sábado, 17 de diciembre de 2022

Perú, el golpe lo dio la derecha

 Hoy Pedro Castillo comparte con el genocida Alberto Fujimori la cárcel de Barbadillo. La oligarquía peruana, la feroz derecha que la acompaña, se esmerarán en darle un castigo ejemplar al maestro indígena de origen humilde  quien inesperadamente llegó al poder presidencial.

Carlos Figueroa Ibarra / Para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

En Perú, el golpe de estado lo dio la derecha. Pero ese golpe reaccionario contra Pedro Castillo, se empezó a fraguar desde el siete de junio de 2021 cuando se confirmaron los resultados electorales de la elección presidencial del día anterior. Castillo tuvo una diferencia sobre Keiko Fujimori de apenas 44 mil votos (0.26%). Las fuerzas progresistas tuvieron que sortear las 802 impugnaciones que pretendían anular 200 mil votos favorables a Castillo y con ello voltear el resultado electoral.
 
Pedro Castillo llegó a la presidencia de Perú con todo en contra. Su experiencia política era sobre todo sindical, el partido marxista que lo apoyó (Perú Libre) y sus aliados sumaban apenas 42 curules de las 130 que constituye al Congreso de la República. Además, en aras de granjearse apoyo del centro y una parte de la derecha, pronto Castillo se empezó a deslindar de Perú Libre y su líder Vladimir Cerrón. La derecha peruana calibró desde el principio esta debilidad y empezó a construir el golpe de estado del  pasado siete de diciembre, a través de hilvanar golpe tras golpe  desde el primer día de gobierno de Castillo a efecto de crear una situación de ingobernabilidad.
 
El primer traspiés notable fue la obligada renuncia del canciller Héctor Béjar en medio de una campaña reaccionaria, apenas 21 días después de haber asumido el cargo. Fue solamente el principio, el presidente Castillo tuvo que cambiar cinco veces a su jefe de gabinete y rehacer el mismo número de veces a dicho gabinete. En total, el presidente Castillo tuvo 78 ministros lo que revela el asedio constante desde el Congreso. La guerra sucia continuó con acusaciones y demandas por corrupción que provocaron que buscando a su cuñada,  la policía de manera humillante cateara al mismo Palacio Nacional en agosto de este año. 
 
Apenas cuatro meses después de haber asumido el cargo, Castillo enfrentó  en noviembre de 2021 la primera moción de vacancia por “incapacidad moral” en el Congreso, la cual no prosperó porque distó mucho de obtener la mayoría calificada (87 votos) para destituir al presidente. La derecha no cejó en su intento y en marzo de 2022 presentó la segunda moción de vacancia que nuevamente fracasó al obtener solamente 55 votos. El 7 de diciembre pasado el Congreso presentó la tercera moción de vacancia, la cual finalmente lo destituyó con 101 votos a favor, 6 en contra y 10 abstenciones.
 
Teniendo en contra al Poder Legislativo, también a la Fiscalía de la Nación, y al Poder Judicial, el antiguo maestro vio anuladas sus pretensiones de  convocar a una consulta que ni siquiera era vinculante  sobre la necesidad de hacer un proceso constituyente. También se le prohibió salir del país para asistir en México  a la XVII Cumbre de la Alianza del Pacífico, en la cual Andrés Manuel López Obrador le entregaría la presidencia de dicha organización. Los gobiernos progresistas de la región decidieron hacer dicha cumbre  en Lima, lo cual hubiese significado un espaldarazo al debilitado y hostigado presidente peruano. Tal cumbre ya no será posible por el golpe de estado.
 
He aquí el contexto que explica la decisión del presidente Castillo de disolver al Congreso, declarar un gobierno de excepción, convocar a nuevas elecciones para elegir un nuevo Congreso el cual tendría facultades constituyentes y reformar al poder judicial. Al parecer fue una decisión de última hora que buscaba adelantarse al Congreso que planeaba ese día destituirlo mediante la tercera vacancia. Luis Mendieta, exjefe del gabinete técnico de Castillo, ha dado un testimonio impresionante: a las once de la noche del 6 de septiembre el acuerdo con el presidente Castillo era que acudiría al Congreso o enviaría su discurso a dicha instancia para defenderse de la moción de vacancia. 
 
Entre 9 y 10.30 de la mañana, todavía Mendieta hizo en acuerdo con el presidente los últimos ajustes al discurso. A las 12 del día, ya en su oficina del Palacio Nacional, Mendieta vio por televisión el discurso de Castillo disolviendo el Congreso. Ni él ni sus ministros estaban enterados del giro inesperado que dio el presidente.
 
La decisión de Pedro Castillo de disolver al Congreso es un notorio error político. Por más que el Congreso sea una institución sumamente desprestigiada (8-10% de aprobación), porque en su mayoría sus integrantes son expresión de la corrupción política peruana. Es un error político porque es controversial constitucionalmente y porque contribuye a la narrativa reaccionaria de que fue el propio presidente el golpista cuando lo que sucedía era que ya el país se encontraba en un golpe en curso. Días antes, el Congreso levantó los cargos contra la Vicepresidenta Dina Boluarte para habilitarla a suceder a Castillo, una vez que el golpe de estado se consumara. Boluarte, antigua dirigente del marxista Perú Libre,  se suma así a Lenín Moreno, a la galería de traidores que hoy estamos observando en América Latina. 

La derecha y los intereses oligárquicos que la pusieron en la presidencia, usarán a Boluarte como títere hasta que la desechen. Boluarte expresó su deseo de terminar en 2026 el periodo para el cual fue elegido Pedro Castillo. La movilización social antigolpista la ha hecho retroceder y ahora está proponiendo nuevas elecciones en 2024. Pero Boluarte es una pieza desechable para los intereses reaccionarios y oligárquicos que la impusieron. En cualquier momento la depondrán si es de su conveniencia.
 
 ¿Qué fue lo que originó la acción disparatada de Castillo? ¿Simple error de cálculo? ¿Lo engañaron? ¿No estaba en sus cabales? Para tomar la decisión de disolver al Congreso, iniciar un proceso constituyente, reformar al Poder Judicial y al Ministerio Público, es decir dar un giro de tuerca de intenciones revolucionarias, el presidente debería haber tenido el apoyo de las fuerzas armadas y la policía nacional, tener un partido o bloque de partidos en su apoyo, contar con fuerza significativa en el Congreso y sobre todo tener  masas insurrectas en los puntos decisivos del país. En realidad sucedía todo lo contrario.
 
Hoy Pedro Castillo comparte con el genocida Alberto Fujimori la cárcel de Barbadillo. La oligarquía peruana, la feroz derecha que la acompaña, se esmerarán en darle un castigo ejemplar al maestro indígena de origen humilde  quien inesperadamente llegó al poder presidencial. Clasismo, racismo, anticomunismo se cebarán con él. Y harán lo posible por sumirlo en la cárcel por mucho tiempo. Esto sucederá si no se extiende la creciente protesta popular  que ya estamos viendo en diversos lugares de Apurimac, Cajamarca, Ayacucho, Arequipa, Cusco y aun en Lima. Ojalá sea esto lo que suceda.

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