda la población brasileña.
El “Puente al Futuro”, programa neoliberal en el que el entonces vicepresidente Michel Temer sustentó el golpe de Estado contra Dilma Rousseff, proponía
implementar una política de desarrollo enfocada en el sector privado, a través de las transferencias de activos que sean necesarias, concesiones amplias en todas las áreas de logística e infraestructura, alianzas para complementar la oferta de servicios públicos y volver al régimen anterior de concesiones en el área petrolera, dando Petrobras el derecho de preferencia.
La ley que fija un tope a los gastos públicos limita las posibilidades de ofrecer servicios -incluyendo salud y educación- a la mayoría de la población del país.
“Estoy en contra de los topes de gasto”, dijo Lula, que ya está haciendo campaña para la segunda vuelta. “Lo que se hizo fue evitar inversiones en educación, en salud, en el SUS, para garantizar dinero a los banqueros. Y quiero garantizar el dinero de la política social, del arroz, del frijol, de la carne, la cebolla, el tomate, del litro de leche. Por eso, tendremos mucha responsabilidad fiscal, social y con el Brasil”, dijo.
Este será el centro de la lucha política, especialmente si Lula gana las elecciones.
Resultados de la primera ronda
El profesor Juarez Guimarães es uno de los que interpreta de forma optimista los resultados de la primera vuelta. Hay otros, con una visión más pesimista.
Para él, el hecho más decisivo de la primera vuelta “fue la casi mayoría alcanzada por la fórmula Lula-Alckmin”. Una candidatura de izquierda nunca alcanzó el 48,2% en elecciones presidenciales en primera vuelta, destacando que esto representa un crecimiento en todas las regionesdel país y en todos los niveles de ingresos, de color o de escolaridad, en comparación con las elecciones de 2018.
Pero los resultados pueden analizarse desde otra perspectiva, como lo hace el economista Flavio Tavares de Lyra. Para él, las fuerzas de izquierda sufrieron un impacto “algo pesimista con los resultados”, aunque reconoce las muchas posibilidades de la victoria de Lula en la segunda vuelta.
La victoria de la derecha en las elecciones legislativas no debe sorprendernos, agregó, “en vista de los recursos públicos que el gobierno ha destinado a favorecer a sus candidatos”.
Naturalmente, esa no es la única razón del desempeño del bolsonarismo, mejor de lo previsto en las encuestas. El mismo Lyra cita, además de un “presupuesto secreto” (aprobado por el Congreso), la influencia de las iglesias evangélicas en la campaña.
Para un analista del diario O Globo (un medio conservador, tradicional adversario del PT y de Lula), en artículo publicado el lunes posterior a las elecciones, “Bolsonaro mostró fuerza y debilidad. La fuerza fue el porcentaje de votación, más alto de lo previsto. La debilidad, el hecho de que, a pesar de aspirar a la reelección –lo que, tradicionalmente, representa una gran ventaja– Bolsonaro quedó en segundo lugar, a cinco puntos de Lula, con una diferencia de poco más de seis millones de votos.
Pero la realidad es que, aunque ganara en segunda vuelta –según el analista Thomas Traumann–, “Lula tendrá una Cámara de Diputados mucho menos dispuesta a negociar con él” que durante sus dos mandatos anteriores.
Giro al centro
En ese escenario, ¿cuál debe ser la estrategia de Lula para afrontar la segunda vuelta? No es sólo un debate brasileño, aunque, por el momento, en ningún otro lugar tiene tanta urgencia y efectos prácticos tan inmediatos.
Una opción es “moverse al centro”, en la línea del “nuevo capitalismo” propuesto por Tony Blair y Gerard Schroeder a fines del siglo pasado, con los catastróficos resultados de una creciente disparidad social, ya bien conocida.
Para Leonardo Attuch, editor de la página Brasil 247, esta exigencia tiene dos objetivos: el derecho a elegir al ministro de Hacienda, alguien capaz de retomar la propuesta del “Puente al futuro” –él cita el nombre del expresidente del Banco Central, Henrique Meirelles– pero, sobre todo, “el mantenimiento de la política de precios de Petrobras y la desmembración de la empresa estatal, que transfiere los ingresos de la sociedad brasileña a fondos locales e internacionales”.
Una vez más se destaca el papel decisivo de la petrolera brasileña y los enormes recursos del pre-sal, aún más valorados en el escenario político mundial actual.
El debate gira en torno a la propiedad de los recursos naturales –en este caso, del petróleo– y la distribución de los fondos públicos. El mismo diario O Globo dijo, en su editorial del lunes, que el gran desafío de Lula es la economía. Y preguntó: ¿Cuál es su propuesta para reemplazar el techo de gastos? ¿Qué hará con la reforma laboral y las privatizaciones? ¿O sobre la reforma fiscal y administrativa y el papel del Estado y la banca pública en el desarrollo?
Para Attuch, “todo lo que ha pasado en Brasil desde las ‘jornadas de junio de 2013' (cuando se desarrollaron grandes protestas populares contra el gobierno de Dilma Rousseff), incluyendo la Lava Jato y el juicio político, sin delito de responsabilidad, contra la expresidente Dilma Rousseff, siempre ha tenido como objetivo central robar las rentas del petróleo brasileño, después del descubrimiento del pre-sal”.
El peligro de “girar al centro” es destacado por varios autores, entre ellos el profesor Valerio Arcary, para quien, en cambio, la campaña debería estar guiada por una “polarización implacable contra Jair Bolsonaro y el peligro fascista”.
“Lula y el comando del Frente no deben reducir la campaña a la nostalgia del pasado. Necesitamos presentar propuestas de cambios concretos de vida”, dice Arcary, quien sugiere una amplia lista de medidas: aumento del salario mínimo, obras públicas para generar empleo, fortalecimiento del SUS, ampliación de las cuotas raciales en educación y servicios públicos, revisión de la reforma laboral, derogación del techo de gastos, impuestos a las grandes fortunas, elevación de la exención del impuesto a la renta, cero deforestación, defensa de las reservas de población indígena, derechos de las mujeres y población LGBTQIA+. Y finaliza sugiriendo “no ceder a la presión de girar al centro”.
Pero la campaña no comienza hoy. Empezó hace varios meses y una de las primeras decisiones fue invitar a Geraldo Alckmin –hasta entonces un duro opositor a Lula y al PT, vinculado a las políticas neoliberales– para ser candidato a la vicepresidencia. Lula también accedió a mantener la independencia del Banco Central, pero ya dijo que no acepta el techo de gastos.
En otras palabras, ya se produjo ese “giro al centro”, que estará en el centro de las tensiones políticas en un eventual gobierno de Lula.
Decisión tomada
El debate ilustra bien la correlación de fuerzas en estas elecciones. Pero no solo eso. Si para la campaña de Lula esta opción era inevitable (y ya quedó resuelta, como sabemos) sigue siendo un desafío para la izquierda en todo el mundo, incapaz de ofrecer una propuesta coherente que entusiasme a los votantes, incapaz de encontrar un programa viable, una alternativa al proyecto neoliberal que se expandió por el mundo, como resultado del fin de la Guerra Fría. Esta izquierda, muchas veces, ha preferido esquivar este debate o sustituirlo por otros, como el de las luchas identitarias.
El camino es combinar y no oponer o separar las luchas de las clases trabajadoras de las luchas identitarias, dice Guimarães, con razón. Pero es necesario colocarlos en su debida relación para que todas se potencialicen y una no debilite a la otra. Tiene razón al decir que “se cae por los suelos la política de oponer la reivindicación de las identidades oprimidas a las luchas de clases”, pero falta establecer una relación más clara entre ambas, porque no son lo mismo, ni tampoco definen de la misma manera un proyecto político.
Nadie tiene derecho a equivocarse sobre el escenario político de un posible nuevo gobierno de Lula, que ha conformado una vasta coalición para enfrentar la campaña electoral. Quizás por eso mismo, la advertencia del expresidente de la Asociación Brasileña de Estudios de Defensa (ABED) y exvicepresidente del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq), Manuel Domingos Neto, sea más valiosa: “La izquierda institucional dejó hace tiempo de llamar a la lucha a los más sufridos”, dijo. “Se acostumbró a llamarlos a las urnas para consagrar una representación política que les promete beneficios”. En este escenario, es Bolsonaro quien llega al corazón de muchos, clamando por la lucha contra el sistema, advirtió.
“Contra este farsante –dice Domingos– Lula debe llamar a la gente a cambiar Brasil, no para volver a la época en que comía picaña, viajaba en avión y tenía la oportunidad de llegar a la educación superior”.
Pero para eso, primero tiene que llegar al Palacio del Planalto, la sede del gobierno brasileño.
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