Con todo, el escenario de la segunda vuelta y de una nueva elección, ya definitiva, el próximo 30 de octubre no sólo no es malo, sino que hasta podría resultar beneficioso para un gobierno naciente que necesitará tiempo para ampliar su base social de apoyo y, sobre todo, requerirá fortalecer acuerdos de gobernabilidad que hoy, y frente a los resultados de las elecciones, resultan imperativos.
En este sentido, el triunfo de Lula terminó opacado en cierta manera por los números alcanzados por el actual presidente Jair Bolsonaro. Pese a la situación económica y a los más de seiscientos mil muertos por la pandemia, el Partido Liberal recibió un imprevisto voto de confianza mucho mayor al esperado originalmente por las encuestas. Así, y si hasta hace pocos días, el oficialismo registraba un voto del 37% según varias encuestas, el resultado final de poco más del 43% generó, por igual, asombro y desazón.
En principio, solo tres posibilidades podrían explicar este sorprendente resultado a favor del gobierno.
Sin tomar en cuenta la existencia de fraude (al menos hasta el momento no hubo denuncias del PT o de otro candidato al respecto), el alto nivel de votos alcanzado por el gobierno podría deberse a una deficiente lectura del escenario electoral por la mayoría de las encuestadoras, o a la existencia de un voto vergonzante por buena cantidad de los potenciales votantes que optaron por mentir sobre su real inclinación. O bien, por una reacción de último momento que inclinó hacia Bolsonaro los votos que en principio se destinaban a otros candidatos.
Lo más probable es que haya existido una combinación de estos tres factores sumado, claro, a una serie incentivos económicos que corrieron al candidato de la derecha hacia el centro político.
Por otro lado, el escenario de ballottage, si bien circunscribe la elección a las dos fórmulas con mayor número de votos, incentiva los reacomodamientos y redefiniciones de aquellos otros candidatos que quedaron fuera de competencia y que podrían incidir en el resultado final.
Una de las jugadas más notables de esta elección fue la de Ciro Gomes, quien inicialmente apostó a crear una candidatura que representara a una izquierda distinta a la simbolizada por el PT.
Del 7% que la mayoría de las encuestas le otorgaba hasta hace pocos días, Gomes finalmente obtuvo menos de la mitad, rompiendo con la idea de que se trataba de un representante de la centroizquierda. En realidad, este candidato alcanzó a ubicarse en el centro político y, probablemente, más de la mitad de sus potenciales votantes confluyeron en la candidatura de Bolsonaro bajo la lógica del voto útil, lo que en parte explicaría el importante volumen electoral obtenido a último momento por el gobierno.
El pedido motorizado por intelectuales y políticos de izquierda de todo el mundo para que Ciro Gomes bajara su propia candidatura a favor del PT no comprendió que la estrategia del exministro de Lula apuntaba a lo que sucederá en los próximos días: forzar a quien probablemente sea el próximo presidente de Brasil a negociar nada menos que con un contendiente de, apenas, un 3% de los votos. Pura real politik…
Pero si a alguien hay que otorgarle el “premio revelación” fue a la escritora y senadora Simone Tebet, quien se referenció como un voto “liberal” en un contexto crítico tanto hacia Lula como hacia Bolsonaro, y quien prácticamente de la nada obtuvo un 4,2%, ignorado o subestimado en las encuestas previas.
Con casi medio millón de votos, Tebet se convierte hoy, junto con Gomes, en dos actores fundamentales de la segunda vuelta, capaces de negociar y de vender a un alto precio los votos que puedan trasladar hacia las candidaturas de los dos contendientes principales.
La elección será tan reñida que hasta brinda un espacio de lucimiento a candidatos que, en otro contexto, serían rápidamente olvidados. Son los casos de Soraya Thronicke y Luiz Felipe d'Avila, cada uno de los cuales obtuvo 0,5 puntos. Por separado, no tienen casi ninguna incidencia en el resultado final, pero juntos, representan un 1% que podría definir lo que ya se ha convertido en una contienda histórica.
En caso de llegar al gobierno, Lula deberá resolver un problema urgente: el aislamiento institucional del Poder Ejecutivo frente a un Parlamento con predomino de la derecha y, con un mínimo respaldo a nivel de las gobernaciones de los Estados.
En el Poder Legislativo, la debilidad del PT será evidente. En la Cámara de Diputados, de un total de 513 bancas, el Partido Liberal de Bolsonaro tendrá 99 escaños, claro está, sin contar a otras organizaciones de derecha que puedan sumarse a este bloque. Frente a la dispersión restante, a la izquierda le costará mucho crear y sostener en el tiempo una mayoría que respalde al Ejecutivo.
En el Senado, la situación no parece mejor. El Partido Liberal finalmente obtuvo 13 bancas, 8 más de las que tenía hasta ahora. União Brasil, también de derecha, tendrá 12 bancas. En tanto que el PT sólo pudo acumular 4 escaños más para llegar a las 9 de un total de 81 asientos.
Y a nivel de las gobernaciones, es poco lo que la izquierda ha podido obtener en la elección: ha triunfado en apenas 5 Estados, mientras que Bolsonaro y partidos aliados de derecha ganaron en 9, incluso, en gobernaciones estratégicas como Río de Janeiro y Minas Gerais, en tanto que habrá ballottage para definir al ganador de la contienda en San Pablo, donde un exministro del actual presidente es claro favorito.
El domingo 30 de octubre tendrá lugar una instancia decisiva, en la que en caso de que triunfe, Lula lo hará con un margen seguramente exiguo, tal vez por un punto o incluso menos. Si es así, cabe esperar todo tipo de reacción por parte de Bolsonaro, empezando por el desconocimiento de los resultados de su eventual derrota.
En este contexto, tan desfavorable para la izquierda si es que finalmente Lula llega a la presidencia de Brasil, su prioridad deberá ser no sólo la de fortalecer a la gobernabilidad si no, como condición excluyente, “desfascistizar” una sociedad que se ha inclinado masivamente hacia la derecha autoritaria, incluyendo en ella propuestas conservadoras y también neoliberales.
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